El poblacho de Kampot es un lugar muy bucólico en el que el tiempo parece detenerse y lo haces todo relajadamente. La zona en la que están los hostales y pensiones es a la vera del río Preaek Tuek Chhu y se puede pasear por allí para disfrutar con las preciosas vistas. La foto de hoy la veremos bastante similar al final de esta serie con una puesta de sol muy bonita. En las montañas del fondo hay un parque nacional que también visitaremos la semana que viene. Después del bullicio y el ajetreo de Nom Pen, Kampot resultó un pequeño paraíso en el que recuperarte. En la pensión en la que me quedé tenían el restaurante, café o comedor en la azotea del edificio y mientras cenabas o desayunabas, disfrutabas de una vista similar del río.
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Los líos habituales
La semana pasada tenía atada y bien atada mi agenda desde varias semanas antes y en el caso de algunas de las citas, meses. Había quedado para ir a cenar un día con la Chinita, otro día con colegas en el Cartouche, el hogar de las costillas y seguramente el restaurante (o bar con algo de comida) al que he ido más veces en mi vida, incluyendo restaurantes de comida rápida que puedo haber visitado con frecuencia en mis años pre-emigración. Un par de días los tenía reservados para películas y el sábado había quedado con mi amigo Quique, el cual cambiaba de avión en Schiphol, el mejor aeropuerto Europeo, como sabemos todos salvo los truscolanes y se las había apañado para tener siete horas que íbamos a aprovechar y ponernos al día, hablar, comer, hablar y comer aún más. No creo que haya ningún lector hoy en día que recuerde a Quique, así que os diré que es uno de los lectores más antiguos, que se acabó cansando, algo que refuerza mi convencimiento de que me repito más que un político truscolán e incluso hizo un par de viajes conmigo, ya que juntos visitamos por primera vez Praga y también estuve con él en Roma, aparte de ir por Valencia a verlo y recibir una visita suya en Holanda (o varias, aunque en las otras mi casa no ha servido de posada).
Las actividades de la semana se fueron desarrollando según el plan previsto. La semana pasada era relativamente tranquila ya que la zona central de los Países Bajos estaba celebrando las vacaciones de invierno, con lo que no tenía clases de italiano y mi amigo el Rubio y todas su prole andaban esquiando fuera del país. El miércoles saltó la alarma cuando Quique canceló la visita por culpa de un accidente haciendo deporte. De siempre se ha sabido que es mejor no hacer deporte para evitar estas cosas y el suyo lo demuestra. Tuvo que apañar en el último instante un cambio de planes, conseguir a alguien que lo substituyera en el trabajo que iba a hacer y aparte de eso, se cayó la cita del sábado. Como yo soy de natural positivo opté por montarme otro día de pruebas con la receta de los cruasanes, la cual es trabajosa y no termina de salirme bien. El viernes felicitaba al Rubio por su cumpleaños mediante FaceTime, con el en las pistas en las que esquiaba en Austria y una vez más me maravillaba con la tecnología que llevamos en nuestros bolsillos todo el tiempo y en el caso de los pobres y facinerosos en sus bolsos y mochilas ya que no hay manera de meter un zapatófono con androitotorota en el bolsillo, a menos que seas un jugador de la NBA de más de dos metros de altura con unas manos como remos y unos bolsillos como bolsas de supermercado. Mientras hablábamos le comenté que mi cita del sábado se había anulado y que lo vería el domingo para llevar a las Unidades Pequeñas al cine, algo que ya estaba acordado. Al Rubio se le abrieron los cielos al conocer la noticia y en seguida me apuntó para una misión instantánea y terrorífica. Durante la semana habían cambiado el techo de su cocina y tenía una pila de escombros en la puerta de su casa, los cuales había que llevar al centro de reciclaje de su ayuntamiento y solo lo podíamos hacer entre las doce y las cuatro de la tarde, que se corresponden con el horario de apertura de dicho lugar en su villorrio. Quedamos en que movíamos el cine para el sábado y como me conozco al equipo, el sábado por la mañana después de mi momento chocolate con Churros hice un Brownie y rastreé mi congelador y nevera para ver que tenía disponible. Acabé con dos bolsas de pollo korma, un cuarto de tortilla, el Brownie, seis cruasanes de mi intento anterior y el resto de cosillas que me llevo siempre conmigo, aparte de un par de mudas de ropa y unas botas de esas de marinero de luces para trabajar en el jardín, que aquí con las lluvias eternas siempre te mojas.
Después de vernos nos pusimos manos a la obra y nos tomó llenar el remolque que alquiló para su coche cuatro veces para deshacernos de los restos del tejado. En el centro de reciclaje nos explicaron el lugar en el que iba cada producto y tras la primera visita nos convertimos en expertos. En la última nos llevamos a las Unidades Pequeñas y a la Primera Esposa y nos dejaron en el cine, en donde vimos La Lego película – The Lego Movie. Al cine entro como si fuera obeso como muchas de vosotras y vosotros, ya que escondido en el abrigo tengo la pitanza para los chiquillos y así nos ahorramos el sablazo, ya que lo de cobrar precios abusivos por las golosinas en los cines parece universal. Después de la película nos recogió la Primera Esposa y regresamos a la casa. Como yo aportaba la cena, nos dedicamos a jugar y matar el rato y después de cenar celebramos el cumpleaños del Rubio con el Brownie, al que le pusimos unas cuantas velas. Después me obligaron a ver las mil fotos de la semana esquiando y algunos de los vídeos y como se hacía tarde, me quedé a dormir allí, lo cual implicó una ingesta masiva de cerveza. A las ocho de la mañana la más pequeña de las unidades ya estaba preguntándome que cuándo pensaba preparar los Pannenkoeken y a las nueve de la mañana tenía una torre con veintipico y nos sentábamos todos a desayunar. A media mañana regresé a mi casa y al final pasé la tarde del domingo entretenido haciendo los cruasanes y en paralelo preparé un Estofado de carne y cerveza Guinness que hacía tiempo que lo venía diciendo y nunca terminaba de hacerlo. Planeé un fin de semana de un tipo y finalmente resultó otro distinto aunque igual de interesante.
