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  • Una vuelta a Holanda de película

    19 de mayo de 2008

    El comienzo de este relato lo tienes en Un exótico viaje de Holanda a Zaragoza

    Creo que de todos los viajes que he hecho, este ha sido el más extraño en lo referente a los desplazamientos. Ya comenté en su día que hice Un exótico viaje de Holanda a Zaragoza y la vuelta fue tan peculiar como la ida. Comenzó pasado el mediodía tratando de conseguir un taxi para ir al aeropuerto en el centro de Zaragoza. O pasaban llenos o directamente no venía ninguno por una de las arterias principales de la ciudad. Era algo un pelín surrealista. Unos días antes había mirado las posibilidades para llegar hasta el aeropuerto usando el transporte público y eran casi nulas, particularmente en domingo. El primer autobús me dejaba allí muy tarde y ni siquiera había garantía alguna ya que todo el mundo sabe que el concepto de horario español es muy avanzado e incluye las horas anterior y posterior. Cuando finalmente paramos un taxi, salí a escape hacia mi viaje de vuelta. De nuevo volvimos a cruzar por varias obras sin acabar y el taxista me iba relatando el dramático estado de cada una de ellas y las medidas que se iban a tomar para solventarlo en unas pocas semanas.

    El aeropuerto estrena terminal, un edificio pequeño y coqueto por el que pasa mayormente Ryanair y al que estos llaman aeropuerto de los Pirineos, ya que esa compañía aérea no considera a Zaragoza como un destino turístico relevante. No tenía que facturar y fui directo al control de seguridad, en donde un montón de guardias civiles me recibieron expectantes por ver si pitaba en alguno de sus arcos, lo cual no sucedió porque soy perro viejo y la práctica me ha convertido en una máquina eficiente que cruza los aeropuertos dejando únicamente tras de mi el rastro de la jiñada con la que recupero las abusivas tasas que me obligan a pagar. Después de comprobar que los baños funcionan y de flipar con los urinarios con tapa, primera vez en mi vida que los veo y aún me pregunto la utilidad que puede tener el ponerle tapas a esos artilugios y si alguien con medio dedo de frente osará abrir la tapa de uno de ellos si está cerrada, me acerqué a la puerta de embarque. Nuestro avión ya estaba allí y quince minutos antes de la hora prevista ya nos tenían embarcando. Entré el primero en el avión y me senté en la primera fila, justo al lado de la puerta, enfrente de las dos chochas que iban a ser nuestras camareras las dos horas siguientes. La gente fue llegando y tomando posiciones y casi media hora antes estábamos todos dentro y listos para dejar atrás España. En el aeropuerto había otro avión, el del Real Madrid, que jugaba ese domingo allí.

    Una pasajera se acercó a las azafatas bastante alterada y cuando todos pensábamos que iba a denunciar a alguien por tocamientos o algo parecido les dijo que estaba preocupadísima porque se le había caído en la terminal una copia de la tarjeta de embarque y temía que alguien pueda usar la sagrada información que hay en la misma para hacerle pupita cibernética. La azafata hacía desmedidos esfuerzos por no echarse a reír en la cara da la mujer y trataba de explicarle que en la susodicha tarjeta solo aparece su nombre y su número de pasaporte y de ninguna manera esa información se puede usar para el provecho personal. Le tuvieron que jurar a la mujer que avisarían a los que estaban en la terminal para que dieran el parte y buscaran porque ella lo que deseaba es que se retrasara el vuelo hasta que un equipo cualificado de GEOS explorara al completo la terminal y a todos sus ocupantes y localizara ese papel tan importante. Cuando la mujer se fue de vuelta a su sitio, las azafatas se escondieron en un rincón donde solo yo las podía ver y se desbolichaban con los conceptos expresados por aquella mujer, más cercana a la locura que a otra cosa.

