El día de los bombardeos


Yo nunca … qué bonito comienzo, suena a podcast minoritario de calidad hecho por alguien que ama un clásico como Top Gun: MaverickYo nunca había regresado a los Países Bajos antes del uno de enero en mis vacaciones navideñas y este año llegué el treinta de diciembre, así que estábamos en territorio desconocido. El día que llegué, aparte de la molesta llovizna, no noté nada ni me crucé con ningún chiringuito, pero sabía que desde el día anterior, el veintinueve, se había activado una ley neerlandesa, esa que permite, en las setenta y dos horas finales del año, la venta de fuegos artificiales. En este país solo es legal venderlos en esos tres días y por lo que he leído y por lo que me han dicho, de repente, en muchos rincones de las ciudades, surgen chiringuitos que venden los susodichos y la gente se rechifla y los compra con un ansia que no se pueden explicar ni los parapsicólogos argentinos, los grandes maestros de esa ciencia. La ley tiene su trampa, porque se pueden comprar durante esos tres días pero solo, solo, solo se pueden usar a partir de la medianoche del treinta y uno durante veinticuatro horas, es decir, solo se permite su uso el uno de enero. Desde septiembre, miles y miles de neerlandeses fueron a Bélgica, concretamente a un pueblo que tiene la mitad de sus calles en los Países Bajos y la otra mitad en Bélgica y mientras que en la parte neerlandesa los negocios son tiendas, droguerías, pastelerías, carnicerías, bares y restaurantes o negocios de ropa, en el lado belga de la ciudad solo hay negocio tras negocio de venta de fuegos artificiales, que los holandeses compran y después importan ilegalmente en el país. En ese pueblo, los atascos y las multitudes eran tan grandes en los fines de semana de diciembre que optaron por cerrar completamente al tráfico las calles y pedir a los neerlandeses que dejaran de venir, lo cual no hicieron. Otros importaron fuegos artificiales desde China, o Alemania o países del este de Europa y algunos hasta se montaron laboratorios en sus kelis y los hicieron ellos mismos para vender, en la modalidad bomba. En el día que llegué leía noticias de un chamo al que la policía le incautó veinticinco kilos de explosivos en el salón de su piso, que había hecho él mismo y que si había algún accidente, probablemente acabarían con la vida de él y todos sus vecinos. En otro poblacho, alguien llamó a la poli porque había un chiquillo lanzando ilegalmente petardos y bombas y cuando la poli fue a la casa del niño, en su dormitorio, tenía decenas de kilos de fuegos artificiales importados ilegalmente en el país, los padres pagarán una multa que será difícil que se les olvide.

El día de fin de año, en lugar de ir de fiesta al partir el año, aquí la gente se entrena en el uso de explosivos y bombardean todo lo que pueden.

El documento estremecedor que acompaña esta anotación y que vemos sobre este texto es un collage de dos fotos en el que se puede ver como las papeleras de la ciudad son SELLADAS y cerradas con llave hasta después del dos de enero y lo mismo con los buzones de correo, que tienen el mensaje de tijdelijk buiten gebruik, tradicionalmente traducido como truscoluña no es nación y también como temporalmente fuera de servicio. La razón es que muchos usan esos lugares para lanzar sus bombas y destrozarlos.

El treinta y uno fui al cine por la tarde, a ver una peli que acababa a las seis de la tarde, con el cine cerrando a las siete. Al salir del cine, con llovizna, seis horas antes de fin de año, seis horas antes del comienzo de las veinticuatro horas de explosiones, mientras volvía a mi keli, podía oír por la ciudad explosiones continuas, por todos lados, brutales, era como si nos estuvieran bombardeando. Elegí una ruta segura y cuando llegué a mi keli, básicamente la sellé y me preparé para la guerra. Según se acercaba la medianoche, las explosiones ilegales aumentaban en intensidad y en potencia. Curiosamente, cuando por fin era legal tirar los fuegos artificiales, ya no les debían quedar demasiados porque a la una y media, el silencio era la nota predominante. Tampoco hubo más explosiones durante el resto del día, con lo que parece que la gente prefiere centrarse en año viejo y la ley está mal escrita y aún peor utilizada. Al final, veinticinco con heridas graves en ojos, incluyendo a uno que le quitaron uno y con un niño de siete años que ya ha aprendido una buena y didáctica lección sobre la vida gracias a sus padres, que están nominados para padres del año, un montón que tuvieron operaciones de cirugía estética en urgencias esa noche, operaciones que se hacen a toda prisa y que más bien deberían llamarse de cirugía del terror y lo mejor para casi todos ellos es que al llamar al 112, queda constancia de la hora y casi todas las llamadas fueron antes de la medianoche, o sea, fueron actividades ilegales, que van acompañadas de multa y en caso de daños materiales, sus seguros no los cubren porque están incumpliendo la ley, con alegría y cosa buena para sus bolsillos.

Ahora que he estado en los Países Bajos el último día del año, ya veo que nunca me perdí nada.

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2 respuestas a “El día de los bombardeos”