La primera vez que visité la ciudad de Dublín fue en febrero del año 2003, mucho antes de que la bitácora tuviese el formato actual. En aquella antigua versión también habían álbumes con fotos y esta era una de ellas pero se perdió con el cambio y la refundación de comienzos del 2004 y no fue hasta octubre del año 2006 en que la volvimos a ver en la anotación Interior de un Pub en Dublín. Han pasado un montón de años y hoy por fin le damos la bienvenida al Club de las 500.
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Los Payos son lo peor
Cuando haces turismo y recorres diferentes rincones del mundo siempre acudes a esos monumentos o lugares que hay que ver, esos que les vienen a la cabeza de la gente cuando les cuentas que has estado allí. Son tan obvios como la torre Eiffel en París, el Coliseo en Roma, la Estatua de la Libertad en Nueva York o la Sirenita en Copenhague. En todos esos lugares siempre te tropiezas con un hormiguero de turistas que como tú buscan la foto y siempre tenemos a esos que van un poco más allá y que poco menos que quieren restregarse con el objeto para dejar constancia eterna de su presencia. Yo los llamo los Payos, pervirtiendo el significado original de la palabra que no es otro que Entre los gitanos, quien no pertenece a su raza. Veo a esa gente como seres de otra raza distinta a la mía, aunque los escuche y hablen español y esté convencido que vienen de mi país de origen.
Los payos harán lo que haga falta sin importarles la gente a su alrededor. Los de la foto se tomaron sus minutos para colocarse y joder la oportunidad fotográfica a los que pasaban por allí y que se veían obligados a esperar que este clan se cansara y decidiera marcharse. Llevo décadas sufriendo a los payos y a veces, como en esta foto tomada desde un barco que solo paraba unos instantes, la única foto que te puedes llevar está llena de esa gentuza que no tiene ningún respeto por los demás.
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Que peligro que hay en los gimnasios en el club de las 500
El último año que acudí al Amsterdam Gay Parade fue el 2008. Después cierta mala persona abandonó los Países Bajos para mudarse al tercer o cuarto mundo y como lo divertido era acudir con los amigos para reírte, perdí el interés. De ese último año haciendo fotos en la más espectacular de las cabalgatas que se celebran en los Países Bajos y posiblemente la única del orgullo gay que se hace a través de los canales de una ciudad en barco tenemos la foto Que peligro que hay en los gimnasios la cual vimos por primera vez en agosto del 2008. Dos años más tarde le damos la bienvenida al Club de las 500.
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Abusos
Justo antes de mis vacaciones en Gran Canaria de junio mi madre me avisó que se había muerto el peluquero al que llevo acudiendo más de veinte años. Fue algo inesperado ya que en diciembre el hombre estaba como una rosa. Cuando pasé por la peluquería (o barbería que es un nombre más apropiado para esos locales a los que solo entran hombres y en los que los años cincuenta parecen substistir) los tres empleados todavía estaban con el recuerdo cercano del funeral y el entierro (sucedió la semana anterior a mi visita) y con el temor por sus puestos de trabajo. En aquel momento les pasé mis datos para que me avisaran en caso de producirse algún cambio. Al volver a los Países Bajos incluso pensé en escribir algo para recordar al hombre que ha tocado mi cabeza durante tantos años, armado con una tijera o una máquina de esas de podar matojos. Como me distraigo fácilmente y se me va el baifo más de lo que parece, se me olvidó.
En mi visita de la semana pasada a Gran Canaria fui a pelarme y en el rato que estuve allí escuché la historia contada desde el otro lado, ese que nunca había visto y ni sabía que existía. Yo (debo ser muy inocente) creía que todos estaban empleados a tiempo completo y eran trabajadores normales. Al fin y al cabo, llevaban trabajando en esa peluquería hasta doce años. La realidad resultó ser muy diferente.
Los tres empleados trabajaban 45 horas semanales pero tenían un contrato a media jornada. Además, cada uno se debía pagar la Seguridad Social aunque no son autónomos y cuando cogían vacaciones, debían seguir pagando la Seguridad Social y no recibían sueldo alguno. Merece la pena volver a leer el párrafo desde el principio. Esto es explotación pura y dura. De repente, aquella persona que recordaba como un señor muy agradable y divertido se transformó en un hijoputa que no solo se merece haber muerto sino que espero que reventara y sufriera como un cabrón en sus últimos momentos. Aún más me alucinó que al contarlo otra gente me decía que eso es normal y sucede en muchos negocios, no es que esta fuera la excepción, parece que es más bien la norma. Ni siquiera las propinas escapaban al control del dueño, que se llevaba una parte de las mismas.
Esto me ha hecho recordar que entre mis razones para emigrar de España estaban las condiciones laborales. Trabajaba en una empresa en la que daban por supuesto muchas cosas, como el echar horas extras gratis, el disponer de uno a voluntad y el humillarte y gritarte si se terciaba además de culparte de cualquier cosa que salía mal porque los jefes eran como dioses infalibles. No me gustaba trabajar en ese ambiente y mi decisión en aquel momento fue muy acertada y lo único que lamento es no haberlo hecho unos años antes.
Los abusos no han terminado con la muerte del dueño del negocio. Sus herederos tratan de mantener esa vaca que ordeñan sin asco y seguir abusando de otras personas para beneficio propio. Me han dado ganas de cambiar de peluquero y comenzar a acudir a uno en los Países Bajos. En lugar de nueve euros pagaría doce pero al menos sé que el hombre tiene su propio negocio y no está explotando y abusando de otros.