Distorsiones

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  • Come Mielda

    28 de diciembre de 2005

    Mucho se ha hablado en estas tierras sobre las putas sucias y rastreras. Mucha verdad se ha vertido al efecto. Nadie lo ha dejado caer pero se puede sentir en el aire esa vaga sensación que da el saber que estamos ignorando a otro grupo tan peligroso como este. Son la versión masculina, los equivalentes del sexo opuesto de estas abominaciones inhumanas. Se trata de los Come Mielda, término lanzado al estrellato por el presidente cubano en una infame conversación telefónica con un impostor.

    Un Come Mielda es un cabrón hijoputa cuya misión es la de amargar al prójimo y hacerle la vida imposible. Los podemos encontrar por todas partes. Tienden a trabajar en solitario aunque tampoco es extraño el verlos actuar en grupo. A veces te topas con ellos en la taquilla del cine, o en un bar, o directamente en esa oficina en la que se parapeta ese al que llamas el jefe. En este último caso se encargará de enmarronarte hasta la coronilla, de obligarte a trabajar hasta tarde preparando informes que no le interesan y que sabe que no usará, buscará el llevarte hasta los límites de tu aguante una y otra vez mientras te grita que no tienes ni puta idea de nada y que te va a poner en la puta calle.

    A los Come Mielda les gusta particularmente trabajar en la administración, de cara al público. Así pueden humillarte y burlarse de ti el día que tienes que hacer una gestión. Te ven llegar y te sonríen con ese rictus cainita. Les explicas el problema, les enseñas los documentos que has traído y ellos procurarán que no tengas éxito y que la experiencia sea tan traumática como sea posible. No te ayudarán ni harán nada por tí. Lo primero es anular las esperanzas y después solicitar todo tipo de papeles que no has traído y que te obligarán a volver una y otra vez. Cuando se les acabe esta línea argumental te dirán que toca esperar y dejarán la carpeta con tus papeles olvidada en el montón en el que almacenan sus maldades. Tras unos meses lo descubrirás, quizás un día que vas por allí y ese come Mielda está de vacaciones y otra persona te atiende. La rabia, la ira que te embarga te la tendrás que tragar porque necesitas solucionar el asunto y así su fechoría quedará impune.

    Otras veces te los tropiezas en un restaurante. Te traen platos que no has pedido, te ignoran cuando los llamas, te tratan al trancazo y a la hora de pagar esperan que les des una generosa propina, la cual le niegas y al menos en este caso tienes una pequeña satisfacción. Al contrario que sus compinches femeninas los come Mielda no suelen actuar en lugares públicos de forma improvisada. Ellos prefieren su lugar de trabajo como escenario para sus fechorías. Eso los hace mucho más peligrosos. Suelen ser conocidos y tolerados por los demás, que ríen las gracias y no se dan cuenta del cáncer que tienen a su lado.

    Tenemos que agruparnos y desarrollar estrategias para actuar contra ellos, neutralizarlos y a ser posibles erradicarlos de la faz de la tierra. En las primeras naves que mandemos a colonizar otros planetas tendremos que llenarlas con los unos y las otras. Hasta que llegue ese momento, acciones sencillas que los jodan y les molesten sin que os puedan culpar de nada.

  • Hipopótamo

    28 de diciembre de 2005
    Hipopótamo

    Hipopótamo, originally uploaded by sulaco_rm.

    Parecen enormes vacas y son los animales más peligrosos del país y los que mayor número de muertes provocan. Los hipopótamos te hipnotizan con su extraña belleza. El de la foto estaba en el agua y sin previo aviso saltó fuera de ella por unos instantes y después volvió a la misma. A estos animales les gusta estar en manada matando el calor del día en el agua y durante la noche salen para pastar la hierba.

    Si quieres ver otras fotos del viaje a Sudáfrica las puedes encontrar en el álbum de fotos de Sudáfrica y si quieres leer el relato de dicho viaje, tienes su índice en Memorias de Sudáfrica

  • Cagarás Mierda

    27 de diciembre de 2005

    En los libros secretos se cuenta que el buen Dios tras crear el universo universal la pifió con los hombres y después de triunfar con la fabricación de su primera puta, sucia y rastrera los tuvo que expulsar del paraíso. Entre los castigos que les impuso estaba el jiñar, ya que en el paraíso no se caga, se suda Chafardel te la jinco. Aquellos que siguen esas mierdas de sectas cristianas que no creen en la evolución lo saben muy bien y se abochornan cada vez que cagan. Para los demás, para los que venimos del mono Perico nunca ha sido un problema. También se cuenta que el único mandamiento no escrito que respetamos religiosamente es el undécimo, aquel que dice Cagarás mierda.

    Esta estúpida introducción nos da pie a una historia auténtica como la vida misma. Me sucedió la semana pasada y para aquellos cortos de miras recordar que esta bitácora se llama distorsiones y que la Real Academia Española les facilita gratuitamente una definición clara sobre el significado de dicha palabra.

    Sucedió el martes. El lunes ya había tenido la primera de las celebraciones prenavideñas. Al levantarme me senté en el trono y eché una buena cagada, una de esas que te dejan con una sonrisa tonta en la boca mientras en tus oídos suenan aplausos virtuales del público que te premia por semejante triunfo. Después de la ducha y el frugal desayuno de los campeones me disponía a abandonar mi reino cuando me vino uno de esos peíllos tontos y al ir a desplazar el volumen de aire hacia el exterior noté que llegaba con metralla. Corro escaleras arriba, me siento en el trono y tremenda diarrea. Ya visto el panorama me espero diez minutos más y obro por tercera vez. Eché la cena del día anterior completa y algo más. Marché para el trabajo y pasé el día sin más problemas. A las cinco teníamos el brindis navideño y allí estaba yo privando cerveza de gratis y comiendo biterbollen a destajo. Es muy sacrificada la vida del empleado más popular, todo el mundo quiere hablar conmigo y yo venga a hacer vacíos. Si quieren salir en la foto, que paguen. Mi reciente viaje a Sudáfrica ha expandido hasta niveles dantescos la aureola de santidad que me rodea.