    Ni dos minutos más tarde cerraron las puertas y nos pusimos en camino. Al despegar pude ver Zaragoza desde el aire y reconocer muchos de los lugares que visité en los días anteriores. Pusimos rumbo hacia Bélgica y me quedé dormido al momento. Me desperté con el inicio de las maniobras para el aterrizaje, mucho antes de la hora prevista. Desde el aire, la zona donde está el aeropuerto de Charleroi se ve cutre con ganas. Aterrizamos y el avión se detuvo frente a la nueva terminal de pasajeros. Me acerqué a los mostradores y compré un billete combinado de autobús y tren por diez euros y medio y con el mismo fui a esperar la guagua que nos iba a llevar hasta la estación de Charleroi Sur. Se llenó con gran parte de los pasajeros de mi vuelo y pronto arrancamos. A nuestro alrededor casas de aspecto cochambroso y urbanizaciones que parecían fuera de lugar en este lugar de Europa y eran más propias de polígonos en ciudades llenas de criminales. La estación de tren está en obras y tiene un aspecto de pena, al que contribuyen los matados que hay en la puerta para darle algo de color. Bélgica no tiene un sistema ferroviario tan sofisticado como Holanda y pese a encontrarnos cerca de Bruselas, tuvimos que esperar cincuenta minutos para el siguiente tren ya que en domingos hay uno por hora (desconozco si entre semana la frecuencia es mayor). Nuestro tren debería salir del andén número dos y allí estábamos todos, incluido el revisor, pero el tren no llegaba. En otro andén había un tren parado y la gente le preguntaba al hombre si no sería ese y él lo negaba vehementemente. Tenía un pelo a lo Juan Tamariz que luchaba contra el gorro de su uniforme y más tatuajes en los brazos que el primo delincuente de Popeye. A la hora en la que debíamos salir contactó usando una emisora que llevaba con alguien y le confirmaron que nuestro tren era el otro. Salimos todos a escape y después de resuelto el entuerto solo tuvimos que esperar cinco minutos más a que llegara el maquinista, el cual no había conseguido alcanzar su puesto de trabajo a la hora debida. Finalmente arrancamos en un tren que se puede usar sin problemas en cualquier película de la Segunda Guerra Mundial y que me recordaba todas esas historias que he visto en las que la gente va a los campos de concentración. Frente a mí se había sentado una chocha del martes que se quitó los zapatos y plantó sus pinreles en el asiento. Esas pezuñas pedían a gritos una palangana con espíritu de sal para limpiarlas. Ella no dejaba de hablar en francés con alguien. Tenía el acento de los belgas, que a mí siempre me ha sonado como a retardados porque alargan las palabras de una forma muy extraña. Cruzamos varios pueblos que parecían llenos de gitanos que vendían sus mercancías desde sus coches en unos mercados de baratijas y cachivaches usados. El tren se paraa de cuando en cuando sin razón aparente y tras unos minutos volvía a arrancar. Ahora entiendo por qué los Flamencos se quieren separar del resto de Bélgica. El lado francófono está a cuatro décadas de la parte norte. Aquello tiene una pinta horrible. Lo mejor que han producido en los últimos años son esos pederastas que entierran todos los niños que liquidan en su jardín. Después de una hora de recorrido por el tercer o cuarto mundo llegamos a la estación de Bruselas Noord en la cual me bajaba, no sin antes pasar previamente por la oscura y acojonante Bruselas Centraal, una estación que es perfecta para rodar una película de terror. Tenía que buscar la terminal de Eurolines, la cual está señalizada a la belga o lo que es lo mismo, con carteles que te llevan hacia distintos lugares y que cuando desaparecen te dejan en el medio de la nada más absoluta. La estación era bastante tétrica y daba miedo por toda la gentuza que caminaba allí dentro mirando tu maleta y tus ropas. Hacía tiempo que no me sentía tan inseguro. Llegué a las oficinas de Eurolines y me dieron la tarjeta para mi autobús. Salí a esperarlo entre delincuentes de todos los países de Europa y una banda de africanos que no parecían trigo limpio. Cuando nuestro conductor abrió las puertas, saltamos todos dentro. Este era mi primer viaje con Eurolines. Le había preguntado a un par de amigos que me habían dicho que está muy bien y es barato. Mi experiencia es que el viaje fue una mierda, mayormente porque el baño del autobús no lo habían limpiado desde la época en que los WHAM aún eran un grupo de éxito y apestaba hasta niveles insoportables. No había forma de no oler aquel hedor, era asqueroso. Camino de Utrecht parábamos en Amberes y allí se bajaron dos personas. Después seguimos y al cruzar la frontera una moto de la policía holandesa se puso delante de nuestro autobús y lo forzó a parar en un área de descanso cercana. Allí entraron varios policías, comenzaron a revisar los pasaportes y se llevaron a la banda de africanos. Vinieron cinco minutos más tarde y empezaron a revisar las bolsas de basura que estos tenían junto a sus asientos y encontraron gafas y otros objetos en ellas.Volvieron a marcharse y veinte minutos más tarde informaron al conductor para que siguiéramos nuestro camino sin ellos, que los mandaban directos a un centro de detención antes de devolverlos a sus países. Durante el tiempo que estuvimos parados salimos todos para respirar aire fresco. Al entrar respiré hondo y traté de contener la respiración durante la hora que me faltaba de ruta pero no lo conseguí. Por suerte no había mucho tráfico y llegamos a Utrecht más o menos a la hora prevista. Salí del autobús de Eurolines en dirección a la parada de guaguas de Utrecht, contento de volver a caminar por el primer mundo y allí tomé el que me llevaría a mi casa. En total fueron nueve horas para ir desde Zaragoza hasta Utrecht usando un taxi, un avión, una guagua, un tren, un autobús de largo recorrido y otro local.

    A partir de ahora no iré a ningún lugar al que no se pueda volar directamente desde Holanda.

  • La semana pasada en Distorsiones

    19 de mayo de 2008

    Al final de esta semana los vientos alisios empujarán un avión hacia los Estados Unidos y yo estaré en su interior. Después pasaré diez días en Nueva York, revisitando el lugar y viéndolo con su vestido de primavera y espero que no sean los menos diez grados que tuve la primera vez que estuve allí. Esta semana han llegado mis padres a Holanda y ellos me acompañarán en ese viaje.

