Tremenda paliza de vuelta


Llevaba una racha enorme de regresos a los Países Bajos a horas normalitas, que yo ya prefiero volver durante el día y no terminar agotado, pero esta vez no pudo ser y tenía mi vuelo a las siete menos diez de la tarde, hora canaria, con lo que durante todo el sábado, madrugué y me fui a correr a la avenida de la playa de las Canteras a las siete de la mañana, desayuné chocolate con churros en el Mercado Central, fui a la playa de las Canteras, almorcé con la familia, volví a la playa y ya después de todo eso, duchita, llenar la mochila con los kilos y kilos de comida y para el aeropuerto. Pasé el control de inseguridad y ni siquiera comentaron nada del veneno de ratas y ratones que llevaba, que lo vi en el Merkamamona y me compré una caja que por mi jardín pasan muchos ratones y como los vecinos que tienen el nido no hacen nada, yo he decidido exterminarlos de otra manera. El avión dijeron que aparcaba en una puerta y cuando estábamos allí lo cambiaron a otra, así que todos emigramos a la nueva puerta y estando allí, aparece un avión de otra aerolínea y toma la plaza de aparcamiento, una cosa super-hiper-mega rara porque en la pantalla decía que de ahí salía el vuelo de Transavia a Ámsterdam y aquella era una aerolínea alemana. Al rato cambiaron nuestro avión a otra puerta y el avión, que estaba en la pista esperando para aparcar, la pilló. Lo que vino a continuación fue como un relato de peli de los hermanos Marx. El embarque se retrasó un montón y todo el mundo corría y corría. Resultó que el piloto alemán la cagó, dicen que tiene sangre truscolana y todos sabemos que esas hienas no tienen luces y aparcó en donde no debía. El problema fue que los maleteros, sacaron las maletas y metieron las que estaban allí, que eran las del vuelo de Transavia a Ámsterdam y en el sitio en el que estaba nuestro avión, metieron las del vuelo alemán, así que tenían dos aviones petados de maletas que iban a otro sitio, así que las tuvieron que sacar e intercambiar. A todas estas en nuestro avión se pasaron poniendo etiquetas de equipaje autorizado en cabina y allí no cabía nada, con lo que tuvieron que empezar a sacar y después, al piloto no le daban permiso para despegar y entre pitos y dramas, nos dieron las ocho de la noche y ahí fue cuando despegamos. Ya para ese momento yo estaba de conversación con la chama que se sentó al lado mío, una mujer que trabaja para la oficina de patentes Europeda y que había ido a Gran Canaria para una semana de vacaciones con su marido, su hijo y la novia chichona del susodicho. Despegamos y tiramos pa’l norte y aunque el piloto o la mujer piloto decía que iba a recuperar un montón de retraso, no fue así. Pasamos sobre Galicia y seguro que Virtuditas lo notó porque detrás de mi había un pavo sentado que estaba podridísimo por dentro y soltaba unos gases mortales de necesidad que olíamos como cuarenta personas, el hedor era a podredumbre total. Desde Galicia tiramos sobre el mar hacia Francia y por allí pasando por Bélgica y nos metimos de nuevo en el mar para ir por encima de Ámsterdam y aterrizar en la maléfica Polderbaan, la pista esa que está en el recarajo y que te obliga a media hora de viaje entre el aterrizaje y el aparcamiento del avión.

Ya con tanto retraso, daba igual porque tenía que esperar el tren nocturno, solo que decían que había obras en la estación del aeropuerto y al parecer había que tomar una guagua a Ámsterdam. Cuando llegué al vestíbulo del aeropuerto, bajo el que está la estación, en el telefonino, usando la app de la empresa ferroviaria, no había trenes a Ámsterdam, pero en los paneles aparecía uno y las guaguas que decían que estaban allí, no se veían. Todos estábamos confundidos y bajamos al andén, yo quedándome cerca de la escalera para que me diera tiempo a correr que supuestamente, la guagua que no sabíamos donde estaba salía tres minutos después del tren. Del vacío más absoluto salió un tren y con gran alegría, nos subimos. El tren nos llevaba a la estación central de Ámsterdam y allí teníamos que cambiar a otro que me llevaría a Utrecht. Supuestamente, salía del andén 7, pero nada más subir vi que pusieron en los paneles que lo cambiaron a otro y yo bajé y me fui al otro, pero casi todo el mundo, que estaba borracho o muy borracho, se quedaron allí esperando y cuando vieron venir el tren de mi lado, todos esos borrachos corrían sin dignidad para bajar al túnel, llegar a las otras escaleras, subir y entrar en el tren. A esas alturas ya eran las dos y media de la mañana y yo estaba cansado, muy cansado.

Al llegar a Utrecht, que este tren nocturno, aunque no para, tarda más porque van más lentos, bajé al túnel central y fui por el susodicho hasta el aparcamiento de bicicletas más grande del mundo, con doce mil quinientas, en donde me esperaba la mía, que por si las moscas, le hice una foto al panel que indica la plaza para no perderme. La recogí y salí de la estación y vine a llegar a mi keli pasadas las tres de la mañana. Fue un palizón que no veas.

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Una respuesta a “Tremenda paliza de vuelta”

  1. Es una verdadera putada que le pasen a uno esas cosas con los aviones, sin culpa alguna… 🙁
    Salud

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