En una de las ocasiones que visité Giethoorn se celebraba durante ese fin de semana un festival de canciones marinas y el diminuto pueblo estaba lleno de gente disfrazada y grupos que iban por los canales cantando viejas canciones holandesas. De entre todos ellos me gustó mucho el pirata de la foto de hoy. Vuelvo a repetir que Giethoorn no es un lugar de fácil acceso usando el transporte público y eso lo ha mantenido a salvo de la invasión turística. Por eso mismo es uno de los lugares favoritos de los holandeses para pasar un domingo con la familia, para ir de juerga de despedida de soltero/a con los amigos y para todo tipo de celebraciones.
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Fifty Dead Men Walking
El cine británico parece ser una fábrica de buenas películas. Sus directores saben lo que nos gusta al público y no deben recibir tantas subvenciones como en el cine español puesto que ni son pretenciosos ni buscan realizar obras de arte intragables como las que se dirigen por España día sí y día también. Ya sean películas de época, comedias románticas o sucesos basados en hechos reales, son capaces de ajustar la historia y conseguir un producto realista. Una de esas películas basadas en hechos reales es Fifty Dead Men Walking, la cual no tiene fecha de estreno en España y es más que probable que nunca llegue a la cartelera ya que por descontado, le falta la sombrilla de una gran productora norteamericana y no es cine para aborregados y similares.
Un julay terrorista les da por culo a la chusma armada y canta más que un tenor de ópera granjeándose el odio de todos
Martin McGartland era un joven irlandés que acabó siendo reclutado por el IRA. Al mismo tiempo se convirtió en un espía para la policía británica y poco a poco fue subiendo en el escalafón de la banda mientras pasaba información que permitió salvar un montón de vidas de hombres que de otra forma habrían acabado bajo tierra. De ahí viene el título de cincuenta hombres muertos andando, de las cincuenta vidas que salvó con su heroísmo.
El terrorismo es una sucesión de actos de violencia ejecutados para infundir terror. No tiene justificación de ningún tipo, no tiene legitimidad alguna y por más que algunos intenten enmascararlo con ideas al final no deja de ser más que el acto de una bestia miserable que tendría que haber sido erradicada de la sociedad desde su nacimiento. En España se conoce bien el asunto porque por desgracia una banda de hienas lleva décadas haciendo de las suyas y nuestra corrección y el supuesto desarrollo nos impide entrar a saco en sus casas y acabar con ellos como haríamos con cualquier rata. La película nos muestra la forma en la que las redes de terroristas capturan a los jóvenes y la forma en la que los sumergen en su realidad paralela y distorsionada. Aquí veremos además como la víctima se rebela desde el comienzo y ayudará a la policía avisándolos de aquello que planeaban. Será una lucha perdida desde el comienzo ya que en el mismo momento en que decidió traicionar a los asesinos firmó su sentencia de muerte.
La película probablemente tiene un montón de datos erróneos pero aún así el mensaje básico está bien claro. Veremos la confusión del joven, el momento en el que se da cuenta que los terroristas no son ese grupo heroica y admirable sino una banda de asesinos despiadados, lo seguiremos mientras juega en los dos bandos y su vida pende de un hilo. A su alrededor, la ciudad de Belfast en los ochenta era un campo de batalla en el que se libraba una guerra terrible. El protagonista hace un trabajo excelente y resulta totalmente creíble, el director supo centrarse al contarnos la historia y la película nos atrapa desde el primer instante y es de esas que te mantienen pegado en el asiento hasta que termina y aún entonces, sales del cine pensativo y tratando de asimilar toda la información que has recibido.
Una de esas pequeñas joyas que se disfrutan con gusto. Una película para ver con un buen grupo de amigos ya que seguro que despertará las ganas de conversar cuando haya terminado.
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En la Venecia del Norte de Europa
Comenzamos una pequeña serie con fotos tomadas en Giethoorn, un pequeño pueblito del norte de los Países Bajos y uno de los secretos turísticos mejor guardados. No resulta fácil llegar a este lugar a menos que tengas un coche y por eso se ha mantenido a salvo de las hordas de turistas. En Giethoorn el agua es la gran protagonista, todas las casas del pueblo son pequeñas islas y entre ellas hay multitud de canales que se pueden recorrer con la ayuda de embarcaciones con motor eléctrico o impulsadas por una pértiga como si fueran góndolas. De este último tipo es la que se puede ver en la foto. Como curiosidad comentar que la mayor parte de las fotos las hice en los años 2002 y 2003 con mi primera cámara digital, una Canon Powershot G2.
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Los otros
En algún lugar del código genético que nos define como bestias medianamente conscientes alguien encajó unas líneas de código para anular y rechazar lo extraño. Esas mismas líneas nos encauzan hacia aquellos que pasan las pruebas de compatibilidad que de forma inconsciente realizamos. Por eso vemos que los blancos van con los blancos, los negros con los negros, los folloneros gustan de organizarse en grupos, los chichones van a la playa en bandadas y si algún día vas a Vecindario, la capital del reino de Mordor, una ciudad en el sur de Gran Canaria, verás que esas monstruosas vacas amorfas avanzan por el centro comercial en manadas.
