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  • Las bicis de mi vida

    8 de febrero de 2005

    Estos días pasado he hablado de mis bicicletas, como cuando conté el pinchazo que tuvo una de ellas no hace mucho. Y abriendo la caja de Pandora, me he acordado de las bicicletas que he tenido a lo largo de mi vida. De pequeño tuve un triciclo, aunque lo recuerdo muy vagamente (pero lo he visto en fotos). Después tuve una bici de estas con las dos ruedas pequeñas de apoyo en la parte de atrás y me acuerdo de cuando le quitaron esas ruedas y me gradué en la conducción de vehículos de dos ruedas. Más tarde tuve la bici de mi vida, una Chopper como la de la foto. Aquellas si que eran bicicletas hermosas. La Chopper era una religión. Todos los chiquillos del barrio teníamos una. Con sus tres marchas y aquel sillón enorme. No puedo comprender como pasaron de moda, ya que esas bicicletas tuvieron el diseño más hermoso que se ha visto.
    Chopper Raleigh
    Tras la Chopper llegó una bicicleta china, muy parecida en el diseño a las Oma fiets holandesas. Teníamos dos y las usábamos los fines de semana. En paralelo con esa bicicleta china, me traje de los estados unidos una bici de carreras, llamada Flying wind (¡viento volador!). No la usaba mucho porque las Palmas de Gran Canaria no es un lugar en el que uno se aventure fácilmente en bicicleta a menos que desee jugarse la vida.

    La última bicicleta de esta saga fue una de montaña que me gané en un concurso en un hipermercado. Fue toda una sorpresa que ganara el concurso, el único premio en toda una vida de participar en ellos. He de reconocer que trabajé un poco en aras de conseguir el premio. Se trataba de rellenar unos cupones y mandarlos junto con el código de barras del producto. El concurso se circunscribía a un hipermercado y el premio la dichosa bicicleta. Así que metódicamente, pasaba todos los días y retiraba los cupones del estante en el que estaban. No sé cuanta gente pudo mandar los suyos, pero me imagino que no fueron más de cinco, porque me curré mucho lo de retirar los dichosos cuponcitos. La lección que aprendí ese día fue que el que la sigue la consigue. Esa bicicleta todavía la tenemos. Está muy bien conservada en el garaje de la casa de mis padres.

    Las bicicletas que vinieron más tarde son las holandesas, de las que en la actualidad conservo la Poderosa y la Macarena de las que ya he hablado.

  • 3000 kilómetros de separación

    8 de febrero de 2005

    Son 3000 los kilómetros que me separan de mi tierra y aunque puedan parecer un montón, los recorro a menudo para volver a casa. Y así ha sido este domingo. Como en ocasiones anteriores, es un esfuerzo combinado de medios de transporte. Primero andando a la estación de Hilversum Central, desde allí un tren hasta Weesp, cambio a otro tren hasta Schiphol en donde recogí mi billete y aproveché para comer algo en el aeropuerto. El gran vestíbulo que se encuentra sobre la estación de tren es un vivero de rateros. Los hay por todas partes mirando a ver quien se despista y deja una maleta sola un par de segundos. Se les reconoce fácilmente. Gente sola, que hace señas a otros y que no tienen equipaje. Se apoyan en las columnas y miran alrededor continuamente. Casi todos son personas de color y fundamentalmente inmigrantes. Como la estación no pertenece al aeropuerto, la policía militar que trabaja en el recinto aeroportuario no puede hacer nada. Se amparan en este vacío legal para robar todo lo que pueden. Como ya conozco el patio, siempre que voy a Schiphol llevo el portátil dentro de la maleta y lo saco antes de facturar. Así no los provoco, que la visión de un ordenador los excita en demasía. Esta vez estaba de paso, ya que volaba desde el aeropuerto de Rótterdam.

