La oscuridad era absoluta. Era un cuarto sin ventanas. Al principio sintió pánico. Miraba a su alrededor pero sus ojos no veían nada. Todo era negro. Sobre sus muslos descansaba el periódico que estaba leyendo cuando las luces se apagaron. Respiró hondo y decidió esperar un par de minutos. No sucedió nada. Lamentó haber dejado su teléfono en su despacho. El teléfono emite una potente luz y lo podría haber usado para salir.
Eran las cuatro de la tarde y alguien tendría que entrar allí tarde o temprano. Comenzó a ponerse nervioso. No tenía muchas alternativas. Esperaba, terminaba y salía a oscuras o salía sin terminar e intentaba interceptar los sensores que activan las luces. Eligió esta última solución.
Dejó el periódico en el suelo y palpó la puerta hasta que dio con el fechillo. Lo corrió y empujó la puerta algo tenso. No quería que si en ese momento entraba alguien lo pillara de esa guisa. Nada. Tanteó el espacio negro que tenía frente a él y salió medio en cuclillas fuera del cubículo procurando no chocar contra nada. Se puso a agitar las manos haciendo molinos pero los sensores estaban muy cerca de la puerta, unos cuántos metros más allá y no se atrevía a ir tan lejos.
Lamentó profundamente haberse llevado el periódico. Siempre cagaba en un par de minutos pero hoy estaba aburrido y decidió leer algo. Había entrado en el baño hacía más de veinte minutos, se encerró en uno de los tres cubículos, el más alejado de la puerta y se puso a obrar mientras leía la prensa. Una vez acabó siguió leyendo sin darse cuenta del paso del tiempo. Así le había pillado el apagón, con los pantalones bajos y sin haber acabado la faena.
Imaginó lo que pensaría cualquiera que en ese momento abriera la puerta y lo pillara allí, medio doblado, con los pantalones bajos, las joyas al aire y agitándose como si estuviera espantando mosquitos a su alrededor. Seguro que hablaban de él hasta el fin de los tiempos.
Tenía miedo de equivocarse en la dirección y acabar metiendo la mano en uno de los meaderos y allí no se veía nada. Decidió volver dentro del retrete. Intentó limpiarse a oscuras pero se le antojaba extraño y tenía la sensación de ir a poner la mano en donde no debía. Desistió y decidió seguir esperando.
Un cuarto de hora más tarde estaba a punto de llorar. Renunció a sus escrúpulos y se limpió lo mejor que pudo. Se subió los pantalones y salió siguiendo con su mano las puertas de los retretes. Logró encontrar los lavamanos y desde allí se acercó a la puerta. Las luces se encendieron al instante. Se miró en el espejo y vio que tenía que ajustarse el pantalón. Primero se lavó las manos frenéticamente. Estaba sudoroso y en su cara había un rictus de disgusto.
Salió del baño y se juró a sí mismo no volver nunca más a leer la prensa y a llevar siempre con él su teléfono inalámbrico. Al volver al despacho nos encontramos. El Niño me miró aún alterado y cerrando la puerta me dijo: ?? No te creerás lo que me acaba de pasar ??