Todos los que visitan Roma y van a ver el Coliseo sienten ese correntazo de electricidad que produce la historia de esa maravilla del mundo. Es un estadio impresionante construido hace casi dos mil años y que sigue en pie. Prueba de la excelencia de su construcción es que se usó durante quinientos años y aún hoy en día lo visitan miles de personas que caminan por su interior, escuchando los susurros de los fantasmas de aquellos que estuvieron allí hace siglos y siglos. Imaginad lo que tenía que ser llegar a Roma y ver la imponente figura de este edificio colosal.
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Mariconas viejas
Después de mucho pensarlo he optado por incluir la anotación de hoy dentro del Hembrario ya que aunque no se trata de mujeres, sí las afecta enormemente y al fin y al cabo, los pájaros de hoy forman parte de la fauna que las rodea. Hacía ya un tiempo que quería retomar una de las series más largas y absurdas que he comenzado en estos años pero la pereza me puede y he estado eludiendo el asunto. Por casualidades de la vida, en los últimos meses he estado expuesto a las pésimas radiaciones de una maricona vieja y me ha servido para recordar que mi misión en este mundo es la de identificar y catalogar todo aquello que me llama la atención.
En el universo fascinante que pululaba por la Isleta, ese barrio legendario en el que me crié, había una serie de hombres distribuidos por todo el lugar a los que todo el mundo conocía y de los que se hablaba en voz baja. Eran las mariconas viejas, una gente que sobrevivió a cuarenta año de dictadura y que recién llegada la democracia se despiporraban al grito de libertad. No supieron entender este concepto y pronto derivaron hacia el libertinaje. Las mariconas viejas se movían entre las mujeres, corrían al encuentro de cualquier grupo que se formara, ya fuera de Alcahuetas, Noveleras o Farfullas. Ellos sentían la llamada irresistible de estos grupos de féminas y no tardaban en llegar gesticulando, gritando y provocando la desbandada entre las risas de ellas. Las mariconas viejas buscaban la complicidad de alguna de las hembras y se les pegaban cual ladillas. Las adulaban y trataban de aconsejarlas con zafios susurros en los que siempre decían desearles todo lo mejor. Tras su careta de bondad y amiguismo se escondían seres resentidos, cargados de odio hacia ellas por ser lo que ellos no podían ser y aún más, desesperados por atraer hacia ellos toda la atención. Las mariconas viejas manipulaban y conspiraban contra todas aquellas a las que consideraban una amenaza y su estela de odio y rencor se mantenía hasta horas después de haber pasado por un lugar. Por eso y por mucho más eran odiados y evitados, particularmente por todas aquellas que sabían identificar su mezquindad y mal carácter. A las mariconas viejas se las reconoce por la devastación que el tiempo ejerce sobre sus cuerpos. Aparentan mucha más edad de la que tienen porque todo ese odio y rencor les pasa factura en la cara y en el resto del cuerpo, sumando años y años y avejentándolos hasta niveles dantescos. Ellos intentan enmascarar esta momificación mediante perfumes apestosos, ropas de marca y refinados ademanes pero no consiguen engañar a nadie. En los últimos años, con los avances en cirugía estética, se han lanzado de cabeza a los retoques y muchos de ellos se han terminado por volver caricaturas de seres humanos, alimañas que nos recuerdan a las brujas de los cuentos y lo curioso es que en su interior comparten el mismo corazón que esas mujeres que solo obtenían placer causando daño al prójimo.
Al contrario que otros grupos que están en peligro de extinción, el de las mariconas viejas anda en plena edad de oro, son más que nunca, más agresivas, más horrorosas y pasean sus pellejos, sus arrugas y esos hocicos de zorrones asquerosos que no merecen más que nuestro desprecio. Los puedes encontrar en cualquier lugar del mundo, adulando y tratando de ganarse la confianza de alguna mujer incauta antes de clavarle el puñal y tratar de enterrarlas porque odian a aquellas a las que deberían adorar, son escoria humana que no se detiene ante nada para ejercer su mal. Ahora hacen uso de la tecnología y te los puedes encontrar en cualquier lugar de la red, camuflados como intelectuales de cortas miras o como chicas modositas. Son una plaga que no hay forma de atajar.
