El cursillo


Estoy casi convencido que en realidad no quise hablar nunca de cierto curso que hice al final de noviembre y que tenía una segunda parte en enero, así que rebobinamos en el tiempo, que de siempre se dijo que cualquier tiempo pasado fue mejor y nos ponemos al final de noviembre, momento en el que durante tres días, me castigaron con un curso ondeline de tres días, que fue un viacrucis, escuchando a un chino con un inglés malísimo hablar y hablar y hablar durante tres horas seguidas sin descanso y yo sin enterarme de mucho de lo que decía, bueno, ni yo, ni los otros, que eran un turco que trabaja en la fábrica y tres italianos que trabajan en otra fábrica que hay por allí. El primer día, después de tres horas de curso, aún no habíamos llegado al tema, que se supone que nos quieren convertir en auditores mágicos, místicos y esperpénticos, con poderes embutidos e imbuidos para analizar las medias verdades o las medias mentiras de nuestros suministradores cuando hablan de coñas químicas y medioambientales, que como bien saben los culocochistas, es mi especialidad, ya que ambos me siguen por el linqueIN y flipan con esas anotaciones tan espectaculares que pongo por allí acompañadas, por supuestísimo, con vídeos de buceo, que tanto gustan a la basca.

Regresando al tema, después de un primer día perdido, en el segundo día, por fin hablaron, aunque poquísimo, de lo de las auditorías, pero poquísimo, lo cual me mosqueó porque supuestamente, al final de esta coña no marinera, yo acabaría siendo un auditor, que según la RAE es el julay que realiza auditorías. En el tercer día, me enteré de que la mitad del tiempo del curso era para un examen alucinante en el que demostrabas tu conocimiento de auditor y en la otra mitad, hablaron de las auditorías y hasta sugieren como pensar en el concepto de una manera abstracta. Yo ya flipaba con el chino aquel y cuando nos mandaron el examen, respondí lo peor que pude, confiando en tener al menos un muy deficiente, que era la nota que me merecía, hice el examen, lo envié y unos días después me dan tremendo disgusto y me dicen a mí y al otro que hemos aprobado, algo que ninguno de los dos comprende porque en algunas de las preguntas nuestras respuestas eran opuestas y o uno acertó, o el otro, pero nunca, nunca, nunca, nunca jamás, los dos a la vez. Con el tremendo disgusto del aprobado, nos informaron que la siguiente fase sería una visita del gran auditor, un amarillo del país del sol caguiente, que nos acompañaría a visitar algunos suministradores para auditarlos insitu y darles tremendo disgusto y tras esas visitas y tres, repito, TRES, tripito, T-R-E-S horas adicionales de curso, obtendríamos ese precioso y facineroso título que nos presentaría como auditores sacrosantos investidos por la suprema autoridad.

Después de que regresé a África para las cuatro semanas que pasé en Gran Canaria, hubo un mercadeo intenso de correos electrónicos y finalmente fijaron la última semana de enero como el momento en el que el bendecido amarillo vendría a Europa a iluminarnos con su sabiduría. Aquí todo está muy relacionado y esa visita me jodió mi tradicional viaje a Málaga de fin de enero, que finalmente realicé una semana después, pero esa es otra historia.


2 respuestas a “El cursillo”

  1. Yo no tengo ni idea que es eso del linquedín ese, solo sigo este blog, todo lo demás hace mucho tiempo que lo dejé por falta total de interés…
    Pues nada, felicitaciones por el aprobado, a ver si sacas tan buenos resultados como con los idiomas… 🙂
    Salud

  2. La verdad que te pega el puesto de auditor, tienes mala baba, eres un poco cabrón… te pega el trabajo! (a mi empresa no vas a venir, así que….)

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