    Después de comer, tren a Rótterdam. Hacía por lo menos dos años que no la visitaba. De todas las ciudades holandesas, es la que menos me gusta. Es el único lugar de este país en el que no me siento seguro. Vas por la calle y notas que te observan, que hay gente mirándote. Pasa en todos lados. Es una ciudad en la que más del sesenta por ciento de sus ciudadanos son extranjeros y dentro de la ciudad se encuentra uno de los puertos más grandes del mundo. Es también el lugar de los Países Bajos con más crímenes.

    Salgo de la estación para coger el autobús que me lleve al aeropuerto y vienen hacia mí dos policías llevando a un delincuente del brazo y por detrás de ellos veo a otros cuatro polis persiguiendo a otro ratero. La sensación de inseguridad se acrecienta. Pregunto por el lugar de la parada de la guagua a un policía. El policía saluda a un tío y le dice que a ver si se porta hoy bien. El tío era el yerno que toda suegra no quiere tener. Visto el ambientazo en la plaza frente a la estación de tren, me quedo en la parada esperando la guagua. Cuando vamos camino del aeropuerto, cruzamos barriadas marginales. Que ciudad tan deprimente. En el centro hay un par de cosas bonitas, pero el resto no merece la pena. El aeropuerto es el segundo más grande de los Países Bajos. Tampoco os creáis que es una cosa enorme. Eso sí, como hay tan pocos vuelos, es puro lujo asiático, con el suelo de parqué.

    Ya en el avión de la compañía Transavia, la tripulación estándar. Azafata mayor, tres chochas y dos tíos. Uno de ellos estaba esponsorizado por aceites Koype, perdiendo aceite por litros el hijoputa. El equipo gestor de Transavia se hizo un master en iberia y no dan ni agua, así que entramos todos al avión cargados de vituallas. Aquello parece un mercadillo. La gente empieza a sacar bocadillos, galletas, salchichón y demás. El vuelo transcurrió sin problemas. Sólo nos llevamos un par de sustos al aterrizar. Primero cruzando las nubes, que el pájaro se agitó como nunca en mi vida. Una vibración chunguísima. Y ya con el tren de aterrizaje bajado y a cien metros de alturas o menos, pillamos unas rachas de viento que empujaron el avión hacia abajo y hacia un lado. Se me subieron los huevos a las amígdalas. Pero bueno, aquí estamos, de vuelta a casa.

  • La ?pera

    7 de febrero de 2005

    Nuestra búsqueda de la intelectualidad nos está llevando por los caminos más misteriosos. Superada la infancia y la eterna adolescencia, en nuestra madurez nos hemos establecido unos objetivos que exigen mucho de nosotros. El camino hacia el reconocimiento intelectual está plagado de obstáculos que a primera vista siempre nos parecen insalvables.

    Hace poco tuvimos una nueva prueba. En la empresa del turco le dieron entradas para ir a una ópera de Wagner, en el fantástico teatro de Ámsterdam, un edificio precioso y con una arquitectura muy vanguardista. El turco trató por activa y por pasiva de embaucarme, pero yo me negué de plano. Mi intelecto no está preparado para un baño de cultura semejante y además, aún tengo frescos en la memoria los vídeos que nos obligó a ver la profesora de música en el instituto. El hombre echó mano del chantaje emocional, pero sin éxito. Yo desde que presiento que me manipulan me vuelvo autista y no hay quien me saque del PoZi y del PoZNo. Así que visto que no torcía el brazo y que la fecha se le venía encima, tuvo que recurrir a la turca, su hermana. La chica en el tiempo que lleva en Holanda no interacciona mucho con nosotros. Fue enterarse que la llevaban a la ópera y se puso como cabra en el monte. Salió galopando a comprarse un tremendo traje de galas de ópera, a pedir cita en la peluquería y al ingeniero estilista. El turco miraba todos esos movimientos con un poco de aprensión. Al fin y al cabo, no es más que un espectáculo en el que unos panolis gritan desde el escenario mientras la gente los escucha embelezados. Así pasaron los días, con la excitación por el magno evento.

