Hace ya unos años que al visitar España procuro evitar películas dobladas al español y particularmente las que tienen actores que conozco ya que las voces erróneas y los sonidos que no se ajustan al movimiento de los labios me ponen de los nervios y consiguen que no me centre. Ya sé que algún subnormal dijo una vez que la calidad del doblaje español es fantástica pero lamento confirmaros que es una mierda, que la pérdida de información es brutal y solo hay que escuchar los tráilers que dan en el cine para verificarlo. Un buen ejemplo es la nueva del Keanu en la que todos los actores salvo él son japoneses hablando en inglés, con el acento que eso conlleva. En el doblaje español todos parecen de la meseta, perdiéndose la musicalidad del inglés hablado por japoneses y las entonaciones que le ponen a las frases. Visto el panorama, me centro en las películas españolas y este año solo hay dos en cartelera, así que he procurado verlas. Una de ellas se estrenó el día de Navidad y es una especie de drama familiar titulado Ismael que seguro que podéis encontrar en un cine cercano.
Un julay hijo de capullo viaja a Cataluña para conocer a su padre y termina montando un pitote
La película comienza con un niño negro de ocho años que se va a la estación del AVE en Madrid, burla la seguridad, entra en un tren con destino Barcelona y allí llega a la puerta de una casa. Resulta que es la dirección en la que vive el que cree que es su padre y en el lugar conoce a su abuela, la cual lo llevará a conocer al macho que empaló a su madre y la preñó y que casualmente es blanco. A partir de aquí, todo son movidas porque parece que viven en el barrio de los malos rollos y hay una infestación de estos últimos.
La idea es interesante, hacer que un niño haga un viaje de iniciación para conocer a su padre yendo a un lugar lejano es un buen punto de partida. La abuela resulta ser Belén Rueda que no sé, pero creo que lleva haciendo cine y televisión desde antes de que se inventaran los cines, que no tengo recuerdos de ninguna época de mi vida en la que esa mujer no esté en el candelabro y así sin mojarme, yo pienso que ya ha superado los ciento veinte años por lo menos y gracias a los estiramientos y la escayola, sigue perfecta y casi no se le nota que las orejas eran originalmente los pezones, que ya le han llegado a la cabeza a base de estirar. Esta mujer es una buena actriz y básicamente es la que mantiene la película, resultando creíble como madre y abuela, aunque no tanto como la jefa de un negocio, lo cual no resultó un problema porque esa escena dura menos de un minuto. El que no supo darle la réplica fue Mario Casas, al que pusieron cojo y con barba y alguien como que le dijo que se metiera un tampón en el culo para poner cara de sufrimiento pero no funcionó, se le quedó más bien caras de querer echar una jiñada épica. Deambula tristemente por la pantalla haciendo como que cojea pero sin terminar de cuajar y se apaga en muchas escenas. Ni siquiera el hijo negro que le salió lo soluciona y mira que el chiquillo hace lo que puede y tiene el carisma suficiente para atrapar a la cámara. Otro que no conectó es Juan Diego Botto, un actor que no recuerdo haber visto en el cine en años y que aquí es más triste que el papel de segundón que interpreta y que debía estar en una película alternativa porque en ningún momento pareció conectar con el resto. El otro que salva la historia junto con el niño y Belén Rueda es Sergi López, que hace de colega rarito y avejentado que va de buen rollo pero que quiere coger a la Belén y darle unos revolcones hasta que vomite el jugo de la vida y que es el único que parece que quiere que nos divirtamos algo, consiguiendo varios de los mejores momentos. La película tiene sus momentos interesantes pero la sensación es que el director no supo encauzarla y el drama se le quedó demasiado grande, funcionando mejor en los momentos cómplices y cómicos y fallando cuando pretende arrancar alguna emoción de los espectadores. En la sala había un grupo numeroso de pivas que seguramente fueron para ver a su Mario en plena gloria pero por desgracia no lograron soltar un gemido de placer y a media película ya estaban yendo al baño a empolvarse y relajarse de tanto mal rollito. No es cine para el Clan de los Orcos, más que nada porque se habla mucho y no hay efectos especiales ni coches espectaculares o música pachanguera.
Los sub-intelectuales igual la toleran aunque me da que va a ser que no. En fin, que pudo haber sido pero no llegó. Perfecta para la tarde de un domingo combinada con siesta.