Este año parece que batiré todos los récords de distancias recorridas en avión. Ya me sentaré y haré la cuenta pero adelanto que creo que ya van más de cuarenta y cinco mil kilómetros. Esta última aventura ha llegado casi sin avisar. La semana pasada antes de irme de vacaciones ya me dijeron que quizás tendría que viajar a Sudáfrica, más que nada por dar la cara frente a un cliente importante. Por alguna razón desconocida por mí alguien les prometió que en caso de problemas enviarían a un erudito desde Holanda, lugar que es visto por todas las organizaciones nacionales como Camelot y se lo han tomado en serio. Andamos cortos de gente y con la situación de la empresa no muy clara no hay espacio para nuevas contrataciones así que trabajamos más horas y nos repartimos las cosas como podemos. Los dos tipos más adecuados para esta misión son desarrolladores y han demostrado recientemente que no son capaces de soportar la presión. Uno de ellos estuvo una semana de baja porque alguien le gritó. Eso es lo que yo llamo tener huevos escalfados. A mi los que han tratado de gritarme aún lo están lamentando. Mi mala hostia es legendaria y soy de los que la devuelven multiplicada así que me respetan bastante y si todo lo demás me falla, les mando a bleuge una semana y eso es mano de santo. A lo que iba, el miércoles antes de marcharme de vacaciones a Valencia mi jefe me juró y perjuró que la última persona que enviarían sería yo. El viernes me llegó un SMS en el que me decía que posiblemente iría a Sudáfrica el martes, como finalmente ha sucedido. Por lo que oí en la oficina el lunes, estuvieron incluso buscando billetes para sacarme directamente de Valencia en dirección a Sudáfrica el domingo de lo mal que pintaba la cosa aunque al final no hizo falta.
No voy a hablar del viaje desde mi casa al aeropuerto porque es más de lo mismo. Leeros putas sucias y rastreras y os haréis una idea. Solo decir que como parece que voy a estar una temporada fuera de casa visité a mis vecinos para avisarlos y decirles que mantengan bajo control mi reino. Mis vecinos no habían visto mi cocina y los invité a que le echaran un vistazo. Esta semana se va a criticar mucho en mi calle. A la vecina se le cayeron las bragas de la impresión. Es más, no sólo perdió dicha prenda sino que hasta el pelo del chichi se le cayó cual árbol que pierde sus hojas al llegar en Otoño. Tocaban los muebles, abrían cajones y no se podían creer lo que veían. Claro, todo el mundo está acostumbrado a las cutre cocinas y la mía es la joya de la corona. Por lo demás nada que reseñar.
Como casi siempre que viajo para la empresa, lo hago con KLM, esa enorme compañía recientemente comprada por Air France. Habiendo reservado con un día de antelación podéis imaginar lo que ha costado el billete: un huevo y parte del otro. El viaje se desarrolla en dos etapas. El primer día voy desde Ámsterdam hasta Johannesburgo, lugar desde el que estoy escribiendo esto y al día siguiente (o sea, mañana para mí) iré a un remoto lugar llamado Richards Bay situado al norte de Durban. No daré detalles de nuestro cliente porque no os interesa. Espero tener oportunidad de hacer algo de turismo durante el fin de semana. En la segunda parte de este viaje iré acompañado por un colega de la oficina local al que conozco porque suele ir por Holanda un par de veces por año.
Odio los aviones grandes. Ya lo he dicho en varias ocasiones. El salto este de nueve mil kilómetros y pico se hace con un Boeing 747-400, un mastodonte en el que cabe medio universo. Embarcar en esos cacharros toma una eternidad. Parecemos ganado. Yo ya estoy por lo positivo y me pido siempre pasillo porque cuando pasas tanto tiempo encerrado en un avión, lo mejor es tener la posibilidad de levantarte cuando te sale de los mismísimos sin molestar a nadie. A mi lado iba una señora mayor (eso que en la Isleta se llama vieja) y una chica joven. Ambas viajaban solas. Por descontado no les dirigí la palabra en las diez horas que hemos estado sentados juntos. Es lo bueno que tiene ser borde que con poco que haga uno se queda tan contento. Una de las cosas que siempre me han gustado de KLM y que por ejemplo otras compañías nacionales de cierto país ubicado en la península Ibérica no tienen es el servicio. Las azafatas son unas tías de puta madre que se desviven por atenderte. O eso o yo siempre he tenido suerte. La chica que nos tocó en suerte hablaba con todo el mundo y procuraba que nos sintiéramos a gusto. Había una mujer viajando con un bebé y la ayudó en todo lo que pudo. Otra cosa en la que no hay color es la comida, es excelente, sobre todo si pensamos que se trata de comida de avión. Por lo demás no hay mucho que reseñar. Entras en ese trasto a las diez de la mañana y sales en el otro lado del mundo a las diez de la noche. Por primera vez he cruzado el Ecuador y he pisado el continente del que provengo, que digan lo que digan mis amigotes, las Canarias están en África, aunque sea a unos kilómetros de la costa.
Por lo que parece Johannesburgo es una ciudad bastante insegura y los taxistas son unos delincuentes habituales así que me organizaron un servicio de recogida en el aeropuerto para llevarme al hotel y devolverme mañana al mismo. No veré nada de esta ciudad, sólo lo que pude intuir desde el aire.
Una curiosidad. Sudáfrica tiene un noventa por ciento de la población negra. Sin embargo, en el avión los negros eran menos de un cinco por ciento y el resto eran blancos, casi todos sudafricanos. Eso debería dar una pequeña idea de cómo está distribuida la riqueza.
Al llegar me he encontrado con dos mensajes en mi teléfono. Uno de mi jefe diciéndome que hay más problemas en el sitio que voy a visitar. El otro de mi compañero de despacho informándome que nuestra división ha sido vendida a una multinacional japonesa y desde el uno de Abril del año que viene trabajaré para los nipones, por lo que conseguiré una nueva dirección de correo electrónico.
Y eso es todo. Seguiré escribiendo el diario cada día y ya veremos como acaba la cosa. Esta historia continúa en Por fin en uMhlathuze