El otro día estaba mirando los precios de billetes de las compañías de bajo costo desde Holanda y estuve a punto de comprarme uno para pasar un fin de semana en Dublín. Es una ciudad en la que he estado en dos ocasiones y que me gusta bastante y no me importaría repetir. En octubre del año 2006 vimos esta foto por primera vez en la anotación Molly Malone Statue e imagino que seguirá en el mismo lugar vendiendo su pescado y su otro pescadillo. Con esta foto acabamos esta infinita actualización del Club de las 500 y a partir de la semana que viene volverán los destinos exóticos con Langkawi, en Malasia.
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Seguíamos sin parar de reír
El relato comenzó en Un viaje a Granada via Málaga
El argentino era como una garrapata que no se quería separar de Waiting ni pa’ mear. Una de las cosas que primero llamó la atención del Niño fue la camarera, muy mona, pero el argentino se encargó de cortar las esperanzas del chiquillo al decirnos que aquella era camionera y le iban más bien los bollos ya que él también había tratado de empetársela pero no tuvo éxito. El radar del Niño comenzó a rastrear el local y encontramos otro grupo en el que tenían una posible candidata. Como siempre, él espera que ella lo detecte y le fermenten los óvulos dentro de la pipa del coño y que salga corriendo hacia donde él se encuentra a comerle el nabo hasta sacarle punta o algo así. Creo que vamos a tener que dejar de ver comedias románticas porque el Niño se está haciendo una visión del mundo muy equivocada. Uno de los integrantes masculinos del grupo de la chama se fijó en Waiting y lo cegó su candor y exquisita presencia. Por descontado, se le comenzó a mover la pelvis con unos espasmos que cualquiera que haya visto dos documentales de la National Geographic sabe muy bien lo que significan y ladinamente se acercó a nosotros para entablar contacto, sin importarle que Waiting estuviese escoltada por tres unidades del mismo género. Al argentino se le salieron las uñas negras de los pies como garras de gato, se le encrespó el vello y quizás hasta rugió o maulló pero con el ruido de la música no lo pudimos oír. El nuevo tenía la mano escoñada, es decir, en una condición lamentable. Nos contó, o Waiting me contó a mí que ya no me acuerdo muy bien, que le había pasado por encima de los dedos un vagón de tren o una vagoneta o algo que va sobre raíles porque trabajaba en algo de eso. La mano tenía una pinta asquerosa pero nada comparado con las fotos que llevaba en el teléfono y que por supuesto nos enseñó. Como Waiting tiene mucha clase y estilo y es una gran señorita y no necesita ni ponerse esas gafas horrorosas que se endiñaba Rocío Jurado y que la hacía parecer un dinosaurio feo y hortera del Cretásico, Waiting apalabró un encuentro instantáneo con la chama que le gustaba al Niño pero no cuajó porque la panoli no hablaba ni una palabra de inglés y además no mostró ningún interés por el chiquillo, aunque eso lo achacamos a que cuando vio el metro noventa y seis de carne pura y dura se acojonó porque recordó que era más estrecha que un callejón de Santiago de Compostela y que si aquel le endiñaba cierta parte gorda y dura seguro que no le iba a entrar ni usando un calzador de zapato y la iba a dejar más abierta que las puertas de unos grandes almacenes. A todas estas yo y Waiting continuábamos trabajando en lo nuestro, cubata tras cubata, camiseta tras camiseta y kit de viaje tras kit de viaje, que aquello era un escándalo y hasta la tortillera de la barra ya nos tenía fichados como clientes V.I.P. ya que los demás como mucho le pedían cervezas claritas del ZAPATAZO, esa invención nueva en la que te llenan medio vaso de cerveza con agua y te cobran la mitad y así casi no se nota que eres cieneurista y no tienes ni donde caerte muerto. En algún momento de toda esa parafernalia fui al baño y lo flipé. En las paredes los virus y las enfermedades reptaban como lombrices y tenía una distribución espectacular, con un meadero y un retrete uno al lado de otro con lo que te puedes echar un pis mientras otro tío te mira el culo mientras jiña. Al que diseñó semejante aberración deberían arrancarle los ojos y pisarlos para que no se los puedan reinjertar. El baño de las mujeres era más espectacular porque estaba en alto y había que subir por una escalera con todo el local mirándote y cada vez que Waiting se acercaba (si es que llegó a hacerlo) la gente se volvía loca a aplaudir y a vitorearla. Como además, allí todo el mundo nos quitaba uno o dos años y se pensaban que nosotros también estábamos en la universidad, aquello era lo más. Al Niño lo avejentaban y le ponían su edad real porque es la que aparenta pero a mí me quitaban un montón, lo cual quizás sea debido a mi pequeño problema con el síndrome de Peter Pan y a que por desgracia a mí no me tocó ningún cura de pequeñito y crecí sin grandes desgracias ni malos rollos de esos que te estropean el cutis. La gente seguía uniéndose