Qué poco dosputocero que soy


Si tuviera la posibilidad de pedir un deseo y saber que se iba a cumplir pediría días de sesenta horas para dormir ocho y que me queden cincuenta y dos con las que hacer otras cosas. Con veinticuatro no tengo suficiente, pierdo ocho en el trabajo, de cinco a seis durmiendo y en el poco tiempo restante tengo que comprimir tantas cosas como puedo y ni siquiera es suficiente. Tras mi vuelta de Polonia ha sido el acabose. No paro. O estoy liado con las clases de neerlandés o tengo algún evento social y mientras sigo dejando pasar los días sin procesar las fotos de las águilas, esas dos mil imágenes que tengo que reducir a menos de cuatrocientas y de las que aún solo he tocado unas pocas.

Esta semana comenzó a todo gas y todavía no he conseguido apearme de la ola sobre la que cabalgo. El lunes consumí varias horas ocupado con los deberes de holandés, una tarea tediosa y que requiere de un montón de tiempo. El martes me enteré por la tarde que mi profesora tiene la gripe cerda mejicana y que cancelaron la clase y después de una copiosa cena me pasé a visitar a mis vecinos y estuve en su casa casi tres horas. El miércoles se presentaba como un día tranquilo hasta que se me ocurrió invitar el lunes a un amigo a mi casa a cenar el jueves. Tenía planeado algo sencillo y charlar un rato pero su esposa también se apuntó al evento y como sé que ella disfruta de verdad con la comida que preparo decidí currármelo un poco más y al final acabé cocinando durante varias horas. En paralelo he estado haciendo magdalenas durante toda la semana porque la gente no deja de pedírmelas y aunque parezca increíble, he cocinado sesenta magdalenas en siete días y solo me he comido cuatro. El resto han encontrado a su media naranja en un montón de gente distinta, han viajado a cinco lugares diferentes y seguro que han alegrado unos pocos minutos a las cincuenta y seis personas que las comieron.

Anoche cuando me fui a dormir tenía un tupperware lleno con Tres quesos marinados en la nevera, once Magdalenas listas para ser adoptadas, ocho raciones individuales de Flan de huevo enfriándose en la nevera, un montón de pollo macerándose con miel, vino y aceite para cocinarlo hoy a la Saint-Tropez y casi cincuenta wonton rellenos de langostinos y carne de cerdo preparados de los que separé el grupo que iba a usar para una sopa con wonton que quería hacer hoy. Con la tranquilidad que da el saber que todo está más o menos bajo control salí del trabajo en un día extremadamente productivo y de esos en los que el viento te sopla de cara y todo se resuelve solo.

Llegué a mi casa con una barra de pan bajo el brazo y me puse manos a la obra. El pollo al horno a cocinarse lentamente, unas cuantas manzanas al fuego para cocinar Appelmoes, una receta que pondré próximamente y que está de morirse, papas al fuego para hacer puré de papas y los preparativos para la sopa de wonton. Para cuando todo estaba listo mis amigos tocaban el timbre y comenzaba el homenaje. Lo único mejor que cocinar y disfrutar preparando la comida es ver las caras de la gente cuando les gusta lo que están comiendo y saben disfrutarlo. Cada una de las cosas que fui poniendo en la mesa fue desapareciendo rápidamente entre halagos. Los quesos, deliciosos. La sopa con wonton, fantástica. El pollo a la Saint-Tropez, maravilloso, con el appelmoes que estaba para correrte de puro gusto y un puré de papa con un ligerísimo toque a mostaza y que era como una golosina. Seguimos con el flan de huevo y oh Dios, fue legendario. Y bueno, las magdalenas a la saca que nos las comemos mañana para desayunar. Cuando se pasan amigos por mi casa me gusta preparar estas cenas eternas, de dos horas de duración en las que los platos van llegando de uno en uno y aunque sabes que ya has superado la frontera de la gula te ves forzado a seguir comiendo porque no terminas de elegir aquello que está mejor.

Mañana será otro día y llega cargadísimo. No creo que vuelva a mi casa antes de las diez de la noche y para el sábado ya tengo también todo el día pillado. El domingo, si Dios quiere, podré recoger las dos toneladas de hojas de mi jardín, comenzar con los deberes de holandés para la clase del martes y seguir con la lenta tarea de procesar las imágenes del workshop en Polonia.

Ya lo puse en el título. ¡Qué poco dosputocerista que soy! Me paso el día en la calle, interactuando en el mundo real con amigos y conocidos y exprimiendo al máximo estos cortos y obscuros días de otoño. A veces pienso si no sería mejor tener a todos mis falsos amiguitos del alma en el feisbuc, encerrarme en mi casa todo el día y comer pizzas congeladas de marca blanca de las que venden en el supermercado por cuatro perras gordas. Seguro que no tendría los problemas que tengo ahora con la falta de tiempo.


6 respuestas a “Qué poco dosputocero que soy”

  1. No es el tipo de libro que quiero escribir aunque es uno que estoy preparando para uso personal y para regalárselo a mi madre y mi hermana. Será un libro «vivo» porque seguiré añadiendo y retocando las recetas durante toda mi vida.

    El sistema de lulu y algún otro que hay por ahí no me gustan demasiado. Se lo han montado de tal forma que parecen baratos y para cuando terminas de añadir los extras has pagado lo mismo que el presupuesto en cultura de cualquier país africano. Me recuerdan a Vueling y su exótica manera de inflar los precios de los billetes de avión.

  2. Coñó, yo tambien me apuntaría a esa cena si pudiera, no me extraña que se acoplase la mujer de tu amigo! (son las doce de la mañana y me salivando cual perro de Paulov pensando en ese menú….)

  3. He quedado impresionado con la pericia culinaria que tienes, el menu merece cuando menos un diez, pero solo una observación cuando decidas descansar un poco y comerte una pizza, coño no lo hagas de marca blanca que tu sabes de cocina.

  4. Impresionado, era una forma de hablar para referirme a toda esa gente que prefiere pasar por la sección de congelados del super en lugar de cocinar. En realidad no como pizzas y de hacerlo, suele ser en alguna pizzeria italiana, una vez cada dos años o así.