Los prejuicios surgen de ese lugar, de esa pequeña malformación en nuestro código. Miramos a lo diferente con suspicacia y si podemos lo evitamos. Puede ser algo tan sencillo como elegir otro asiento en el autobús porque no te gusta esa chichona con piercings por su boca o ese tipo completamente cubierto en tatuajes. No te dicen nada, no te miran, ni siquiera existes para ellos pero el sistema subconsciente que controla tus movimientos más básicos manda señales de alarma y pasas de largo la fila y te sientas lo más lejos que puedes o directamente te quedas de pie para evitar el contacto.
Yo también lo hago. Soy consciente de mi tendencia a evitar a la gente que suda y también a las moras estas que van tapadas como cuervos. En mi cabeza, tan pronto como se aproximan, aparece el mensaje «terroristas de mierda». Por suerte nunca he tenido que hablar con ninguna ya que su religión no se lo permite porque no sé como reaccionaría si alguna me dirige la palabra, igual reacciono echándome a correr o directamente me desmayo y al despertarme llamo al número para denunciar terroristas.
Todo este extraño prólogo es para describir un poco a los Otros, esa gente que se mueve fuera de nuestro círculo de confianza, en la zona de desconfianza. Esta semana ponían un reportaje sobre un restaurante en la ciudad de Hilversum. Era uno al que yo solía ir de cuando en cuando con los colegas y que cerró. Alguien alquiló el local, abrió otro restaurante y no funcionó como esperaba. Desesperado contactó con un chef que tiene un programa en la tele y que se dedica a obrar milagros y arreglar aquello que está abocado al desastre. En este restaurante, además de diseñar un nuevo menú lo que hicieron fue contratar a empleados de una organización muy especial. Escondido en los bosques que rodean la ciudad de Hilversum hay un pequeño poblado en el que viven un montón de personas con deficiencias psíquicas y otros que nacieron sin la suerte que tuvimos otros y por alguna ironía del destino acabaron con etiquetas como subnormal, mongólico, retrasado y demás. En el lugar en el que viven hay un montón de gente que trabaja ayudándolos para que su vida sea lo más normal posible y no pasen por este mundo sin tener que avergonzarse. Recuerdo que cuando era pequeño, en la calle de la Isleta en la que vivía, una familia tenía un hijo subnormal y lo ocultaban en la casa. Lo sacaban de cuando en cuando a la calle, solo entre semana y durante la jornada laboral, en el momento en que la calle estaba vacía. En los veintipico años que viví allí creo que lo vi dos o tres veces, siempre estaba en la casa, encerrado, apartado del mundo por ser una vergüenza para la familia. En Hilversum, en ese lugar en el bosque, viven muchos como él y la organización que se encarga de ellos tiene un local en el pueblo en el que realizan diferentes oficios. Unos aprenden costura, otros cocinan, otros hacen manualidades y junto a ellos hay un montón de voluntarios, gente como tú y como yo que acude allí una o dos veces al mes a pasar unas horas con estos ángeles que siempre tienen una sonrisa en su cara. Son los Otros, nuestra programación interior nos impulsa a rechazarlos, a alejarnos de ellos como de la peste porque quizás eso que los hace distintos es contagioso aunque todos sabemos que no se pega, que no es una infección y que ninguno de ellos eligió ser como es, igual que nosotros no elegimos el color del pelo, nuestra estatura o una buena dentadura.
Un día de este verano fui a esa organización para que me ayudaran. Tenía tres pantalones que quería ajustar y una de mis amigas me dijo que ellos lo pueden hacer. Por supuesto tuve que luchar contra todas esas alarmas que se disparan cuando los ves cerca. Pasé por el lugar temprano, nada más abrir y todos estaban sentados en una mesa enorme desayunando. Había un gran bullicio y cuando me vieron se quedaron callados, mirándome. Un montón de ojos y de caras sonriendo me observaban con atención mientras yo chapurreaba mi holandés. Dejé los pantalones allí y unos días más tarde pasé a recogerlos. Además de un trabajo excelente, el precio que me cobraron fue irrisorio. Por ocho euros me arreglaron tres pantalones e hicieron un trabajo de primera.
Otro de los grupos de chicos, el que aprende a cocinar es el que ha proporcionado empleados para el restaurante en Hilversum. En el programa se ve como los chicos preparan los platos en la cocina y como otros se encargan de atender a los clientes del local. Al principio algunos de los clientes se muestran nerviosos o suspicaces. No quieres que esta gente te atienda o prepare tu comida, das por sentado que no lo harán bien, que la calidad no será la apropiada y no es cierto, el restaurante es ahora un éxito increíble y los platos que cocinan son espectaculares. Ellos que han nacido con un montón de elementos en su contra nos recuerdan que si procuramos no ser tan intolerantes y los aceptamos, se pueden integrar entre nosotros y vivir sus vidas, trabajar como cualquier hijo de vecino y ganar un salario digno.
Para nosotros debería ser un privilegio el poder tratar con esta gente, dejar que nos abracen, que nos sonrían y que nos muestren su cariño. Algo tan sencillo como esto les alegra el día y si nosotros no fuéramos tan hipócritas reconoceríamos que también puede alegrar el nuestro. Los Otros, esos que no son iguales a ti no tienen porqué ser malos o peligrosos, simplemente son distintos.