a nuestro grupo, parando con nosotros un rato y después continuando con sus mediocres existencias, aún peor porque una vez has conocido al Elegido y a sus elegidos Amigos, todo lo demás te parece gris y aburrido. El argentino seguía meneando la pelvis y tratando de quebrantar las defensas de Waiting y hay que reconocerle al hombre la voluntad que tuvo y su falta de desaliento. En un punto determinado el Niño y yo intercambiamos tarjetas con él, con lo que estoy seguro que él ya nos hizo un gugel y nosotros también se lo hemos hecho a él y hasta sé dónde vive y dónde trabaja gracias al gugel strit viú y quiero que sepa que deberían pintar el portal de su casa porque está muy estropeado. Corría la noche y en un punto determinado detectamos a dos americanos, un tío y una tía. El elemento masculino era la segunda persona más alta del bar y la chica tenía pinta de empollona, de esas que no chupan pollas porque no hay quien les ponga un miembro en la boca con esos hierros que se ponen para enderezarse los dientes torcidos pero que te hace un pajote sin problemas. Al parecer estaba haciendo el doctorado, investigando o viviendo del cuento como la mayor parte de los profesores universitarios, que tampoco es que sean una especie particularmente sacrificada. Un poco antes de este encuentro fundamental el Niño me informó que iba a salir a sacar dinero del cajero y efectivamente, desapareció por unos minutos. Volvió al rato pero el hijoputa seguía sin pagar una puta copa y el día siguiente reconoció que recordaba salir del lugar pero que no llegó a tener nunca el dinero en el bolsillo con lo que no sabía si se quedó dando vueltas a la manzana o le robaron la güita. Por si alguno se inquieta que sepáis que esto último no llegó a suceder. Regresando a los americanos, el Niño tenía las defensas muy mermadas y veía a la Gringa como un pibón del quince cuando aquella era más bien lo que solemos definir como eso que tampoco baila es mi amiga. La Gringa además no sabía o no podía caminar con los zapatos que se puso y el mismísimo Niño se descalzó y le prestó sus lanchas para que subiera al baño y se echara un pis. Mientras les pedimos bebidas que por supuesto pagó un servidor y Waiting leas asignó las camisetas y kits de viaje correspondientes, igual que hicimos con todo el que trató con nosotros. Llegando a las cuatro de la mañana ya nosotros cantábamos a grito pelado. Pasada esa mítica hora alguien nos quitó los vasos de tubo de las manos y en el caso del Niño el vaso ancho con Bourbon que estaba bebiendo y nos pusieron nuestras bebidas en vasos de cartón como primer paso a echarnos del local. Con la última bebida ganamos una última camiseta y la chica que las daba y que nos tenía más vistos que el carajo me la dio cuando ya se iba. A partir de este momento yo tengo unas lagunas mentales posiblemente provocadas por un defecto de circulación sanguínea cerebral y una tasa de alcoholemia muy poco moderada pero al parecer estuvimos dando gritos en la calle, nos despedimos del ladilla del argentino, de los gringos y nos fuimos a casa, es decir, dos puertas más allá. Mi siguiente recuerdo consciente fue que me desperté más tarde meándome por la patas pa’bajo y el puto Niño ocupaba el baño y tuve que esperar y casi me meo encima.
El relato continúa en El día después de reírnos tanto
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Gran mezquita del Sultan Qaboos en el club de las 500
El segundo viaje que novelé en esta la mejor bitácora sin premios en castellano fue a Omán. Fui allí a trabajar pero aproveché para quedarme unos días y hacer algo de turismo. Tuve suerte y coincidió que era la época del año en la que el calor no es abrasador. En la capital de ese país, Mascate, se encuentra la gran mezquita del sultán Qaboos que vemos hoy y que apareció por primera vez en distorsiones en abril del 2005 en la anotación Omán séptima parte ? Turismo en Moscate I. Como ha sido el caso con anteriores imágenes de ese viaje, no tienen una anotación específica para cada una de ellas porque en aquellos ancestrales años no solía hacerlo. En cualquier caso, el error ha sido subsanado y hoy le damos la bienvenida al Club de las 500.
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No podíamos parar de reir
El relato comenzó en Un viaje a Granada via Málaga
Después de andar Yendo a la Alhambra tres veces durante el mismo día, el Niño y un servidor regresamos al apartamento para encontrarnos con Waiting y er Pisha de Caí y los cuatro nos fuimos juntos a cenar. Como los bares de tapeo estaban petadísimos de gente, optamos por un restaurante adosado a uno de ellos. La comida estuvo bien aunque no fue memorable. Tras la cena, Waiting, el Niño y un servidor nos queríamos ir a tomar unas copitas pero er Pisha estaba destrozado y optó por retirarse. Nosotros teníamos las pilas alcalinas puestas y nuestra determinación era muy intensa. Como dice Waiting, ella no se arregla para regresar al momento y quería un mojito.