    Y llegó el gran día. La turca en el taller de chapa y pintura preparándose para el evento. Todo listo. El traje espectacular listo para recibir el cuerpo de su ocupante. Unas horas antes de la presentación en la sociedad amsterdamita el turco comunica que va a la ópera en vaqueros y camiseta, que eso de ir engalanado se estilaba en los setenta y en los ochenta, pero la juventud de hoy en día ya ha superado esos clichés. Os imaginaréis que la bronca fue épica. En los miles de años del idioma turco nunca se escucharon las palabrotas e interjecciones que se escucharon ese día. Volaban reproches como dardos envenenados de un lado a otro. El turco mantuvo posiciones indignamente y se salió con la suya. No sólo se puso vaqueros, sino que para más INRI se puso los que tiene totalmente rotos y le permiten enseñar los lamparones de los calzoncillos. La otra no dijo nada, pero su mirada fue de las que echan mal de ojo.

    El teatro está muy cerca de donde viven, lo que les permitió ir andando. Llegaron con tiempo y se encontraron el lugar vacío. Prácticamente ni un alma. Para un evento que tenía agotadas las entradas era algo muy raro. El turco fue a lo suyo. Se metió en el bar y a pasarse por el forro de los gayumbos las normas del profeta y pegarse unas cervecillas. La turca mientras tanto estaba como gallo en gallinero. Yendo de lado a lado del gran salón para que los pocos que allí estaban pudieran admirar su traje y su estilismo. A diez minutos para el comienzo, aquello se llena. El turco levanta su vista del vaso y se percata que allí todo el mundo era 65+, todo chicas y chicos en la tercera juventud, calditos maduros y sabrosones. También nota el cambio en el ambiente producido por la columna de laca que se elevaba hacia el cielo desde aquel edificio provocando un agujero en la capa de ozono que protegía la ciudad. El tufo a laca mezclada con perfumes es insoportable. Todas vestidas con horrorosos vestidos, maquilladas como cualquier indio Cherokee antes de la batalla y todos los ancianos con traje. El turco relucía entre toda aquella gente como una rosa en una montaña de estiércol. Se sintió un poco avergonzado, pero ya no había cura, así que apuró el ritmo de bebida. La turca no ayudaba, restregándole su error una y otra vez. La gente los miraba y mostraba su desagrado. ?l no era uno de los suyos. Todos pensaban que debía ser un nuevo rico que traía a la ópera a su caprichosa chica, aquella que parecía una fulana trabajando en el edificio.

    Entraron en el teatro y tomaron posiciones. A su lado quedaban dos asientos vacíos. Cuando falta escasamente un minuto aparecen sus vecinos. El director de la empresa del turco estaba allí, trajeado, con su esposa, que parecía un expositor de joyería de hipermercado de tan cargada de abalorios como iba. El turco perdió el color. Encima el hombre lo reconoció. Tierra trágame. Aquello era una Desgracia con mayúsculas. Por suerte la función comenzó al momento y no hubo tiempo para la tertulia.

    Nadie les había dicho nada de la ópera. Y claro, la cultura es universal y no tiene idiomas, así que el hombre tampoco se había preocupado en buscar información por Internet. Cuando los dos panolis que estaban en el escenario empiezan a cantar en alemán, el turco se llevó el primer disgusto. En la parte superior del escenario había un panel en el que se podía leer la traducción al holandés de lo que decían. Después de cinco minutos con aquellos dos gritando en germano sin que les entendieran nada, el turco comienza a amodorrarse. Sus párpados se vuelven pesados y tienden a caer. No pasan ni dos minutos y ya está roncando. La turca le arrea un codazo y lo despierta. Se sacrifica y consigue aguantar casi un minuto despierto hasta que vuelve a dormirse y comienza su particular canto. Otro codazo, pero esta vez aguanta menos tiempo despierto. Entre sueño y sueño, aquellos dos siguen en el escenario, en las mismas posiciones y cantando lo mismo. Para él todo sucede entre dos velas. Duerme y despierta, mira a aquellos dos gritando en un idioma extraño y vuelve a caer dormido. Así durante toda una vida. Pasa el tiempo, pero no ocurre nada. Esto debe ser el infierno.