    Tras dicho acto social nos íbamos de cena unos cuantos colegas del trabajo, los elegidos. Fui a buscar la caja que me regaló la empresa y recoger mis cosas y en ese momento decidí que por motivos de seguridad, mejor me metía en el baño en el trabajo. Hasta ese día, con años de vida laboral a mis espaldas, yo jamás había sido un cagón de oficina. Entré en el club a lo grande. Me encerré en el excusado, sujeté las paredes y lancé una tremenda carga químico-bacteriológica. Fue una de esas jiñadas del tipo sopladera en la que el aire se mezcla con la substancia y se asegura que no quede lugar en el retrete sin cagar. Aquello no había forma de arreglarlo. Dejé el baño inservible. Imagino la cara de la limpiadora al día siguiente.

    Me reuní con los colegas, fuimos al centro y matamos la tarde-noche bebiendo y comiendo en el Cartouche, un lugar del que ya he hablado en esta bitácora y en donde se pueden degustar las costillas picantes más ricas de este y otros planetas vecinos. Me abrigué bastante y de esa forma no tuve que mear. Lo sudé todo. Algunos me preguntaban pero yo me salía por peteneras y les decía que estoy algo constipado y que no quiero caer enfermo. Así pasamos la velada. Alrededor de las diez se desperdigó la comunidad de la cerveza. Yo llevaba encima unas ocho cervezas dobles y un costillar y medio de cerdo. Cogí el tren y ahí lo noté. Algo sucedía en mi interior, una marea se alzaba desde las entrañas y amenazaba con desatar el armagedón. Mi barriga transmitía código morse en rachas cada vez más aceleradas. Sujetaba la caja del regalo de Navidad y la aplastaba contra el estómago. Comencé a sudar. Llegué a la estación de Utrecht y salí andando despacito. Parecía cualquier dama de la canción española en su paseíllo triunfal al acabar esos mohosos homenajes que les hacen por la tele. Me faltaba levantar la mano y saludar pero por suerte o por desgracia yo no tengo sangre mongólica de los Borbones, así que soy incapaz de ese gestillo tan característico.

    Llegué a la guagua, me subí, me senté con la caja del regalo de Navidad encima y cerré los ojos para concentrarme con un buen mantra. Mi barriga estaba ya como una lavadora a punto de centrifugar. Arrancamos y calculo que en nueve minutos estoy cagando. Miro el reloj y rezo. Después de dejar la estación las guaguas vamos por una carretera que circula paralela a las vías del tren y por la que el tráfico de otros vehículos está prohibido. Sin aviso previo aparecen cuatro coches de policías con luces y banda sonora a todo meter y bloquean nuestro vehículo. Aquello parecía Corrupción en Jinamar. Todo el mundo alterado, el chófer que pierde los papeles y nosotros buscando a los marroquíes de la guagua porque seguro que iban a por ellos. Uno se levantó voluntariamente y se fue hacia la entrada con una capa de miradas reprobatorias sobre él. Se abrieron las puertas y entraron seis polis. Apartaron de un manotazo al moro y van hacia el final del vehículo en donde se encontraban dos chavales rubios. Eso sí que fue la bomba. Comenzaron a interrogarlos y pedir papeles con todo el mundo mirando. Sólo se les oía a ellos y a mis tripas que estaban en pleno centrifugado. Se me movía la barriga sola. Hasta el aliento me olía a mierda. Yo me veía como Sigourney Weaver pariendo un alien al comienzo de la película Aliens. Aquello tenía vida propia. Clavé las uñas en la caja pero ni así. La mujer que iba sentada al lado mío me miraba aterrorizada porque la explosión era inminente. La mierda pedía salir a cualquier precio.

    Por unos instantes sopesé la posibilidad de gritar que yo era el terrorista. Así por lo menos me llevarían a comisaría y podría jiñar. Aquello parecía la historia interminable. Entraban y salían polis, miraban los pasaportes de los colegas, llamaban por teléfono a la central y mientras tanto nosotros en la guagua sin poder salir. El mayor peligro que hubo en aquel vehículo de transporte público esa noche fue la explosión caqueril de la que finalmente nos libramos y cuyo epicentro era yo mismo. Tras más de veinte minutos se aburrieron y se marcharon dejando a los delincuentes con nosotros. El chófer retomó el camino y yo incrementé la presión de la caja sobre la barriga para que sujetara aquel festival popero.

    Me bajé de la guagua y fui dando saltitos hasta mi casa. Entré, lo tiré todo, me lancé de cabeza al baño y rematé la faena. Todas las costillas, toda la cerveza, todo el sudor acumulado durante esas horas salió al mismo tiempo. A pesar de que fuera la temperatura era de uno o dos grados abrí la ventana para que sacara el hedor a mierda que se pegaba a todas partes. Superé con creces las cagadas de la mañana, la mierda en la oficina y establecí un nuevo récord.

    Me acordé del buen Dios que nos impuso ese tremendo undécimo mandamiento: Cagarás mierda. Espero que esté satisfecho con mi cumplimiento del mismo.

  • Árbol

    27 de diciembre de 2005
    Árbol

    Árbol, originally uploaded by sulaco_rm.

    Íbamos en el jeep cuando lo vi venir y tuve que hacer la foto sin tiempo a detener el vehículo. Seguro que soy la única persona que le ve el encanto pero esto para mí es África, vida y muerte conviviendo juntas y bajo un cielo azul.

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