La foto de hoy la hice en el años 2003, antes de que comenzara el drama de las obras para la nueva línea de metro Norte-Sur que han hecho que los alrededores de la estación central de Amsterdam parezca más bien un barrio sacado de Sarajevo. La foto la vimos en julio del año 2007 en la anotación Amsterdam Centraal Station y hoy le damos la bienvenida al Club De Las 500.
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El vaso lleno
El domingo pasé la tarde en Amsterdam. Quedé con mi amigo el Niño y fuimos juntos a ver una película, después hicimos un almuerzo tardío o una cena temprana y continuamos con una segunda película. Nos encontramos en el vestíbulo del cine y cuando llegó no lo reconocí. Se había cortado el pelo tan corto que parecía otra persona. Se estuvo riendo de mi toda la tarde porque lo tenía delante de mis narices y yo seguía oteando el horizonte y buscando una cosa familiar, alta y rubia. Entre las dos películas y mientras comíamos tuvimos una de esas conversaciones extrañas que van saltando de tema en tema. Ambos llegamos al mismo punto por caminos distintos. Soltó su bomba, estaba preparando su currículo para cambiar de trabajo y yo lo miré incrédulo porque esa era también la mía. Nuestras razones son diferentes pero a muy bajo nivel, ambos tenemos el vaso lleno y creemos conveniente el cambiar.
Ya sé que he mantenido durante años que no me iría a menos que me echen pero me temo que eso ya no sucederá y en mi trabajo, con el cambio de dueño, la correa aprieta más que nunca y han tocado aquello que para mí supone la frontera entre lo admisible y lo inadmisible, mis vacaciones. A pesar de haber podido saltar a alguna otra compañía hace tiempo, siempre me ha dado pereza porque tengo un montón de días de vacaciones. Siempre he sido consciente que podría ganar más dinero en cualquier otro lado pero tampoco me preocupaba demasiado, no soy avaricioso y con lo que gano tengo más que suficiente y además consigo ahorrar una cantidad significativa cada mes. Por eso me dio igual cuando en los tres últimos años no hubo subidas significativas de salario, ni regalo navideño ni se nos permitió viajar como hacíamos antes. Me bastaba con mis días de vacaciones y la flexibilidad de ponerlos en donde yo quiero y cuando yo quiero. En el nuevo convenio colectivo que la empresa ha propuesto, un documento secreto que recibí menos de media hora después de que se filtrara y que todavía me tiene alucinando, nos quitan un montón de días y nos los cambian por una mierda de dinero y además nos fijan otros días (y es la empresa la que decide cada año en donde colocar esos días fijos). En la práctica supondría que o dejo de ir a las Canarias o dejo de tener días para otras vacaciones. Y ahí está el nivel en el que mi vaso se rebosa y la situación se vuelve inaceptable. La semana que viene haré un último intento para que me boten, una maniobra sucia y rastrera, aunque visto el convenio colectivo, está al nivel de lo que ellos proponen. A mi jefa se le van a caer los ovarios cuando vea lo que le tengo preparado. Dudo mucho que tenga éxito pero al menos sentará las bases de lo que está por venir.
Mientras tanto, algunos de mis amigos ya han recibido el toque y han comenzado a mirar para ver si hay algo por ahí que encaje conmigo. No tengo prisa pero tampoco creo que me tome demasiado tiempo encontrar un trabajo. En los Países Bajos el paro no llega al 5% y de esos, la mayoría son gente no cualificada así que es más que probable que tenga éxito en un corto periodo de tiempo. Intentaré encontrar algo que requiera viajar mucho, me apetece andar tirado por esos mundos, caminando por ciudades desconocidas y conociendo gente nueva. Mi amigo el Rubio es más de la idea de montar una empresa juntos pero para eso hace falta tener un plan de negocios y algo que ofrecer y aunque me he exprimido la cabeza en varias ocasiones, no se me ocurre nada.