    Dios el misericordioso, nuestro católico Dios, se apiadó de él y llegaron al intermedio. La turca le susurró al oído la palabra mágica: cerveza. Saltó de su asiento. Salieron y la fémina le dijo que mejor se iban, que ya a ella la había visto todo el mundo y aquello era una mierda infumable. Ella habla alemán pero no se había enterado de nada y encima no podía concentrarse porque se pasaba el tiempo despertándolo para que no montara escándalo con sus ronquidos.

    Tomada la decisión, se movieron estratégicamente hacia la salida de una manera despreocupada y casual, como quien sale a fumarse un pitillo. Cruzada la puerta perdieron la dignidad y se echaron a correr. Cuando ya estaban a una distancia prudencial aflojaron el paso. Mirando a su alrededor se dieron cuenta de que no eran los únicos que habían huido. Otros corrían como almas que lleva el diablo por la misma calle, junto al gran canal Amstel. Es más, ¿no son aquellos dos que van por allí delante el director y su esposa? PoZi. Después de todo no salió tan mal. El director nunca supo que el turco también había huido.

  • Blade: Trinity

    7 de febrero de 2005

    Tarde o temprano todas las sagas acaban. A veces tienen unos finales fantásticos y otras llegan a su fin de forma miserable. Eso es lo que ha sucedido con la película de hoy, Blade: Trinity. Yo soy fan de esta saga. Por descontado vi las dos anteriores. Y no hay color. Desgraciadamente no hay color.

    El principal problema de esta continuación es el guión. Hace agua por todos lados. Es rematadamente malo. No tiene ni pies ni cabeza. Wesley Snipes tampoco está en su mejor momento. Parece aburrido. No logra transmitir nada, salvo el estupor que me produjo su pelo, que se ve tan falso que debe ser auténtico. Le ha crecido en el cabezón una moqueta negra azabache que da impresión. Cada vez que salía en pantalla me quedaba alelado mirando esa alfombra. Era lo mejor de su papel. El otro actor de las películas anteriores que vuelve a salir es Kris Kristofferson, que tiene un pequeño papel. Hay que ver lo estropeado que está.

    El director de esta tercera parte fue un tal David S. Goyer y espero que sea la última vez que le dejan coger una cámara, porque el pobre la ha cagado. Cada película de esta trilogía ha sido dirigida por un director distinto y a este pobre le ha tocado el Sambenito de haber hecho la peor de las tres.

    El único que hizo algo digno de mención fue Ryan Reynolds, un actor que cada vez me gusta más. Se pasó toda la película de cachondeo y todas las escenas dignas de recordar fueron interpretadas por él. Todos los gallifantes que le doy a la película se los merece él. Si hubieran quitado a Blade y lo hubieran puesto a él de protagonista, hubiera sido mucho mejor, no me queda la mejor duda.

    Y resaltar un detalle para que os fijéis cuando la veáis. Los buenos usan ordenadores Apple, blancos e inmaculados, super potentes y con un software que hace de todo, mientras los malos tienen horrorosos ordenadores negros, vulgares y sucios. La película es un gigantesco comercial de Apple. La chica mata vampiros escuchando música en su iPod, música que se compra a través de la tienda iTunes. Es un escándalo como colocaron cosas Apple en cada rincón.

    Si eres descerebrado, si has visto las dos anteriores y te gusta el cine de acción, si no eres muy exigente y vas al cine por la comodidad de las butacas, entonces esta es tu película. Para los demás, a esperar el DVD.
    gallifantegallifante

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