El otro día acudía al trabajo como siempre por las mañanas escuchando mis podcast y forzando a la pobrecita de la Macarena, que quiero recordaros está en sus últimos días de vida y quien sabe si para cuando leáis estas líneas habrá muerto y no quiero señalar a ninguno pero vuestra falta de donaciones está en el meollo del asunto. Está resultando más difícil de lo previsto el conseguir arreglar su rueda trasera y sintiéndolo mucho (hay que ver lo bien que miento) tendré que sacrificarla y desecharla como ya hice en el pasado con amigos y conocidos, algo que cualquiera que me conozca sabe que es cierto.
Ahora que hemos sentado las bases pasemos a desarrollar el asunto pero antes quiero recordaros que este es un espacio libre y subjetivo y que abuso de mi libertad para hablar de lo que quiero, como quiero y cuando quiero y si eres un espíritu sensible y puro que vive en su propio mundo basura mejor te detienes aquí y tenemos la fiesta en paz.
Llegué a la estación y había una muchedumbre esperando el tren, lo cual suele ser sinónimo de un tren anterior cancelado, cosa que no sucede muy a menudo porque los Países Bajos es el primer mundo, pero puede pasar. Como yo cargaba con la moribunda Macarena no tenía demasiada libertad de movimientos y busqué una de las puertas con el símbolo de bicicleta, entré y me aposté en el asiento al final de la escalera, el que normalmente se reserva para las chochas sin bragas pero aquello lo podíamos considerar una emergencia y no vi ninguna pava con puntos de karma suficientes como para dejarle el asiento. A la Macarena la dejé apoyada contra una de las puertas y cuando el tren arrancó la coloqué en su sitio habitual que aquí de lo que se trataba era de no perder la silla.
En la siguiente parada, Utrecht Overvecht, con el tren bastante lleno, entraron tres moras de mierda en el vagón en el que yo estaba. Eran de estas modelo talibán, con un trapo que les tapaba desde la raíz del cabello hasta las uñas de los pies incluyendo la pipa del coño. Una de ellas se veía que se encochinaba comiendo carne como una cerda porque le sobraban fácilmente doscientos cincuenta kilos o quizás trescientos ya que los trapos esos sueltos engañan mucho. Las otras dos llevaban las telas de colores brillantes y parecían arretrancos de estos que te hacen pensar que aunque la mora se vista de seda, puteta se queda. Se sentaron en los escalones por debajo de mí y una de ellas sacó inmediatamente un desodorante y empezó a rociar a las otras, algo como de lo más normal y natural ya que todos lo hacemos a menudo.
Creo que las puertas del tren se acababan de cerrar y todavía no estábamos en movimiento cuando me llegó el primer golpe. Pensé que alguien se había tirado un peo (pedo peninsular) en el vagón pero deseché la idea inmediatamente. El segundo envite me abrió los ojos. Allí lo que apestaba eran las moras. Un olor acre y repelente, como a tortuga muerta en mar caribeño sin ilusión ni fantasía. El tufo ascendía por el vagón y lo ocupaba todo, robándote el aire, amenazando con ahogarte y arrancarte hasta el último soplo de vida. Ellas se reían y hablaban a gritos en su idioma, el que quiera que fuese y la gente comenzó a marcharse hacia otros vagones. Aquel hedor era insufrible. Uno puede aguantar una mora, quizás dos, pero tres moras apestando es más de lo que podemos soportar. Yo me fui quedando solo con aquella carga tóxica que transportábamos hacia Hilversum, pensando que si esa gente descubre que ya poseen armamento químico estamos acabados, será el fin de nuestra sociedad. hasta el revisor nos esquivó cuando pasó por allí. En cinco minutos dije basta, el aire era irrespirable y ellas seguían como si no pasara nada, como si allí el único que apestaba era yo. Me marché con el resto dejando atrás aquel pestazo y a la pobrecita de la Macarena, sabiendo que tendría que volver a buscarla cuando llegáramos a Hilversum.
Y digo yo. Pase que no puedan comer carne de cochino ,que no puedan privar alcohol, que no permitan que creas en otras cosas, que te prefieran muerto si no eres uno de ellos y se vengan a tu tierra y te traten de imponer sus mierdosas tradiciones. Pase todo eso, pero joder, ¿no se pueden lavar a menudo y poner algo de desodorante? ¿También su birria de religión les prohibe un poquito de higiene?