Viviendo en los Países Bajos uno está rodeado de molinos de viento y terminas asociándolos con el paisaje. No quedan muchos pero los que hay se cuidan con mimo. Hoy recibimos a este Molino de viento en el Club de las 500.
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Lunes Negro
Gracias, gracias por tantos buenos ratos, momentos únicos, silencios llenos de sentido. Gracias por todo y hasta siempre
No quería empezar con algo negativo. Quería que al menos un pedacito de esta anotación sea positivo y alegre.
Hoy no tenéis por qué leer lo que voy a escribir. Lo hago para mí. Para mi cuaderno de recuerdos porque dentro de un año volveré aquí y no sé si mi memoria seguirá siendo tan buena pero no quiero arriesgarme a olvidar nada. Este es un acto de puro egoísmo. Esta es una mierda de semana. Ya nada la puede cambiar. Es y será una mierda. Todo por culpa de un Lunes Negro, un día de esos que no se merece nadie. Este es el relato de lo que sucedió en momentos puntuales y de como me afectó.
La semana comenzó a las siete y media cuando me desperté. Me duché, vestí, desayuné y salí con tiempo hacia la estación de tren porque hacía frío y tardo más tiempo con la bici. Afuera todo estaba helado. Por la ventana de mi dormitorio pude ver a una vecina quitando el hielo de los cristales de su coche. Salí por la parte de atrás y avancé despreocupado hacia la estación de tren. Iba escuchando un Podcast de cine. Hacía frío y de repente comenzó a llover, un agua helada, casi a cero grados que quemaba al golpearte el rostro. Al pasar bajo un puente paré la bicicleta y me puse el chubasquero. Seguí mi camino y llegué a la estación con un par de minutos. Subí al tren. Doblé la bicicleta y cuando me iba a sentar me palpé el bolsillo trasero del vaquero. Allí no estaba la cartera. Perdí un latido cuando me di cuenta de lo que eso significaba. Comprobé mis bolsillos pero no había nada. Tampoco en la mochila. Bajé del tren antes de que se cerrasen las puertas y analicé mis alternativas. O se me había perdido o la dejé olvidada en casa. Como había parado para colocarme el chubasquero no estaba muy seguro. Volví a casa siguiendo la misma ruta, mirando atentamente al suelo por si la veía por algún lado. Cuando llegué al puente paré y perdí un par de minutos rastreando la hierba. No había nada. Seguí hacia mi casa y al llegar miré en la mesa, en la cocina y en aquellos lugares donde suelo dejarla. No estaba. Subí al baño y rebusqué en los pantalones sucios. Tampoco estaba allí. No la vi en el dormitorio de invitados que es el lugar donde suelo cambiarme y tirar las cosas sobre la cama. Comencé a ponerme nervioso, asumiendo que estaba perdida y que tendría que avisar inmediatamente al banco y la policía. Miré en la mesa del ordenador y estaba escondida entre papeles. Respiré aliviado. Comprobé la hora y pensé que podría llegar a tiempo para el siguiente tren. Salí de casa y volví a la estación llevando el chubasquero puesto. La lluvia mojaba los guantes y el frío me entumecía las manos. En mi cara no sentía nada. Llegué a la estación y pude ver el tren saliendo en dirección a Hilversum, un minuto antes de tiempo. Me dio un montón de rabia. Cuando estoy allí nunca sucede, siempre se retrasa y el día que solo aspiras a que sea puntual, el conductor decide irse antes. Tuve que esperar veinte minutos por el siguiente tren. Me subí desde que llegó, doblé la bicicleta y me senté a esperar. A la hora de partida no salimos. Cinco minutos más tarde nos dijeron que estaba roto y no sabían cuanto tardarían en arreglar la avería. Nos recomendaron tomar otro diferente. Bajé y caminé hacia el andén que nos habían dicho con los otros pasajeros. Cuando ya estábamos acomodados dijeron en ese tren que habían reparado el primero y que saldría antes. Volví a cambiarme de tren. Con más de un cuarto de hora de retraso nos pusimos en camino. Ya eran más de las diez de la mañana. Al llegar a Hilversum comenzó a llover fuerte, justo en el momento en el que salía de la estación. Llegué al trabajo empapado y muerto de frío cerca de las once. Estaba de muy mal humor y por culpa de tanto retraso no había podido acudir a una reunión muy importante.
Me crucé con mi jefe y le comenté que era una mierda de lunes y que todo me salía del revés, que era uno de esos días en que mejor te quedas en la cama. Le dije que esperaba que el día fuera a peor. Después de eso llamé a mi madre. Siempre llamo por la tarde pero de alguna manera sabía que tenía que ser por la mañana. Me tomó tres intentos conseguir la conexión. Las dos primeras llamadas se perdieron en los tres mil kilómetros de distancia. Tenía un mal presentimiento y mi madre me lo confirmó. Se me hundió el mundo. Por la tarde iban al veterinario pero no tenían esperanzas. Corté, busqué un despacho vacío y me eché a llorar.
