Y para terminar la visita a Praga, una estatua que está en el castillo de Praga y a la que la gente le ha cogido afición. Si os fijáis bien, a este sí que le tocan los huevos continuamente y los tiene hasta brillantes. Las asiáticas parecen particularmente aficionadas al toqueteo y tuve que esperar un rato para hacer la foto porque una banda de japonesas o chinas estaba poco menos que en el paraíso con el pobre chiquillo.
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Ese cuarto de kilómetro adicional
Siempre que hacemos algo, nos quedamos con la sensación que podemos llegar un poco más lejos, que con algo de esfuerzo habríamos superado esos doscientos cincuenta metros adicionales que separan la satisfacción personal del vanagloriarse. Un pensamiento tan estúpido e inadecuado para el autor de la mejor bitácora sin premios en castellano no me viene después de haber sufrido dos horas de reuniones con un puñado de amarillos que no saben decir que no y que responden a todo que sí aunque ni siquiera son conscientes de lo que les estás pidiendo. Tampoco me vino al tiesto al hilo de algún problema enorme que traía al universo e incluso a mi empresa de puto culo y cuesta abajo y que yo, con un golpe maestro y sin que se me cambe ni uno solo de los pelos del culo, logré resolver.
En realidad todo viene de una cena con amigos. Uno de ellos aceptó hace casi tres meses el pasarse por mi casa con su esposa a cenar hoy. Ya sé que puede parecer raro pero no lo es. Aquí usamos eso que algunos conocen como agenda y que te permite planificar tu vida social y ordenarla un poco. Si como yo, no perteneces a una banda pero tienes un montón de amigos y todos te quieren y te aprecian tanto que no dejan de solicitarte, es imprescindible el llevar algo de orden. La gente va llenando mi agenda con citas y más citas y cuando uno me pide un jueves con ciertas restricciones, acabamos en el futuro más lejano que finalmente llegó.
Nunca más se habló nada del asunto, seguimos con nuestras vidas, nuestros intercambios de mensajes telefónicos y de correos y casi sin darnos cuenta, llegó la semana. Incluso cuando andaba de vacaciones por Galicia en algún lugar de mi enorme cabeza una subrutina seguía trabajando en el asunto y programando el menú. Sé que les gusta comer y disfrutan enormemente mientras que yo además de la compañía, me lo paso fantástico haciendo la comida. Fui poniendo y quitando platos, cambiando unas cosas por otras hasta que más o menos tenía decidido que comenzaríamos con unas Lentejas con chorizo y a partir de ahí seguiríamos con unos pimientos de piquillo rellenos, una receta que aunque he hecho en infinidad de ocasiones, siempre se me olvida hacer la foto (por pura glotonería) y en esta ocasión no ha sido distinto. Después tenía varias opciones y durante algunos días pensé que organizaría un festival de montaditos pero finalmente opté por un Pollo acaramelado al limón y aunque inicialmente lo iba a acompañar de Puré de papas terminé eligiendo unas Papas arrugadas. Para postre inicialmente iba a hacer unas Cristinas o bollos suizos pero se me quemaron un poco cuando las hice el día anterior y opté por el plan de emergencia que suponía hacer una banana tarte tatin, un postre que se prepara del revés y que está delicioso.
Con las ideas claras y los ingredientes en la cocina, las cosas fueron saliendo solas y para cuando llegaron mis amigos ya lo teníamos todo más o menos listo y nos sentamos a hablar y comer. Como la gente te halaga tanto llega un momento en que te insensibilizas y realmente no sé si les gusta la comida o no, pero al menos rebañan el plato y aunque los ves con cara de querer vomitar, siguen engullendo lo que cae en sus platos. El postre lo hicimos juntos, para mostrarles lo fácil que es de preparar ya que hay muchos que piensan que cocinar es algo místico y mágico que requiere de unas habilidades especiales.
Siempre es agradable recibir amigos en casa y saber que cuando se van, el abrazo que te dan es de corazón (o eso, o por la caja de Magdalenas que se llevan con ellos). Yo me quedé llenando el lavavajillas, recogiendo la cocina y la mesa un poco, cansado pero feliz y ya con la cabeza en otro sitio, pensando sobre lo que quería contar esta noche en mi pequeño diario secreto. Fue en ese instante, mientras el lavavajillas comenzaba su sinfonía que me acordé que mañana por la mañana comienzo un nuevo proyecto en mi empresa y tengo una reunión con el equipo que lo llevará a cabo, unas doce personas. Una de las tradiciones en mi trabajo y mi marca de la casa es que en esas primeras citas regalo magdalenas a todo el mundo. Deseché la idea porque ya estaba cansado y decidí no hacerlo pero también en ese momento recordé lo importante que es ese cuarto de kilómetro adicional, lo fácil que pueden ser las cosas cuando pones algo de voluntad y como todo aquello bueno que haces te es devuelto multiplicado por ciento y esto me dio la fuerza necesaria para volver a encender el horno, preparar la masa y hacer doce Magdalenas del carajo que mañana llevaré conmigo a la oficina y regalaré a mis compañeros.