Si te encuentras con alguna maricona vieja, te aconsejo que pongas tierra de por medio, que te alejes de ella y nunca vuelvas a mirar atrás. Avisa a tus amigas, a tus conocidas, a todo el mundo y ponlos en guardia para que no caigan en las redes de esos seres viles. Déjalas que se ahoguen en su propia bilis.
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Limpiando la casa o algo parecido
Me pregunto hasta qué punto hemos substituido a la manada con eso que llamamos amigos. Vivimos en un mundo demasiado grande y en el que nos comunicamos con demasiada gente y pese a que esto expande nuestras opciones, puede terminar por aislarnos. En el pasado uno nacía y moría en el mismo lugar y muy probablemente no se alejaría de ese sitio más de unos pocos kilómetros y siempre por razones excepcionales, como una gran celebración o una boda.
Hoy en día ese anclaje geográfico ya no es tan fuerte y no es extraño toparte con gente que deja su país y se mueve a otras tierras. Sueles llegar a tu nuevo hogar ya crecidito, después de pasar el periodo educativo, lo cual también es importante puesto que muchos de los vínculos más fuertes los creamos en esa fase de nuestra vida. Por eso, cuando comienzas a moverte en tu nuevo entorno, lo primero es afianzarte y encajar en esa sociedad, descubrir lo que hacen e imitarlos. Si no lo consigues, si no logras tener buenos amigos y sentirte a gusto, terminarás por volver a tu país y aunque consideres que la experiencia fue satisfactoria, muy dentro de ti sabes que fue tu propia imposibilidad la que determinó el fracaso. La lista de gente que se ha regresado y que conozco es enorme.
Nuestra alta movilidad geográfica nos ayuda a tender puentes entre el mundo que dejamos atrás y el que comenzamos a construir y si todo va bien, terminas integrando los dos lados de ese camino y fusionándolos en algo nuevo y distinto. Las fases para conseguir esto aún no las tengo muy claras, pero tras ocho años trabajando en el tema, siento que he conseguido avanzar bastante.
Mi primer problema al llegar a Holanda fue la dificultad del carácter, esta gente es muy distinta a nosotros y otorgan sus lealtades de una forma más seria que un español. Nosotros tendemos a ser más desprendidos a la hora de señalar amigos y en el momento de la verdad, una gran parte de los que supuestamente tenemos en nuestra lista simplemente no dan la talla. Mi facilidad para evolucionar vino en mi rescate y seis meses después de llegar ya había roto las defensas de alguien. Me sorprendió el esfuerzo que tuve que dedicarle pero aún más me sorprende hoy en día la fortaleza de la amistad, a miles de siglos de distancia de otras que yo siempre supuse inquebrantables. Después de este primer éxito me enquisté en mi propia complacencia y pensé que los demás harían cola pero no fue así. El segundo fue más duro de conseguir que el primero y en el camino aprendí un montón de cosas sobre la cultura holandesa.
Ahora no noto diferencia entre gente de aquí (holandeses) y los de allá (españoles). Tengo un balance bastante equilibrado de amigos en ambos extremos del puente y además de los unos y otros, están los descastados que como yo viven en Holanda. Con ellos siempre es más fácil porque compartimos la experiencia. Lo que no me gusta de estos últimos es que muchos se volverán a sus tierras, regresarán a casa y tú quedas atrás. Después de un par de conexiones se pierde el vínculo y tras unos años no queda nada. Es ley de vida.
Me gusta pararme a revisar lo que he hecho en los últimos seis meses y ver lo que puedo mejorar. Llevo años haciéndolo con la llegada de la primavera y el otoño. Siempre se puede ir a más y si no lo intentamos será únicamente culpa nuestra. Estos días en los que pienso en los amigos, en esa hoja secreta en la que escribimos el balance de nuestro trato y que si llega a un punto de deudas inaceptable acaba con la relación. También hablo con ellos, me intereso por la logística que hay detrás de cada amistad, esas frases que no se dicen, esas preguntas que no se hacen y que conviene tener en cuenta. Lo sé, soy un bicho raro.