Cada semana es una aventura en mi trabajo. Desde que cambié a la división de soluciones he hecho de todo. Soy una especie de McGyver que hoy cocina champiñones rellenos de chorizo y mañana desmantela una red de corruptelas. Y no soy yo el único que lo flipa que mi jefe y compañía andan alucinados. Antes de mis vacaciones trabajé probando una nueva aplicación y los resultados de mis pruebas (¿alguien conoce una forma mejor de traducir test?) fueron demoledores. Me piré de vacaciones y ahora al volver he estado trabajando para otro grupo en la elaboración de un instalador y creando una película para que los usuarios sepan como instalar y usar dicha aplicación, un teléfono vía IP que se conecta a la central telefónica de la empresa. El lunes no tenía ni puta idea de como hacer una película grabando los distintos pasos e indicando las cosas y hoy cuando han visto el resultado he oído como caían los huevos de todos los jefillos al suelo de la impresión. Me ha salido una película de cojones y mi narración es impactante. Ha quedado chulísima aunque esté mal que lo diga yo.
Para la semana que viene me he apuntado a un curso que dan los mismos a los que les reventé su programa. Cuando el tío me vea en la clase le dará un jamacullo. La idea es boicotearle el curso y demostrar que su software es una mierda. Es una misión especial encargada por un grupo que quiere demostrar que la calidad de ese producto es insuficiente. Una semana más tarde hay rumores de visita a Italia pero no es seguro. También tengo una actividad de equipo, o sea, toda nuestra división cenando en algún lugar pijo mientras nuestro vicepresidente saca pecho y dice lo buenos que somos y yo acabo subido en un barril cantando con los alcohólicos y diciéndole a la mujer de ese hombre que es más fea que Tizio y tratando de agarrarle las tetas a la becaria rusa que tenemos, que tiene dos sandías enormes y saltonas.
Entre medias visitará Holanda mi amigo Kike y estaremos todo el fin de semana de gira neerlandesa.
Ya sé que la vida es muy dura y que estamos en un valle de lágrimas y todo eso que los cuervos vestidos de negro nos recuerdan de cuando en cuando pero joder, es verano, tenemos más de dieciséis horas de luz, hay veintiséis grados en la calle y esto es un regalo divino que no podemos desaprovechar así que no pienso volver a meterme en la caracola hasta que llegue el otoño.