Después de haber pasado una semana rodeado de extraños en Polonia, una de las reflexiones que me vino a mi retorcida mente fue sobre algo que no me había preguntado nunca. Mientras compartíamos momentos fotografiando águilas y paseando por un lugar en el que les sobra naturaleza, los compañeros me preguntaban por el tipo de fotógrafo que soy. Todos ellos han elegido especializarse en un campo determinado, limitan el espectro de las cosas que fotografían a grupos muy concretos como las aves, los paisajes, los retratos, la fotografía macro y similares. Muchos de ellos se centran aún más y los hay que solo fotografían pájaros pescadores, otros únicamente búhos y uno solo le gusta fotografiar tulipanes.
Nunca me había parado a pensar el tipo de fotografía que me gusta porque a mí lo que me satisface es hacer fotos y me da igual que sean de una cosa o de otra, me lo paso igual de bien yendo a Polonia y pasándome una semana haciendo fotos de águilas que fotografiando platos de comida o visitando el Keukenhof o recorriendo una ciudad nueva y encontrando rincones que me quiero llevar con mi cámara. No tengo una especialidad determinada, hoy pueden ser bicis, mañana magdalenas y el jueves hojas caídas en el bosque. Tampoco me considero un fotógrafo sino alguien a quien le gusta la fotografía y es capaz de extraer de la misma muchas sensaciones positivas. El equipo que tengo ha ido creciendo caóticamente empujado por esta indefinición. Mientras unos se centran en comprar objetivos enormes para satisfacer su reducido espectro fotográfico, yo intento abarcar lo más posible porque las circunstancias de las fotos que hago hoy son muy distintas de las que haré mañana.
Mi incursión en este tipo de fotografía me ha dejado con sensaciones muy positivas. Aunque nunca me lo había planteado, parece que valgo para atrapar las imágenes de un pájaro en vuelo y mi dominio del equipo que tengo me permite determinar los ajustes adecuados para conseguir una imagen decente. Esto que puede parecer simple y directo es lo más complicado. Muchos se estrellaron contra el muro de su propia incapacidad para determinar los parámetros que hay que cambiar si las circunstancias varían. No es lo mismo hacer fotos de águilas con el cielo despejado que nublado, no se puede seguir un ave en vuelo de la misma forma si el agua está como un plato o si el bote se menea como la compresa de una coja. Para mí resulta obvio que las condiciones del momento en el que quieres capturar algo son determinantes para conseguir una buena imagen y me sorprendió ver la cabezonería de algunas personas y lo poco flexibles que son a la hora de adaptarse a los cambios.
Tuve momentos de gran frustración cuando después de hacer una serie de imágenes las revisas y te das cuenta que no están enfocadas y que has de desecharlas. En esos instantes maldices la tecnología aunque sabes muy bien que si ha habido un fallo, es de la persona que manejaba la cámara y no de la misma, que es una máquina de gran precisión preparada para responder a nuestras órdenes. En esta semana he aprendido un montón, sobre mi cámara, sobre mis objetivos, sobre fotografía y sobre un montón de cosas más. He visto un mundo distinto, un país pobre y subdesarrollado, con una gente amable y cariñosa cuando te conocen pero algo hosca cuando te tratan las primeras veces.
Me pregunto qué era lo que buscaban las otras personas que fueron conmigo a Polonia. Yo solo quería pasarlo bien y disfrutar con la experiencia y lo conseguí, he vuelto a casa cargado de anécdotas y con más de dos mil imágenes de las que algunas seguro que merecen la pena.