Dicho y hecho. Media hora más tarde las sacaba y las dejaba enfriándose y ahora sí que me he sentado a escribir y de regalo, aquello que quería contar pasó a un segundo plano y otra anotación totalmente distinta e inesperada se cocinó en mi cabezota. Al final ya le estoy sacando provecho a ese cuarto de kilómetro adicional y que no te quede duda, merece la pena el recorrerlo.
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Vista de Praga desde el castillo
Estamos acabando este segundo paseo por la ciudad de Praga y aunque soy consciente que cuando juntas varias fotos para crear un panorama y después reduces el tamaño al final no se aprecia nada, me gusta esta vista de la ciudad que se veía desde la salida del castillo de Praga y en la que se ve un poco el puente de San Carlos, el río Moldava y el casco antiguo de la ciudad.
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El castillo de Praga y la Iglesia de San Nicolás
El relato comenzó en Mi segunda visita a Praga
Nuestro segundo día en Praga comenzó con un buen desayuno en el hotel. El restaurante estaba petado de frikis. Allí el que menos tenía la consabida ceja única que les distingue y los separa del resto del universo. Además, la mayoría parecían portar camisetas de Firefox así que deduje que se debía tratar de alguna reunión de desarrolladores de este excelente navegador. Una cosa es usarlo y otra ver a todos esos bichos raros juntos, la mayor parte más bien del árbol de los insociables, sin hablar entre ellos y todos concentrados en sus portátiles, que casualmente eran mayoritariamente apple. Las tías se podían hermanar perfectamente con las mujeres de Vecindario, la conocida capital de Mordor. Eran feas hasta cometer pecado mortal y la que menos tenía un bigote como un estropajo de grande y de tupido. Algunos se servían platos de comida como si en su vida hubieran tenido oportunidad de comer algo. Era hasta vergonzoso. Arrasaban con todo lo que ponían los camareros, los cuales no daban abasto.
Después de desayunar pedimos en la recepción un taxi y este nos llevó hasta la puerta del Castillo de Praga. De lo que se trataba era de visitar el lugar y no de empezar ya cansados ya que llegando con transporte público no es tan amañado. Junto a la puerta del castillo había un coche de época y mi madre se empeñó en que le hiciera fotos junto al mismo. Después se fijó en los guardias de la misma puerta y casi se monta a la pela de uno de ellos para hacerse una foto más espectacular. Si mi madre fuera una chocha bulímica no habría nada malo pero es que con su peso, lo clava al suelo y no hay quien lo despegue.
Pasamos al interior del castillo y me acerqué a la oficina de información para comprar las entradas. Después nos pusimos en la cola para ver la catedral y alucinamos con su interior. En esta visita pasé de pegarme la quemada de subir a la torre ya que aún tenía frescos en mi memoria los recuerdos del palizón que me di con Kike cinco años antes. La catedral es una auténtica obra de arte y al salir continuamos por el Antiguo Palacio Real de Praga. Después de visitarlo nos tomamos un cafelito y entramos en la preciosa Basílica de San Jorge. Lo bueno del castillo de Praga es que es una colección de edificios y te sirve para pasar medio día o un día entero, si eres más bien lento. Tras el paso por la iglesia fuimos a ver el callejón del Oro y la casa en la que vivió Franz Kafka y tras pasar por las mazmorras del castillo bajamos hacia el río Moldava disfrutando con las espléndidas vistas de la ciudad de Praga que hay por la zona.
Entramos en la Iglesia de San Nicolás en Malá Strana pagando la donación OBLIGATORIA. Deberían llamarlo entrada ya que voluntariamente yo no habría aflojado ni un céntimo y si pagué, fue porque el templo lo merece. Cruzamos por el puente de San Carlos y volvimos a la parte antigua de la ciudad y repetimos almuerzo en el »Restaurante STOLETÍ«, un gran descubrimiento.
Regresamos al hotel para la siesta y por la tarde fuimos en tranvía a la Plaza de Wenceslao, el corazón de la Praga moderna y una parte de la ciudad que personalmente encontré fea. Hicimos algunas fotos, curioseamos por el lugar y como realmente lo único que hay es el museo nacional y tiendas, tomamos el metro en la estación de Muzeum y volvimos hacia la parte más antigua de la ciudad. En la plaza del casco viejo había mucha animación y volvimos a ver el espectáculo del reloj astronómico. Deambulamos por la zona sin rumbo fijo y para cenar elegimos el restaurante La Bodeguita Del Medio, el cual me había recomendado mi amigo el Rubio. Estaba petadísimo de gente y el camarero que te asigna mesa nos dijo que sin reserva era imposible a menos que quisiésemos estar en la zona de NO fumadores, toda una bendición ya que como es bien sabido, yo nací con una intolerancia radical a la mierda del humo de los que fuman y a los que les deseo todo lo peor, siempre. La comida estaba deliciosa y para cuando terminamos, los señores mayores que me acompañaban ya empezaban a cansarse así que los dejé en el hotel y yo me marché a dar un garbeo y de paso ir al cine.
Aunque pueda parecer que hemos hecho poco, en ese segundo día liquidamos gran parte de las cosas más turísticas de la ciudad y nos faltaban por ver algunas atracciones algo más alejadas del centro.
El relato acaba en El monasterio Strahov, Loreto y la colina Pet?ín