Normalmente no acepto encargos y escribo por libre dejando volar mi pobre imaginación hacia dondequiera que la lleven mis sucios pensamientos. Hoy voy a hacer una excepción. Bleuge me ha pedido que escriba sobre un tema que le preocupa sobremanera pero sobre el que no puede decir ni mu porque ha decidido autocensurarse. Según él su bitácora tiene cierto prestigio y cierto estilo y no puede rebajarse a hablar de las cosas que le gustaría contar. Llamar estilo y prestigio a esos copy+paste de la wikipedia sobre artistas que te dejan indiferentemente helado y a esas anotaciones en las que se queja de la vida que ha elegido con sus errores manda güevos pero bueno, si él lo ve así no voy a ser yo quien se lo discuta. Puesto que a mí me ha tocado el papel de pigmalión que además ejecuto con gusto y alegría, hoy vamos a desentrañar un tema polémico y que a más de una no le va a gustar. Quiero volver a recordaros que ha sido una petición de bleuge y que yo por mí no habría tocado este asunto.
Las hembras de la raza humana son seres extraños. Después de un corto periodo de maduración, a partir de los doce años se ponen más buenas que el pan con nocilla. La legislación vigente y los usos sociales nos limitan y nos vemos obligados a ponerlas en un pedestal y mirarlas arrobados sin poder hacer un uso y disfrute de las mismas, salvo que seas un menor de edad similar lo cual te otorga patente de corso para enchurrarlas una y otra vez, una y otra vez.
Su gracia y belleza continúa aumentando sin freno y a los dieciocho años alcanzan la línea de salida y se produce el despiporre. Una gran cantidad de las mismas no solo cruzan esa línea sino que se vuelven unas salidas de pro, diferentes a las que podemos encontrar en varias partes de los aviones y más concentradas en el fornicio y la cópula con machos. En este temprano punto de su carrera se produce la primera escisión y de la rama principal surgen las culocoche, esas que se despatarran con el único afán de conseguir un asiento en un vehículo estiloso en el que ser vistas. No es raro verlas llegar a discos y lugares de copeteo acompañadas de viejos calvos y sudorosos en esos deportivos de escándalo que están vedados a los jóvenes. Ellas cierran los ojos y echan mano de la imaginación porque lo importante es ser vista en el coche y despertar la envidia de las otras. Estas culocoche únicamente aspiran a levantar una insana envidia entre mujeres y en su simpleza y estupidez no se dan cuenta que se han desviado del camino correcto.
Volviendo a la rama principal, el grueso de las chicas continúa su avance por los cauces normales. Tenemos un pequeño grupo llamadas las estrechas que cierran piernas y no hay manera de metérsela. Muchas de las que forman parte de este colectivo se ven obligadas a ello por no tener eso que se denomina belleza exterior y pese a que la interior puede ser increíble, al final el macho folla basándose en el aspecto y no en las ideas, que a tan tierna edad uno no se para a hablar más de dos horas con una tía. Las estrechas acumularán toneladas de resentimiento en esa época y nos obligarán a pagar por ello más adelante. De las demás, algunas encuentran novio rápidamente y se casan retirándose de la circulación. Esto se debe a un defecto biológico que las impele a enganchar macho lo antes posible y asegurar su futuro. Cualquiera que haya visto más de tres horas de documentales en cualquier canal temático dedicado al respecto habrá visto que el resto de los animales actúan de la misma manera y que estos comportamientos son normales. Se trata de asegurar la supervivencia de la especie y para ello los humanos nos hemos sofisticado bastante y hay que firmar un contrato en una iglesia o juzgado.
En los siguientes años irán desapareciendo hembras de la circulación en un goteo constante y así llegamos a la mágica edad de los veintisiete. Las que continúan en la carrera sufren una nueva metamorfosis. Una inmensa mayoría despierta súbitamente con múltiples alarmas encendidas y se dan cuenta que faltan alrededor de mil días para los treinta y aún no han conseguido macho. Este sistema fue un añadido de última hora de la madre naturaleza por si algún ejemplar no era muy espabilado. Entre los veintisiete y los treinta la mayor parte de las que quedan en el mercado se vuelven locas por coger marido. Reducen sus estrictos criterios de selección y cuanto más cercana está la línea de los treinta años, más bajan el listón. Cosas que hasta ese momento eran inaceptables se vuelven nimiedades que se pueden ignorar. De repente se obsesionan con el asunto y buscan desesperadamente el casarse. Se vuelven fáciles y descuidadas, procurando quedar preñadas a la mínima que un gañán se las endiñe para poder cerrar el lazo y forzarlos a permanecer a su lado pa’ los restos. Es durante esos tres años cuando el macho ha de tener un cuidado excelso, ha de estar preparado para cualquier situación improvisada y por ejemplo usar sus propios condones, porque quien no os dice que los que la inocente hembra os ofrece no han sido convenientemente picados con un alfiler para que fallen. Entre los hombres existe una especie de depredadores muy especializados con este tipo de mujer que aprovechan su fragilidad y lasitud a la hora de elegir para coger/follar a destajo y sin miramientos y después de fumarse el cigarrillo agarrar puerta y no mirar atrás. Entre las mujeres que van quedando aumenta la presión y cada una de las que consigue salir de ese círculo con boda y banquete incluido no duda en restregarles a las otras su éxito, aunque sea un tipo que produzca vómitos de asco. Lo importante es salir y no importa el cómo. Las que fallen, las que alcancen los treinta años sin haber conseguido el objetivo, esas se volverán unas amargadas y unas resentidas y muchas de ellas se pasarán al reverso tenebroso y acabarán sus días como lesbos en casas ajenas, renegando de los hombres y restregando la pipilla con otras igual de dolidas que ellas por no haberlo conseguido.
No todas las mujeres son así. Un pequeñísimo grupo cruzará esas aguas turbulentas que van de los veintisiete a los treinta años sin pararse a pensar, disfrutando de la vida y sabedoras que el día que se quieran casar lo podrán hacer sin problemas e incluso podrán elegir y por ello continúan con las fiestas sin fin, el buen rollito, la diversión sin límites y se descojonan con las pobres elecciones que han tenido que hacer las que lo sacrificaron todo por conseguir marido.
A partir de los treinta y cinco llegan los divorcios gracias a la legislación vigente y una nueva hornada de mujeres entra en el mercado de la carne aunque estas ya vienen escaldadas y sin las prisas y el agobio de otras y solo la decadencia de la carne las preocupa, que a partir de esas edades comienza la cuesta abajo y los cuerpos se degradan por segundos.
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