YACO


Entramos en La Tienda para tomarnos unas cervezas y hablar un rato. Era un sábado como cualquier otro y ya había pasado la medianoche. Para aquellos que no conozcan el local, la Tienda seguro que no es un sitio al que gustarían de acudir. Es un bar ubicado en una zona que ya no es lo que era y en el que te puedes tomar unas cervezas a un precio muy económico mientras hablas con los amigos y no has de soportar una música que no te deja oír nada y te obliga a gritar. La parroquia está formada por gente joven y carrozas que pisaron el local hace más de veinte años. Todos se mezclan en su interior repartidos entre las dos zonas que tiene el local. Hay muy pocos sitios para sentarse y lo normal es quedarte de pie con tu vaso en la mano bebiendo y saludando a amigos y conocidos.

Según entramos nos topamos con ellos, dos fantasmas del pasado, dos figuras de nuestra más tierna adolescencia a las que habíamos perdido la pista. No nos resultó difícil reconocerlos porque ambos fueron en algún momento de nuestro pasado miembros de nuestra manada, salían con nosotros, compartían tardes en la playa y todos bebíamos de las mismas fuentes del saber. Después nuestros caminos se separaron y no volvimos a saber de ellos o digamos que solo de oídas.

La noche que los vimos uno estaba con un traje de estos de empleado del Corte Inglés con camisa a cuadros desabotonada por el cuello y sin corbata, completamente engominado y con un aspecto de chulo de putas que tiraba para atrás. Así es como lo recordaba, chuleando, siempre pasado dos vueltas. ?l fue un pionero en todas esas modas alternativas que abrazan los más vanguardistas. El tiempo lo ha convertido en una mezcla entre gigoló y asesor fiscal, un cóctel extraño y que no siempre funciona. Como la última vez que lo vi una purriada de años antes, se acercaba a las chicas y les susurraba algo al oído, su manera de entrarles desde tiempos inmemoriales. Ellas se ríen, se vuelven sorprendidas y en ocasiones no pueden evitar la mueca de asco porque aquel viejo les está hablando. Lo del otro es aún peor. No acabó con la educación secundaria y se enganchó al gimnasio. Se volvió adicto. Cada día necesitaba sus pastillas, sus horas junto a los aparatos y tocarse esos músculos que le estaban creciendo por todos lados. Su cuerpo se deformó y aparecieron protuberancias por todos lados, formas claramente definidas que él y sus colegas admiraban pero que a cualquier persona con dos dedos de frente solo pueden asquear. En el gimnasio se pasaba las horas mirándose en los espejos, admirando el cuerpo que estaba esculpiendo día a día y decidiendo cuales serían las siguientes áreas a tratar. En aquella época también se volvió un obseso sexual, un pervertido que cuando no se miraba en un espejo o se tocaba algún músculo pensaba en follar con lo que fuera y no concebía que las mujeres pudieran tener cerebro. ?l veía coños por todos lados, chochos deliciosos que estaban allí para su disfrute, las olía a dos kilómetros y se ponía como un gallo, desplegaba su musculatura y las abordaba con una falta de encanto que rayaba en el insulto. Tenía una falta de delicadeza que no podía suplir con su aspecto. Recuerdo que las chicas huían espantadas de él, era como un imán cargado negativamente. Un día se tranquilizó. Tenía novia. Después nos enteramos que era una vieja, una mujer que le sacaba treinta años y que solo buscaba el placer sexual. ?l siguió cultivando su cuerpo y terminó haciendo una gran carrera como portero de discotecas, mojando con todas esas zorrillas que buscan un poco de influencia para impresionar a los machos que cazan. Ahí le perdimos la pista.

Después de todos estos años seguía igual de hinchado. Su cuerpo había perdido la gracia de la juventud y sus músculos parecían querer reventar la camiseta que tenía. Su cuello solo lo puedo describir como desproporcionado, una gruesa tubería que conecta la cabeza con el tronco y que ya de lejos da repeluz. Ahora había mejorado el conjunto con un bigote, el único pelo que permite en su cuerpo fuera de su cabeza. Sus brazos parecían garras descomunales que si te atrapan no te dejarán ir. Yo procuré poner algo de distancia porque siempre he creído que eso igual se puede pegar y no me gustaría terminar en un gimnasio rodeado de un montón de julandrones. Nos dividimos en dos grupos y al rato sucedió lo inevitable. El olor de las hembras le pudo y se acercó a nuestro bando para saludar a las que habían venido con nosotros. Yo ya las había puesto al día, les había explicado los conceptos básicos sobre este hombre y el camino que había seguido para llegar hasta allí. Se acercó y no hizo falta presentarlo, se lanzó a darles besos y después le dijo a una de las chicas: Llámame Yaco. Yo pensé que me daría un ataque de risa pero de alguna forma logré controlarme. No pasó mucho tiempo hasta que aquellos dos capítulos de nuestra historia decidieron seguir con su cacería y abandonaron la Tienda. Seguro que pasará otro montón de años hasta que volvamos a cruzarnos.

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10 respuestas a “YACO”

  1. Buf…me están entrando tembleque con tan solo pensar en esos personajes. Desgraciadamente de esos está lleno el mundo. Lo más curioso es que ellos no son conscientes de lo patéticos que llegan a ser, pero quizás sea mejor así, porque si fueran conscientes yo creo que se eliminaban de esta vida. Lo que más me sorprende son los que van de chulos y guays por la vida en la adolescencia y pretender seguir así cuando ya han pasado algunos años. Hay gente que no aprende….

  2. Esas » Tiendas» deben estar en todas las ciudades. Aquí en Coruña se llama Tatraplán y es exactamente la misma definición, incluídos los especímenes de todas clases que allí se reúnen.

  3. No te confundas traveller, ya eran unos frikis en el instituto. Los tipicos tíos invisibles que ni tan siquiera podian entrar en el grupo de los empollones, que tambien eramos raritos, pero conocidos.

  4. Plus, cuando te refieras a la aristocracia del Instituto Isleta no emplees el término empollones porque no nos hace justicia. Nosotros aportábamos el estilo y la clase que aquella institución necesitaba y todos nos adoraban.

    Virtuditas, el gran «antro» por excelencia de nuestra juventud se llama «El Pachichi» y plus y yo tenemos prohibida la entrada por algún suceso del que no quiero acordarme y mucho menos hablar.

  5. Adorables personajillos, uno de mis pasatiempos cuando salía mucho de fiesta a antros populares era, a parte de estar con mis amigos, observar lo páteticos que resultaban me lo pasaba en grande.

    Que habrá ocurrido para negarte la entrada a semejante «antro»?

  6. ¿No se que tienen en contra de ese tipo de persona? Es muy divertido ver desde lejos como se comportan, me daría vergüenza ajena si fueran amigos o trataran conmigo.
    Pero si en vuestras mentes hay algo de sociólogos y me consta que lo hay, observar este tipo de comportamientos es de lo más divertido.

  7. Tienes razón Sulaco, a un par de empollones nunca les hubiesen prohibido la entrada porque ni tan siquiera entrarían a un lugar así…pero que bien nos lo pasamos aquella noche destrozando nuestra reputación.