Nos acercamos a la calle de copas y buscamos a una pedorra ticketera de la que el Niño se había enamorado instantáneamente, algo que le sucede con mucha frecuencia porque que nadie tenga la menor duda, el Niño dice que lo que cuenta es el exterior y la belleza interior que se la metan por donde les quepa. Eso sobrio, que borracho baja mucho el listón y acaba con cada Orca que no veas. Bueno, le preguntamos a la chama ticketera y nos dice que ella reparte para tres locales pero ninguno de ellos tiene mojitos. Como era una bella persona, nos indicó dos sitios en los que sí que los podíamos conseguir. No le hicimos mucho caso y seguimos paseando por la calle de copas y nos paró otro ticketero, uno que creo que era terrorista musulmán o quizás cubanito y ese nos llevó a un local en el que tenían mojitos y además nos daban chupitos gratis. Los pedimos y nos los tomamos charlando. En el local estaba la mitad del elenco de la película El señor de los Orcos y los putos enanillos, unas tías que no se las deseo ni a un enemigo y unos tíos que deberían avergonzarse de estar tan estropeados en la veintena. Claro, como nosotros somos seres superiores y encandilamos a la concurrencia, a veces no nos damos cuenta que también tiene que existir la mediocridad en el universo para que exista el equilibrio. Lo cierto es que lo único bueno del local es que nadie fumaba.
No estoy seguro pero puede queel lugarseaes el barel CírculoBabel. Después de terminarnos nuestros mojitos decidimos pirarnos e ir a uno de los que nos había recomendado la ticketera, uno que supuestamente era una coctelería solo que muy pequeña.Abrimos la puerta del sitio, entramos y no veas si era pequeño. Había más espacio tras la barra que en la parte de los clientes. Era un línea larga con la gente en fila y nos apalancamos en un rincón y pedimos dos mojitos y una cerveza para el Niño, que parece no captar el concepto de que la cerveza española es mala y similar a meados de vieja dopada a base de medicamentos gratis de la Seguridad Social. En el local vimos a tres günter que debían ser de algún país del este o alemanas, material muy estropeado y decadente. A la que parecía en mejor estado le entró un chamo que puede que fuese holandés. Nosotros riéndonos de ellas y de él en nuestro rinconcito y bebiendo. Estando allí decidimos pasar por un bar de copas que estaba justo al lado del piso que alquilamos llamado Tantra – Fashion & Drink y tomarnos allí la última. Esa fue nuestra perdición.
La puerta del Tantra era como la la antesala del infierno pero una vez pasas dentro y creo recordar que había un tío controlando la puerta aunque no cobraba o quizás fue que Waiting le tiró un plátano o algo para comer, que los gorilas de las puertas también tienen sus necesidades fisiológicas y la comida con ellos siempre funciona. Una vez entramos la música era muy chula y había muy buen ambiente. Nos acercamos a la barra, pedimos nuestros mojitos y nos llevamos un disgusto cuando nos dicen que no tienen. La camarera, monita y tal y tal nos dice que hay una promoción del ron Barceló platino y pedimos cubatas de ese ron y nos da unos boletos de rasca-rasca. Mientras nos bebemos nuestros cubatas, Waiting se pone a rascar los boletos pero no ve ni torta y un argentino que estaba de ladilla agarrado a la barra se los ilumina con su teléfono y ya no se nos separó en toda la noche y mira que le juramos por las bragas sucias de la Pantoja que Waiting tiene novio, ya que el alcohol es muy malo para la memoria y se nos quiso de olvidar y se nos olvidó que en realidad ya ha firmado contrato y está vinculada a él por un sacramento y un contrato legal vigente en al menos dos países y como uno de ellos forma parte de la Unión Europea, en realidad su contrato es válido en el área de influencia de la UE.
En este punto merece la pena detenernos unos instantes para cagarnos en la puta madre que parió a los que maquinaron la nueva ley anti-tabaco. Esto es lo peor que nos ha pasado nunca a los no fumadores. Nosotros antes no salíamos y éramos felices pero es que ahora los bares son unos antros de perdición para los seres superiores como yo que no fumamos. Es que claro, los Orcos y los inferiores han de salir cada dos por tres a calmar su drogadicción y pegarse un chute y nosotros que no tenemos el problema nos quedamos allí privando, bebiendo sin parar. Primero un cubata, luego otro y otro más y venga a recibir boletos y a rascarlos y a ganar una camiseta y otra y otra más y un kit de viaje y así hasta que perdimos la cuenta porque es que nos tocaba de todo. Yo calculo, exagerando por lo bajo o quizás incluso sin hacerlo que ganamos siete camisetas y diez kits de viaje.
Claro, si combinas el magnetismo y el carisma de Waiting con el metro noventa y seis del Niño y la fascinación que todos los seres del mundo y del universo sienten por el autor de la mejor bitácora sin premios en castellano, entonces comprenderás que nos convertimos en el corazón de la juerga y todo el mundo tenía que ver con nosotros.
Me he propuesto estirar esto como el chicle así que seguiré con el relato otro día.
El relato continúa en Seguíamos sin parar de reír