Mientras tanto, una conocida me decía que se pegó los dos días adelantando trabajo. Creo que se lo tomó a mal cuando le dije que probablemente no tiene vida ninguna porque a mí me faltan horas para hacer cosas solo o en compañía de otros y el trabajo se queda en la oficina y de allí no sale de ninguna manera.
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Playa en Koh Tonsay
Cerca de Kampot está el villorrio de Kep y desde allí fui en bote a Koh Tonsay o la isla de los conejos, un lugar en el que viven un pequeño puñado de familias y en el que hay unos pocos bungalós para turistas en los que puedes dormir por unos pocos dólares, sin electricidad, sin baño y con unos mosquitos como mandarinas de grandes que se aseguran de dejarte seco antes de la mañana. Mi amiga la Chinita se quedó allí una noche y le fascinó pero yo soy más fastuoso y prefiero algo de lujo así que me limité con la visita y ver la playa del lugar, la cual no me pareció gran cosa, aunque eso sí, era tranquila que no veas. El agua en la playa era bastante turbia. Creo que han construido algún complejo turístico desde que yo pasé por allí.
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Yo elijo
La semana pasada escribía algo Sin ninguna relación y que parecía caer directamente del cielo. En realidad la secuencia que disparó aquella anotación la comenzó otra reflexión, una que se puede resumir en dos palabras: Yo elijo. Como todas mis reflexiones, venía de más atrás e incluso en Diez años desde el comienzo ya se dejaba ver. Cuando emigré a Holanda, allá por el año dos mil, comencé a enviar las homilías, aquellos correos en los que contaba mi vida en un ambiente totalmente distinto del habitual. Elegía lo que quería contar ya que no toda la información es de consumo público. Cuando creé la Mejor bitácora sin premios en castellano, la parte más complicada fue siempre elegir la información para la bitácora, protegiendo mi vida al máximo y así ha continuado. Muchos pueden creer que en casi siete mil anotaciones está todo dicho pero no es así, solo aparece aquello que pasa mi auto-censura. En todos estos años he ido de izquierda a derecha, de norte a sur, he tenido mis altos y mis bajos y siempre he sabido mantener los límites entre el mundo digital y el real. Por eso me gusta la bitácora y detesto el CaraCuloLibro. Yo determino lo que quiero compartir y lo hago de una forma libre y no obligo a nadie a leerlo. Con eso consigo que todos los que seguramente deberían admitir que están interesados me ignoren completamente y los que me leen son mayoritariamente aquellos que no tienen ningún vínculo conmigo, aunque con el tiempo creen que me conocen y lo saben todo de mi en base a una información censurada que yo les suministro. Es la belleza de un juego en el que siempre salgo ganando yo.
Durante la semana pasada fui a cenar con la Chinita y ese fue un día con buenos ejemplos. Mientras cenábamos la conversación derivó hacia historias épicas y legendarias con mi amigo el Turco, historias que jamás publiqué por aquí ni pienso hacerlo. Igual algunos piensan que las mejores fueron las que escribí pero lo tristemente real es que en los años en los que hemos sido amigos, las más discretitas y modositas fueron las publicadas y las otras las dejé para contar en las tertulias y os puedo asegurar y hasta os aseguro que cuando las cuento, no me creen. La Chinita tuvo que ir al baño a mear para no hacérselo encima, ya que aventuras como el increíble viaje a Madrid con el Turco son más propios de un relato de Ciencia Ficción. Lo mismo me sucede con el Rubio, hay algún atisbo de lo que sucedía en relatos como el de E.T. pero la mayoría han quedado para echarnos unas risas junto al fuego de la chimenea.
Elegir está en el mismísimo núcleo de una bitácora personal. No hay manera de contarlo todo y seguramente no te quieres exponer de esa manera, así que has de elegir y pintar una realidad que probablemente es más bien irreal. Al final de cada día tengo una, cinco o veinte historias que puedo contar y tengo que elegir la que verá la luz, sopesando su relevancia, como afectará a mi mundo o al de aquellos que me rodean. Por suerte mi vida es muy dinámica y salvo por hablar sobre programas que den en la tele o eventos deportivos, universos paralelos al mío que no me interesan en absoluto, siempre encuentro algo que contar. Hay semanas con mucha información y otras con aún más y en ocasiones, la única elección lógica es salirte por la tangente y comentar otra cosa porque todo, todo, todo lleva la etiqueta de Confidencial. Con los años incluso mis amigos han llegado a creerse que cuento todo lo que hacemos y me comentan que esto o aquello es perfecto para la bitácora sin saber que desde siempre los he protegido y nunca se ha sabido nada de ellos. Ninguno parece recordar que pese a ser un lugar supuestamente anónimo, todos los que me conocen saben que lo escribo, no se lo oculto a nadie y son libres de entrar por aquí, ya sean desconocidos, conocidos, amigos o familiares. Por eso elijo lo que quiero decir y cómo hacerlo.