En esta década holandesa he logrado crear un colchón de seguridad apreciable que hace que no me preocupe demasiado. Es lo bueno de ser previsor. Todas mis cuentas bancarias tienen una excelente salud y de provocar algo, sería envidia o la tentación de llamarme para ofrecerme esos nuevos productos increíbles con los que puedo conseguir mucho más. Por desgracia para los bancos, tienen mi número de teléfono antiguo y no me interesa que tengan el nuevo para ahorrarme el colgarles el teléfono cuando veo una llamada con número oculto.
En todos estos años he escrito un montón sobre los cambios y las mil y una formas en las que nos afectan. Cambiar es bueno y personalmente, no tengo ningún miedo al futuro. Seguro que las cosas se arreglan solas y encuentro un nuevo lugar en el que pasar las ocho horas diarias que me permiten pagarme mis vicios y mucho más.
Y hablando de cosas más serias y vasos llenos, llevo tres semanas intentando unas cuantas recetas que requieren el hacer masa de repostería y siempre son un desastre. Ya estoy hasta el moño así que he decidido comprarme una amasadora (o robot multifunción) para ver si consigo de una vez el hacer unos bollos suizos (Cristinas) como tienen que ser. Después de mirar todas las marcas que hay en el mercado y de compararlas hasta el infinito y más allá, creo que optaré por una de nombre raro pero con la legendaria calidad alemana, Clatronic. Veré si la compro el jueves para recibirla el sábado y así abusar de ella durante el largo fin de semana, que en los Países Bajos el único día festivo es el lunes de Pascua, conocido aquí como Tweede Paasdag.
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Monos babuinos en el club de las 500
Mucho ha llovido desde que vimos estos monos babuinos por primera vez. Fue el 26 de diciembre del año 2005 en la anotación Monos babuinos y la foto la hice en un viaje a Sudáfrica al que me mandó mi empresa cuando todavía tenía dinero para pagar billetes de avión. Hoy le damos la bienvenida al Club De Las 500.
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El monasterio Strahov, Loreto y la colina Pet?ín
El relato comenzó en Mi segunda visita a Praga
Nuestro tercer día comenzó de nuevo en un comedor plagado de frikis que se comunican unos con otros mediante programas y mensajes, estando sentados en la misma mesa. La menos fea de las chochas se debía sentir como una top model porque todos los babosos cejijuntos que estaban allí la rondaban y orbitaban a su alrededor en todo momento. Bueno, todos no, que algunos habían decidido que hasta la más insulsa de las camareras le daba un buen repaso y trataban de flirtear con ellas.
Salimos del hotel y tomamos el tranvía 22 para subir hasta Poho?elec (bueno, primero tomamos el número 9 y transbordamos al 22). Era una mañana de sábado preciosa, soleada y agradable para pasear. Al bajarnos del tranvía vimos un Edificio muy curioso y que daba algo de miedo por estar cerrado. Supongo que son oficinas de alguna empresa o institución que no abren en sábado. Desde allí caminamos hasta la Iglesia Strahov ? Basílica de la Asunción de Nuestra Señora y el Monasterio Strahov, un complejo de edificios en los que se respira la historia. El interior de la iglesia es sencillamente espectacular. Pudimos verla pero muy rápido porque se celebraba una boda, aunque de regalo nos gozamos la llegada de la novia y el novio y los comienzos del bodorrio. Por detrás del monasterio hay unas vistas de la ciudad fantásticas.
Cuando acabamos la visita al lugar bajamos caminando hasta Loreta na Hrad?anech ? Loreto en Praga, que está muy cerca y es otro de esos puntos de visita obligada en la ciudad. Merece la pena pagar la entrada y ver el lugar. Está muy bien conservado y tienen una colección de joyas alucinantes. Lo único que se les puede reprochar es que no se permite hacer fotos en el interior. Regresamos en el tranvía 22 y nos bajamos en ?jezd para tomar el funicular y subir la colina Pet?ín desde la que se pueden ver otras vistas preciosas del Castillo de Praga y la ciudad. Nos sentamos en una terraza en la parte superior a tomar algo y disfrutar con las vistas, rodeados de turistas holandeses que como nosotros, hacían la fotosíntesis al sol.
