Distorsiones

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  • Molly Malone Statue

    5 de octubre de 2006
    Molly Malone Statue

    Molly Malone Statue, originally uploaded by sulaco_rm.

    Hoy conocemos a Molly Malone, una pescadera que vivió en Dublín en el siglo XVIII (dieciocho para aquellos que solo leen equis uve palito palito palito). La chavala es la protagonista de una canción que se puede considerar el himno NO oficial de Dublín y en la que se cuenta lo guapa que era y lo bien que gritaba su pescado y lo aireaba para que la gente lo pudiera comprar. Las malas lenguas han extendido una leyenda urbana que sugiere que por las noches sacaba otro pescado y también lo vendía, pero no hay confirmación oficial al respecto y su agente no ha respondido a nuestras llamadas, quizás por haber muerto hace unos siglos ….

    La julay con el sobaquillo roto era española y también podría ser pescadera dada la ordinariez que demostró en los escasos instantes de existencia que compartimos. Parece ser que estaba en Dublín para aprender inglés porque el vúlgaro (y no el búlgaro) ya lo dominaba.

    Puedes leer el relato que acompaña a estas fotos en Primer día en Dublín. Lluvia y encuentros divinos y si quieres ver otras fotos de la ciudad están en el Album de fotos de Dublín.

  • De costillas y cerveza Bokbier viviría yo

    4 de octubre de 2006

    Me despierto a las tres de la mañana con el ruido de la lluvia golpeando las ventanas. Llueve durante horas y horas sin parar. Por momentos tengo tanto calor que me destapo y cinco minutos más tarde me estoy pelando de frío y acabo cogiendo un resfriado. A todo ello se une que estoy borracho como una cuba y eso que solo me he tomado cuatro cervezas, pero eran Leute Bokbier y cada una de ellas tenía siete grados y medio. Cada cerveza tiene un vaso y el de la Leute es el más hermoso que he visto nunca. Viene con un soporte de madera en el que descansa el vaso, el cual no se puede mantener de pie. Otro día le haré una foto para que lo vean. El diseñador de dicho vaso se merece ir al cielo porque logró la perfección absoluta. Acompañé las cervezas con un costillar como nunca antes había comido. Quedé con un colega del trabajo para ir al Cartouche a comer costillas. Llego tarde y el hombre está hablando con un tipo con pinta entre piojoso y gitano. El tío da un mal rollo de cuidado y los tatuajes que asoman por todos lados no inspiran más confianza. Nos escucha hablar en inglés pero no dice nada y al rato se marcha a tirar monedas en una máquina tragaperra.

    En el Cartouche solo se puede ocupar mesa cuando te lo permiten los empleados porque no tienen muchas y las optimizan al máximo. Según acabas de comer te mandan a la barra y entra gente nueva. A nadie le importa porque sus costillares son legendarios, los mejores del mundo. A veces derramo una lágrima pensando en esos gilipollas musulmanes de mierda y en lo que se pierden. En este bar también hay un montón de cervezas especiales además de las que traen cada mes para probar. El cielo debe ser un lugar semejante.

    Lo que yo no sabía es que el pordiosero que estaba hablando con mi amigo y al que desprecié hasta el infinito era el cocinero, el virtuoso que prepara la comida. Cuando lo veo aparecer desde la cocina con nuestros platos me quedé planchado. Y no solo eso, nos trajo una ración triple de costillas. Casi me muero pero no dejé ni una. Lamí todos y cada uno de los huesos y los chupé hasta dejarlos limpios como una patena. Limpié el plato hasta que parecía no haber sido usado y pensé que me moría allí mismo de lo requintado que estaba. La comida la bajamos entre teorías sobre el invierno nuclear en Afganistán y las ventajas del uso de la dinamita para alicatar las mezquitas, conversaciones como las de cualquier hijo de vecino cristiano.

    No recuerdo la mitad del viaje en tren así que o me dormí o el exceso de alcohol en la sangre ralentizó mis biorritmos. Llegué a mi casa y fui directo a la cama después de mear por lo menos dos litros. A las tres de la mañana, cuando me desperté por primera vez, me arrastré al baño como pude y seguí meando como una fuente. Aún estaba como un globo. Me pesé y la báscula marcó setenta y dos kilos y medio. La mañana anterior estaba en setenta kilos cuatrocientos gramos así que gané dos kilos cien gramos en un día, sin almorzar y desayunando un tazón de All-Bran. No me lo podía creer. Me acosté y me volví a despertar a las cuatro, a las cinco, a las cinco y cuarto y en todas las ocasiones fui al baño a mear y a tomar agua. La barriga era como un grano de esos enormes y a punto de explotar. Después de tanto viaje se me quitó el sueño y a esa hora me puse a mirar la lluvia por la ventana. Todavía seguía borracho. Veía las gotas caer como difuminadas y con distorsiones variadas. Hasta las oía cortando el aire con reflejos de aurora boreal. Sobre las seis de la mañana me volví a acostar y media hora más tarde estaba en la ducha con el agua a treinta y ocho grados tratando de resucitar mi cuerpo.

    Ha sido un día terrible pero no cambiaría ni una sola coma.

