Otra fresca mañana de primavera en la que el cielo amanece parcialmente nuboso con humedad un poco alta y una probabilidad del treinta y cinco por ciento de lluvia. Llego a la estación y por culpa de las nuevas medidas de seguridad impuestas para incrementar nuestra protección ante la creciente posibilidad de un ataque de terroristas hijosdeputa islámicos en este hermoso país tengo que dar un rodeo y llego al andén por unas escaleras. El tren aparece puntualmente y subo a uno de los vagones en los que se permiten bicicletas escuchando un audiobook. Mis peores temores se confirman un par de minutos más tarde, cuando estamos a punto de partir y aparece El Chino con su bicicleta la Pitusa. Lo saludo resignado y respiro hondo. Aún me acuerdo de lo que sucedió el día anterior cuando el colega me abordó en el tren y pensé que me moría. Ya he explicado el concepto de higiene bucal chino, esa cultura milenaria en la que de tanto que inventaron se les olvidó la pasta dentífrica y los cepillos de dientes y han optado por las gárgaras con refresco de Cola. Un lunes cualquiera este hombre llega después de un atracón en un restaurante chino con bufete y no hay quien permanezca a menos de diez metros de él, su aliento mata hasta las bacterias más dañinas. He visto mujeres hechas y derechas llorar y salir corriendo después de menos de treinta segundos bajo el influjo de esa pestilencia fétida, he visto estrellas morir al recibir esos vientos bucales odoríferos y he podido ser testigo de esas caries que han sufrido tanto en esta vida, que han de sobrevivir en ese ecosistema hostil. Le rezo al gran Dios de los católicos para que no lo haya alimentado la noche anterior con jareas o algún tipo de pescado seco y pienso en todas esas sugerencias que he enviado a la empresa ferroviaria para que compren trenes con ventanas que se puedan abrir. Al Chino le precede ese agrio olor a carne podrida y macerada en salsa de ostras incorruptas. Se sienta frente a mí. En ese momento se cierran las puertas del tren y comenzamos a movernos. Voy a decir algo inteligente y sofisticado cuando le suena el teléfono móvil. Mira a la pantalla y dice:
? Mishi, Mishi, Omaiiiiiiita ? y suelta una retahíla en Chino auténtico que me deja pasmado. Tras unos instantes de silencio en los que parece estar escuchando con gran atención me mira irritado.
?Yo a señora del JardínFrondoso decir que examen no hacer, yo holandés prueba pasar con trampas y repetir querer no. Usted no comprender. Yo Eurocerdo pronto ser y pasaporte azul tener y visa no pagar más. Usted llamar a mí no más o yo teléfono no coger ? dijo mezclando al menos tres idiomas y quizás cuatro o más. Una jovencita sin barba y posiblemente sin bragas que se sentaba al otro lado del pasillo salió huyendo del hedor que escapaba de aquella boca parlanchina. En algún lugar del mundo un lobo-hombre aullaba y seguro que no era en París. El tren corría por las vías a ciento treinta kilómetros por hora cuando El Chino se vuelve a quedar callado escuchando.
? Tú comprender no, yo ser claro y puños decir como verdades. Examen nuevo pasar no, aprobado ser y estar, holandés pasaporte con esfuerzo y trampas ganar. Tú Chino honesto engañar querer y Chino picar no incluso si tapas ser. Fin de semana ni noche ni día examen nuevo hacer porque trampa ser y quitar pasaporte ? le dijo al hombre mayormente en chiquistaní aunque algo de inglés también hubo pero de nuevo os he de recordar que la traducción simultánea hace maravillas. Cortó el teléfono según acabó de hablar y lo apagó inmediatamente para que no lo pudieran llamar de nuevo.
? Otra vez te han llamado los de la Oficina para la Asimilación y Regurgitación de los Inmigrantes. ? pregunté conociendo de antemano la respuesta.
? Llamada de ellos ser. Yo madre primero creer que ser porque número en pantalla desconocido tener y cena en China la hora ser pero persona mala ser e insistir de nuevo y examen querer hacer que yo. Engañarme no. Listo Chino ser. Yo prueba superar ? me dijo indignado. Con el tiempo que había transcurrido mis sensores olfativos estaban totalmente saturados y yo ya no podía oler el hedor pero algunos incautos seguían abandonando el vagón.
? Tendrás que hacer algo. Deja de responder al teléfono o cámbiate de número ? sugerí inocentemente.
? Cambio de número idea buena ser. Yo prepago de tarjeta comprar y número coger nuevo ? y ahí dejamos el molesto incidente con el que comenzó nuestro viaje hacia el trabajo esta mañana.