Relajados porque habíamos visto todo lo que queríamos ver, bajamos con el funicular y fuimos en tranvía al centro para almorzar de nuevo en el »Restaurante STOLETÍ« y ya ese día los camareros nos reconocían y sabían lo que bebíamos. Tras la siesta de rigor estuvimos deambulando por el centro, visitamos el cementerio judío y por la tarde nos sentamos en la terraza que está justo delante del reloj astronómico – Starom?stský orloj y así vimos el espectáculo saboreando un delicioso café. Por la plaza vendían unos dulces que hacen al fuego enrollados en unos cilindros de madera y que estaban riquísimos. Mi madre nos hizo andar todas las tiendas habidas y por existir en un futuro muy lejano para comprar sus raciones de souvenirs y cuando acabó fuimos andando al restaurante. Este fue el único que me falló. Nos dijeron que estaban llenos y que no tenían mesas. Por suerte un par de calles más abajo encontramos otro de comida checa en el que nos dimos un banquete a carne de cerdo y cosas pesadas. El camarero hablaba español y se enrolló como una persiana para practicar con nosotros pero bueno, mereció la pena y la comida estuvo muy buena. El nombre del sitio es Restaurace U parlamentu y está junto a la entrada del metro de la estación Starom?stská.
Nos dimos un paseo nocturno tras la cena para bajar toda la comida y ver los edificios iluminados y como en días anteriores, devolví al equipo del Inserso al hotel y yo salí a dar un garbeo. Al día siguiente salíamos de vuelta hacia Holanda sobre la una de la tarde así que planeamos salir tarde del hotel después de desayunar e ir al aeropuerto.
El domingo por la mañana los del Firefox estaban acabando su congreso y al parecer la noche anterior sacaron a unos cuantos en un barco para que vieran algo de la ciudad, un concepto fascinante para muchos de ellos ya que prefieren ver el mundo a través de Google Maps, Flickr y Panoramio. Los que se quedaron para conseguir cinco puntos adicionales de frikismo tuvieron que padecer los relatos de los otros y se veía en sus caras que los odiaban a muerte. Al parecer muchos estaban como nosotros ya que en el comedor del hotel, la gente estaba estirando el desayuno todo lo que podía.
Sobre las once de la mañana comenzamos nuestro regreso. Cogimos el metro en Andel y en la última parada el autobús que nos llevaba al aeropuerto. En el mostrador de facturación de WizzAir, las empleadas tenían uno de esos días en los que se endiñan el tampón por el orto y estaban pesando y comprobando el tamaño del equipaje de todo el mundo. La tipa si algún día se queda preñada alimentará a su retoño con leche agria porque ni un milagro hará que produzca leche normal. Nuestras maletas entraron sin problemas y pesaban menos de lo permitido así que pasamos sin drama pero por delante de nosotros un grupo de estudiantes se las vieron canutas y terminaron poniéndose varias camisetas y otra ropa para que la borde aquella los dejara continuar.
En la sala de espera metieron en una guagua a los del transporte preferente, después nos metieron a nosotros en otra y una vez cerraron las puertas, no pasó nada por quince minutos. Estábamos allí, en medio de la pista, sin que se supiera muy bien que sucedía. En algún momento alguien debió dar algún tipo de permiso y las dos guaguas comenzaron su viaje hasta el avión y como siempre, perdimos la dignidad corriendo para conseguir sitio. Me gusta mucho más este sistema que el de asientos preasignados. Esto es más emocionante.
El vuelo transcurrió sin problemas y una vez en Eindhoven tomamos el autobús Phileas que nos llevó a la estación de tren de Eindhoven y desde allí el tren que nos dejó en Utrecht. Fue un viaje de cuatro días bastante intenso en el que revisité una de las ciudades europeas que más me gustan.