Creo que ya comenté que un día de septiembre, se encendió una luz en mi kabezón y en lugar de ir a correr cuatro días por semana, lo incrementé a cinco y en las diez semanas que llevo con ese ritmo, en siete ocasiones fui a correr de lunes a viernes y descansé en el fin de semana y pese al dramatismo de todos los corredores inferiores que conozco y que me dicen que es un pecado mortal ir tantos días, no tengo cansancio, no tengo agujetas y no he perdido velocidad alguna y lo que sí que he ganado es un día en el que me ahorro de caminar más de una hora y media para llegar a los diez mil pasos. Conviene recordar a todos esos negativos que llevo un montón de tiempo corriendo cuatro veces por semana y si hay algo a lo que mi cuerpo está acostumbrado es a correr y a las duchas con agua fría. Para el mes de enero ya tengo planeado el subir el ritmo a seis veces por semana, aunque será condicional, que los domingos quedarán siempre excluidos y si tenemos muy mal tiempo, haré semanas de cinco sesiones y por mal tiempo me refiero a mal, pero que muy mal tiempo, que yo salgo con lluvia, con un chubasquero de correr que a mí no me parece que funcione como chubasquero y en varias ocasiones regreso con las playeras enchumbadas de agua, que tienen su resistencia, pero vamos, que no siempre son capaces de aguantar los baldazos. El cuerpo me pide que empiece con las seis desde ya mismo, pero creo que lo mínimo es hacer cuatro meses completos con cinco días de correr a la semana, con la distancia habitual de seis kilómetros, antes de añadir la sexta y los seis kilómetros adicionales que vendrán con la susodicha.
Por culpa de la chamba, tengo días que corro por la tarde, mayormente los lunes, martes y jueves y otros que lo hago por la mañana, a saber, miércoles y viernes. Eso implica que el tiempo de recuperación en ocasiones es de veinticuatro horas (entre el lunes y el martes), después tenemos entre quince y dieciocho horas (miércoles), saltamos a un tiempo de recuperación entre treinta y treinta y tres horas (jueves) y el viernes vuelvo a repetir entre quince y dieciocho horas. Al principio suponía que las recuperaciones cortas tendrían un impacto considerable en el rendimiento, pero no, soy como una máquina diseñada para esto y mi ritmo es de lo más estable y lo único que parece afectarme es la lluvia y la oscuridad, que sí que es un drama, que ahora con el cambio de hora y la reducción de luz, ya por las tardes corro en noche cerradísima y en el circuito nocturno, que me lleva por una zona en la que hay iluminación, un carril bici saliendo de la ciudad, aunque el concepto de iluminación de ciudad neerlandés no se parece en nada al español e incluso en las calles, las farolas están bastante distanciadas y hay zonas obscuras entre ellas y lo mismo en el carril bici, con lo que he acabado por comprarme una especie de foco para llevar en el pecho que ilumina el suelo por delante mía y así ver algo, que no hace mucho casi piso una cáscara de plátano y de haber sucedido, el drama habría sido legendario, que suerte que mi Ángel de la Guarda me empujó para un lado y lo esquivé. Los días más lentos son cuando se junta la obscuridad con la lluvia y vamos, que lo único bueno es que ya llego a mi keli y me meto en la ducha fría y ya ni me entero porque el agua de la calle está a la misma temperatura.
Otra cosilla que he notado es mi tolerancia al frío, que supongo que los dos años de duchas frías me han ido curtiendo. Antes con doce grados yo ya me ponía la ropa de correr de invierno y ahora, con siete grados estoy saliendo con pantalones cortos y camiseta, que me cruzo con gente con guantes, pantalones largos y camisas térmicas y ellos flipan conmigo y yo flipo con ellos, que yo en ningún momento estoy pasando frío, el cuerpo genera el calor suficiente para ir tan a gustito. Ya he visto hasta alguna pava con bufanda y yo que llego a mi casa cubierto en sudor.
En fin, que es muy sacrificada la vida del deportista sin élite.