El fin de semana en Málaga fue super-hiper-mega corto y el domingo pasada la una de la tarde, ya me veía en el tren de camino al aeropuerto. Desde el año pasado se puede pagar en el tren con tarjetas de crédito, o de débito, pero vamos, que el sistema no parece funcionar muy bien con los bancos extranjeros porque mi experiencia anterior y la actual han sido muy, pero que muy negativas, con lo que en el futuro compraré el ticket en la máquina, como hice siempre, que parece que el que hizo el sistema tenía menos luces que un agujero negro. Al llegar al aeropuerto, con mi mochilita del tamaño exacto requerido por Raianer para poner bajo el asiento y mi tarjeta de embarque en el telefonino con asiento del medio, que como soy pobre y no pago, no me ponen en una ventana ni de coña. Por una combinación estelar increíble, una que solo sucede cada milenio, llegué justo en un instante en el que no había gente para pasar el control de inseguridad y entré directamente, aunque me pidieron que abriera aquella micro-mochila y fliparon con la cantidad de comida que se puede meter en algo tan chiquitito y también fliparon con la ausencia total de ropa, que yo guardo la ropa que voy a tirar para estos viajes y las camisas, los gallumbos y los calcetines hicieron su último viaje.
Al pasar el control de inseguridad tan rápido tuve un rato largo en el aeropuerto, así que me apalanqué en un lugar en el que podía ver las pantallas y cuando por fin pusieron la puerta de embarque, me acerqué a la misma, como doscientos pasajeros más, que el avión estaba petado. Ponen un laberinto para los que no tenemos prioridad y una colita minúscula para los que se piden la prioridad. El problema es que como todo el mundo compra la prioridad, que al final raianer saca más dinero con eso que con los billetes, esos bloquean el movimiento de gente en el aeropuerto y para cuando acaban con ellos, solo quedamos un puñado de julays por entrar en el avión. Me tiré al suelo y me desternillé cuando apareció un chamo con un trolley y una mochila grandísima y le dijeron que tenía que pagar por la mochila porque se pasaba de las dimensiones del segundo bulto que podía llevar en cabina con su prioridad. Su cara era un poema y al final, intentando que no se la cobraran, todos los pobres sin prioridad entramos primero y para cuando llegó al avión venía derrotado porque le cobraron y le facturaron el segundo bulto. Aquellos que creen que son más listos y espabilados que las ratas que dirigen las aerolíneas de bajo costo deberían volar solo en aviones privados, como hacen los suciolistas, podemitas y los facinerosos de los truscolanes, o eso que también se puede denominar, la CASTA.
A ambos lados llevaba pavas neerlandesas. Cuando el avión estaba petado y sin un asiento libre, cerraron las puertas, el chófer quitó el freno de mano y comenzamos el regreso a casa. Despegamos hacia el mar, aunque yendo en el medio, no puedo decir nada más que no habrá vídeo de ese vuelo. Cuando estábamos a medio camino y las dos pavas comían la bazofia que venden en el avión, yo saqué mi bocadillo de jamón serrano Ibérico con tomate y con ese olorcillo flipante, las dos pavas prácticamente se echaron a llorar de puritita envidia. Mira que estaban desconsoladas, ellas con sus ultra-procesados carísimos comprados en el avión y yo con mi bocadillo de calidad, con pan de panadería de toda la vida.
Sobre Francia el avión pilló turbulencias, pero nada espectacular, aunque la gente se altera mucho con estos eventos, cuando lo más sencillo es tener siempre el cinturón abrochado y tan felices. El chófer no tuvo suerte alguna y pese a que llegábamos en hora, lo obligaron a dar un rodeo y aterrizar en la Polderbaan, la pista esa que está en el recarajo y tardamos más de quince minutos en llegar a la terminal y mira que el chófer pisó el acelerador en tierra, pero llevábamos otros aviones delante y cuando alcanzó al que nos precedía, ya se tuvo que joder y seguir a velocidad de procesión. El piloto nos avisó que la temperatura era de tres grados bajo cero así que salimos al fresquito y como aparcaron en la última plaza de la terminal, o más bien los barracones, de ultra-bajo-costo, desde allí teníamos diez minutos andando hasta la salida. Resultó que mientras todo eso sucedía se escoñó un tren en los túneles del aeropuerto y para poder ir a mi keli, en lugar del tren directo, tuve que ir a otra estación y esperar allí quince minutos, que con tres grados bajo cero, es una espera al fresco. Algunos panolis sacaban sus telefoninos para continuar con su adicción. Yo prefiero dejar las manos con los guantes en los bolsillos de la chaqueta, que el frío en los dedos es lo peor de lo peor. Cuando por fin apareció el tren, todos luchamos por entrar los primeros.
El tren llegó a Utrecht con un par de minutos de anticipo y me di un carrerón y conseguí pillar la conexión al tren local de mi barrio y me ahorré quince minutos allí. Una vez en el barrio, busqué mi cutre-bicicleta y seguí a mi casa, pedaleando con muchísimo cuidado porque no me quedaba claro si habían puesto sal en la zona, que están renovando los carriles bicis de mi barrio y como están a la mitad del proyecto, hay trayectos abiertos, trayectos cerrados, trayectos en diferentes estados de destrucción y construcción y los que ponen la sal igual se saltan tramos. Antes de marcharme el viernes ya programé la calefacción y cuando abrí la puerta de mi keli me recibió el agradable calor del hogar.
Una respuesta a “Quizás sí fue un sueño”
Me alegro que estés de vuelta y que todo te saliera bien, cosa que no me extraña nada por tu larga experiencia en todo tipo de viajes.
Yo tambien estuve de viaje, 25km hasta Béjar para renovar mi permiso de conducir, cada vez son mas meticulosos con los exámenes médicos, pero no tuve problemas en superarlos y ya tengo permiso para otros tres años…
Salud, y bienvenido a tu pueblo y blog… 🙂