Por segunda vez desde que empecé con la nueva chamba, teníamos fiesta de Navidad. La del año pasado no terminó de convencerme pero como la gente se lo toma muy mal si no vas, me apunté, con traslado en guagua desde la fábrica al lugar y al volver desde allí a la estación. En lugar de currar todo el día en la fábrica opté por trabajar desde mi keli, con lo que no cargaba el portátil y además, podía ir a correr antes. Sobre las tres y media de la tarde tiré para el sur, hacia Bolduque, aunque fui a la estación de Utrecht Centraal en mi bici.
Llegué a la oficina quince minutos antes de que saliéramos, con el tiempo justo para saludar a los colegas y provocar la úlcera del terrorista-musulmán-de-mielda. Él también iba en la guagua, pero yo iba en un grupo grande y él se sentó solo con una friki que no lo conoce. Este año cambiaron de ubicación y la fiesta era en un hotel de la zona, o en un salón de eventos que tienen en el mismo. Nos recibían con unos vinos espumosos y después teníamos que esperar hasta que acabaran los discursos, que fueron muchísimos. Tras estos, se supone que comenzaba la comida. En la invitación decían que había cocina en vivo, pero está claro que fue una exageración de la que lo organizó todo porque era un bufet con los clásicos neerlandeses, ensaladas en las que predomina la papa, platos cocinados con mucho pollo, algo de pescado, arroz y fideos y en un rincón, apartado y como oculto, un jamón italiano, al que marcaron como a un judío con un montón de carteles avisando que no era Halal. Da vergüenza que en nuestra tierra tengamos que ser tan corteses con los moros. El ochenta por ciento de la gente no era musulmana, les podrían haber puesto a ellos una mielda de mesa con sus carnes y el resto para los demás, que los moros no se cortaron un pelo a la hora de beber como cosacos y que yo recuerde, esa es otra cosa que tienen prohibida y además, es que vi a más de uno acercarse a la mesa de los jamones, aunque uno salió por patas cuando otro colega le señaló el cartel y aquel ya no se podía hacer el tonto, que era su estrategia.
Yo soy muy flexible y como conozco a casi todo el mundo, para comer me senté en una mesa con gente con la que normalmente no trato. Tras la comida, la gente seguía bebiendo a saco y en el escenario había un pinchadiscos acompañado de un saxofonista. Dos horas después del inicio, la gente ya empezaba a emborracharse y empezaron a bailar, o a ejecutar movimientos espasmódicos que supuestamente son de baile. El joputa-terrorista-musulmán-de-mielda estaba más borracho que ninguno, que al parecer si hay alcohol gratis no le preocupan para nada sus niños palestinos y no ve la sangre en nuestras manos y hacía el payaso en la pista de baile. En el tiempo que llevo en la empresa ha ganado fácilmente veinte kilos de tripa y va camino de ser mórbido para el año que viene, con lo que si hay un buen Dios en el cielo y visto que ese no va ni a jiñar sin coger el coche, lo reventará con un buen paro cardíaco y yo sé de un Elegido que lo celebrará durante al menos una semana. En las dos horas siguientes aquello se degradó muchísimo y algunos hasta se quitaban las camisas bailando, las tías, que ya de entrada tenían pintas de arretranco, tras horas de sudor, tenían pintas de mamarrachas y a más de una le salió la Orca que ocultan con maquillaje y vamos, si te las topas de frente en un callejón oscuro, huyes gritando.
Cuando acababa la fiesta, los que nos íbamos en la guagua fuimos a la susodicha y me aseguré que uno de mis colegas, que estaba borracho pero que de verdad, no se perdiera. Iba sentado a mi lado y cuando llegamos a la estación él tenía dos minutos para tomar su tren y me dice que lo perdía porque no quería correr solo. Le pegué un empujón y me puse a correr y entonces ya él también lo hizo, y otros dos que iban en el mismo tren, que cuando están tan borrachos al parecer se les activa el modo borrego y solo pueden seguir a otros. Los guié hasta su tren, que no era el mío, y llegaron a tiempo para subirse y supongo que conseguirían bajarse en su parada, aunque no me quedaba claro.
Mi tren salía cinco minutos más tarde y una vez en Utrecht Centraal pillé mi bici y volví a mi keli. Mi jefe no apareció por la cena, por segundo año, con una excusa de unas reuniones que se alargaron mucho. El año que viene como que yo paso de ir, que yo no tomo alcohol, la comida para mí deja mucho que desear y prefiero mil y una veces ir al cine a pasar ese trago.
Una respuesta a “Una segunda fiesta de Navidad”
Desde luego, yo que tu no volvía…
Todavía no te he visto comer helados en tu tierra, por ahora… 🙂
Salud