La gente que me conoce dice que se sabe inmediatamente mi estado de ánimo, que soy como un libro abierto. Cuando estoy contento hay un campo de energía que irradia de mí y cuando estoy triste se vuelve un agujero negro. Todos lo sintieron y optaron por esquivarme. No podía concentrarme ni trabajar pero hice un esfuerzo. Por la tarde mi compañero de despacho se fue pronto a casa. Supongo que le acojonaba el mal rollo que había allí dentro. La gente que se pasaba para preguntar algo me miraban a los ojos y se iban casi sin hablar. Cuando me quedé solo cerré la puerta y escribí el texto de anoche. Lo hice sin mirar a la pantalla, llorando sin poder parar. No lo revisé ni lo corregí en ese instante. Lo guardé como borrador en GMail y seguí dejando pasar el tiempo. Intercambié un par de mensajes con mi mejor amigo contándole lo que pasaba.
A la hora de marcharme, mientras andaba hacia la bicicleta lo supe. Justo en ese preciso momento sucedió. No puedo explicar como lo sé pero fue como si un trozo dentro de mi se derritiera y desapareció dejando un vacío enorme. Acababa de morir. En la calle estábamos por debajo de cero grados. Fui a la estación llorando. Las lágrimas duelen cuando hace tanto frío. Se te hielan en la cara. Yo no podía dejar de llorar. Cuando llegué a la estación vi en las pantallas que el tren que debería haber salido quince minutos antes iba retrasado. Fui al andén y las luces rojas de la parte trasera dejaban la estación. Me quedé completamente solo en el andén. Dos minutos más tarde llegó otro tren, el que yo iba a tomar. No había más nadie allí así que fui la única persona que se subió, algo muy extraño. Estaba en un vagón completamente vacío llorando mientras intentaba calmarme escuchando música, el extraño viaje de Fangoria. Llegué a Utrecht y me fui a casa.
Al entrar largué la bici en el suelo y fui directo a llamar a mi madre. Me contó como fue todo llorando. Yo también lloraba. Ninguno de los dos podía hablar. Imagino que es muy difícil de entender para gente que jamás haya convivido con animales en casa, se convierten en parte de la familia. Así es como me sentía. Uno de los seres más importantes de mi vida se había ido. Me venían a la memoria momentos que pasamos juntos, pequeñas aventuras, desastres caseros, trastadas divertidas. Los años que vivimos en la Isleta, los que estuvimos en el sur de la isla, como se alegraba cuando me veía en el aeropuerto y como sabía desde un día antes que me marchaba de vuelta a Holanda. Recordé estas pasadas navidades, cuando ya temíamos que el final estuviera cerca, recién salida de una operación. Recordé las mañanas que se venía a mi cama y el rato que pasábamos juntos.
Después de la conversación mandé un mensaje a mi tío con siete palabras y dos frases. Escribí un correo para mi mejor amigo con otras siete palabras y dos frases. El primer mensaje fue en español y el segundo en inglés. Escogí las fotos llorando y después de acabar me fui a ver la tele para intentar distraerme. No pude. Encendí una vela que ardió durante toda la noche. Me fui a dormir completamente hundido. Tardé horas en poder dormirme. Ha sido un Lunes Negro.
Esta mañana me desperté mucho antes que de costumbre y me fui a trabajar. He estado todo el día sin pararme a pensar, concentrado en mis tareas. Ha sido un día muy productivo. He hecho todo lo que tenía para esta semana y aún más. Al volver a casa pensé en lo que quería decir y en como hacerlo. También en lo que tengo escrito. La semana ya estaba preparada. Durante el fin de semana lo escribí casi todo. Saldrá más adelante. Improvisaré el resto de los días. Seguramente serán historias tristes que reflejen como me siento.
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In Memoriam
Esta tarde nos ha dejado un miembro muy especial de nuestra familia. Ha estado con nosotros durante un montón de años. Aún recuerdo el día que fuimos a buscarla a Agaete y la vimos con sus hermanos. Enseguida nos enamoramos de ella. Se vino a vivir a nuestra casa y al principio convivió con otras dos perras que teníamos. En todos estos años la hemos amado, hemos jugado en incontables ocasiones hasta que ella quedaba exhausta y escondía la pelota para que no se la tiráramos, hemos abierto la puerta cuando llamaba por la mañana para tumbarse en la cama y dejarse hacer mimos. Juntos paseamos al atardecer mientras ella lo olisqueaba todo buscando algo desconocido con su olfato. Ha sido un miembro más de la familia.
Hoy en Holanda y en Gran Canaria lloramos su muerte. La quiero recordar corriendo juntos, persiguiendo una pelota, rastreando en el jardín de casa algún gato, en la bañera quejádonse cuando le tocaba baño o tumbados sin hacer nada pero sabiendo que no estabas solo, que ella estaba allí.
La muerte es una de las pocas cosas que escapa a nuestra comprensión, que nos resulta difícil entender. Es un sentimiento de pérdida, de vacío, una sensación de ahogo que te produce el saber que algo que estaba allí antes ha desaparecido y no podrás volver a verlo. No se puede cuantificar con palabras. Esta mañana ha salido el sol por última vez para un ser querido. No volverá a iluminar su camino en este mundo y tendremos que esperar hasta que nos volvamos a encontrar todos en otro lugar, en otra encarnación.
Hoy la tristeza se ha abatido sobre mí. Dondequiera que estés, quiero que sepas que estarás en nuestros corazones por siempre y que cada año, en este día, una vela iluminará la oscuridad en tu memoria.