    Esta ha sido una semana fundamentalmente viajera centrada en Zaragoza y alrededores. Tuvimos Un exótico viaje de Holanda a Zaragoza que demuestra lo complejo que puede ser visitar un lugar no muy lejano. Después vino Zaragoza es Caesaraugusta y a este primer día le sucedió El castillo de Loarre, Monasterio de San Juan de la Peña y Jaca y acabamos con Finalizando la visita a Zaragoza. Esta semana finiquito este viaje con el alucinante relato del regreso a casa.

    Tras un montón de semanas, hemos llegado al final de la serie de Fotos sobre Roma Ciudad Eterna. Hemos visto El Vaticano desde el castillo de Sant’Angelo, Una ventana en las Termas de Caracalla, estuvimos Dentro de la basílica de Santa María la Mayor, Santa Maria degli Angeli e dei Martiri, el Moisés de Miguel Ángel y Interior de una basílica. Mañana vendrá el álbum en el que agruparé todas las fotos y después estaremos unos días revisitando algunas fotos antes de seguir con unas cuantas más de la visita a Dublín en diciembre del año pasado. Relacionado con Roma tuvimos Cargando contra la chusma, uno de esos instantes que se capturan de pura chiripa, por estar en el lugar adecuado en el momento oportuno.

    Por último, el Cine de esta semana fue la excelente Into The Wild – Hacia rutas salvajes y una película que de lo mala que es resulta buena llamada Speed Racer.

    Vuelvo a recordaros que a partir del sábado Distorsiones, la mejor bitácora sin premios en castellano, funcionará en modo automático porque no pienso llevarme el ordenador.

  • Speed Racer

    18 de mayo de 2008

    Si hay un trailer que me haya dado mal rollo este año, ese ha sido el de Speed Racer. Un exceso de colores, una mezcla de personajes reales y escenarios que parecen sacados de los dibujos animados y un montón de pequeños detalles que se me antojaban a priori como de dudoso gusto y tenía una profunda sensación de estar ante uno de los grandes pallufos del año. Por suerte esto no me detuvo y fui a ver la película y he de decir que me ha gustado.

    Un julay poligonero saca a la piba a pasear en el jaco tuneado con la esperanza de endiñarle el pollote entre sones de guarretón

    Hay películas que son tan malas que llegan a ser buenas y nos gustan. Esta es una de esas. Si consigues pasar de los primeros cinco minutos todo lo que viene después es entretenimiento sin más. Hay un montón de colores brillantes y algunas frases antológicamente tontas pero también hay unas secuencias de carreras tan buenas como las carreras Pod de Star Wars Episodio I: La Amenaza Fantasma. Si te lo planteas como diversión pura y dura es más que probable que pases un buen rato, con malos malísimos, unos buenos medio acarajotados a los que las cosas les salen bien de pura chiripa, una chica encoñada con el protagonista que es capaz de todo por ser la Elegida y poder recibir en su almeja su sable del amor y con este chico algo aniñado y por momentos retardado que solo sabe hacer una cosa bien y para desgracia suya eso no es copular sino conducir coches tuneados a toda velocidad. Este caramelo de diseño nos llega firmado por los Wachowski Brothers, los mismos de la trilogía de la Matriz. El protagonista es el joven y prometedor Emile Hirsch, al cual he podido ver en dos papeles muy distintos y parece defenderse bien en ambos.

    No hay mucho más que se pueda decir de esta historia bien simple. Es quizás más el tipo de cine para ver con niños porque tiene una dinámica que se ajusta mucho más a su forma de ver las cosas pero aún así quizás deberíais darle una oportunidad y aprovechar para ir con los amigotes después de una juerga brutal y cuando vuestra única y preciada neurona no tiene un gran día.
    6artuditos

  • Moisés de Miguel Ángel

    18 de mayo de 2008
    Moisés de Miguel Ángel

    Moisés de Miguel Ángel, originally uploaded by sulaco_rm.

    No me canso de repetir que Roma es una ciudad llena de maravillas. Están en la calle, en plazas y rincones, en ruinas y dentro de la miriada de iglesias y basílicas que llenan la capital del Cristianismo. En la basílica de San Pietro in Vincoli hay dos hitos que uno no puede perderse. Por una parte están las reliquias de las cadenas con las que ataron a San Pedro durante su encarcelamiento en Jerusalén. Por otra tenemos el Moisés de Miguel Ángel, toda una joya que fue originalmente esculpida para poner en la tumba del Papa Julio II en la basílica de San Pedro. Para ver este Moisés hay que ir a determinadas horas al día porque la iglesia tiene unos horarios algo extraños. Está a medio camino entre el Coliseo y la estación de tren, escondida y sin la espectacularidad exterior de otras basílicas porque su belleza la esconde en su interior.

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