  • Interior de un Pub en Dublín

    4 de octubre de 2006
    Interior de un Pub en Dublín

    Interior de un Pub en Dublín, originally uploaded by sulaco_rm.

    No se puede visitar Irlanda sin pisar uno de los templos en los que los irlandeses practican con devoción su fe. No me refiero a las iglesias, sino a los pubs. Los hay por todos lados y da igual la hora del día que sea, siempre hay gente en ellos.

    Puedes leer el relato que acompaña a estas fotos en Primer día en Dublín. Lluvia y encuentros divinos y si quieres ver otras fotos de la ciudad están en el Album de fotos de Dublín.

  • Tufillo islámico

    3 de octubre de 2006

    El otro día acudía al trabajo como siempre por las mañanas escuchando mis podcast y forzando a la pobrecita de la Macarena, que quiero recordaros está en sus últimos días de vida y quien sabe si para cuando leáis estas líneas habrá muerto y no quiero señalar a ninguno pero vuestra falta de donaciones está en el meollo del asunto. Está resultando más difícil de lo previsto el conseguir arreglar su rueda trasera y sintiéndolo mucho (hay que ver lo bien que miento) tendré que sacrificarla y desecharla como ya hice en el pasado con amigos y conocidos, algo que cualquiera que me conozca sabe que es cierto.

    Ahora que hemos sentado las bases pasemos a desarrollar el asunto pero antes quiero recordaros que este es un espacio libre y subjetivo y que abuso de mi libertad para hablar de lo que quiero, como quiero y cuando quiero y si eres un espíritu sensible y puro que vive en su propio mundo basura mejor te detienes aquí y tenemos la fiesta en paz.

    Llegué a la estación y había una muchedumbre esperando el tren, lo cual suele ser sinónimo de un tren anterior cancelado, cosa que no sucede muy a menudo porque los Países Bajos es el primer mundo, pero puede pasar. Como yo cargaba con la moribunda Macarena no tenía demasiada libertad de movimientos y busqué una de las puertas con el símbolo de bicicleta, entré y me aposté en el asiento al final de la escalera, el que normalmente se reserva para las chochas sin bragas pero aquello lo podíamos considerar una emergencia y no vi ninguna pava con puntos de karma suficientes como para dejarle el asiento. A la Macarena la dejé apoyada contra una de las puertas y cuando el tren arrancó la coloqué en su sitio habitual que aquí de lo que se trataba era de no perder la silla.

    En la siguiente parada, Utrecht Overvecht, con el tren bastante lleno, entraron tres moras de mierda en el vagón en el que yo estaba. Eran de estas modelo talibán, con un trapo que les tapaba desde la raíz del cabello hasta las uñas de los pies incluyendo la pipa del coño. Una de ellas se veía que se encochinaba comiendo carne como una cerda porque le sobraban fácilmente doscientos cincuenta kilos o quizás trescientos ya que los trapos esos sueltos engañan mucho. Las otras dos llevaban las telas de colores brillantes y parecían arretrancos de estos que te hacen pensar que aunque la mora se vista de seda, puteta se queda. Se sentaron en los escalones por debajo de mí y una de ellas sacó inmediatamente un desodorante y empezó a rociar a las otras, algo como de lo más normal y natural ya que todos lo hacemos a menudo.

    Creo que las puertas del tren se acababan de cerrar y todavía no estábamos en movimiento cuando me llegó el primer golpe. Pensé que alguien se había tirado un peo (pedo peninsular) en el vagón pero deseché la idea inmediatamente. El segundo envite me abrió los ojos. Allí lo que apestaba eran las moras. Un olor acre y repelente, como a tortuga muerta en mar caribeño sin ilusión ni fantasía. El tufo ascendía por el vagón y lo ocupaba todo, robándote el aire, amenazando con ahogarte y arrancarte hasta el último soplo de vida. Ellas se reían y hablaban a gritos en su idioma, el que quiera que fuese y la gente comenzó a marcharse hacia otros vagones. Aquel hedor era insufrible. Uno puede aguantar una mora, quizás dos, pero tres moras apestando es más de lo que podemos soportar. Yo me fui quedando solo con aquella carga tóxica que transportábamos hacia Hilversum, pensando que si esa gente descubre que ya poseen armamento químico estamos acabados, será el fin de nuestra sociedad. hasta el revisor nos esquivó cuando pasó por allí. En cinco minutos dije basta, el aire era irrespirable y ellas seguían como si no pasara nada, como si allí el único que apestaba era yo. Me marché con el resto dejando atrás aquel pestazo y a la pobrecita de la Macarena, sabiendo que tendría que volver a buscarla cuando llegáramos a Hilversum.

    Y digo yo. Pase que no puedan comer carne de cochino ,que no puedan privar alcohol, que no permitan que creas en otras cosas, que te prefieran muerto si no eres uno de ellos y se vengan a tu tierra y te traten de imponer sus mierdosas tradiciones. Pase todo eso, pero joder, ¿no se pueden lavar a menudo y poner algo de desodorante? ¿También su birria de religión les prohibe un poquito de higiene?

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