Este verano me lo he pasado cocinando magdalenas. Ayer, mientras preparaba una docena intentaba calcular cuántas habré hecho a lo largo de los últimos años y creo que la cifra debe rondar entre las dos mil y las tres mil. Este verano las he estado haciendo con arándanos azules, una variante sensacional y que les da un sabor único. He probado una receta totalmente distinta y un amplio elenco de personas se han ofrecido voluntarias para ser mis probadores. Después de ese periodo de pruebas, he descubierto que mi receta original sigue siendo considerada por todos como fantástica y la nueva consigue el aprobado pero no llega mucho más allá. Aún así, he incorporado parte de la mecánica de esta receta en la original y hay un consenso generalizado en que algo de lo que he cambiado las ha conseguido mejorar.
En mi trabajo, cuando comenzamos un nuevo proyecto, tenemos siempre una reunión que da el pistoletazo de salida. En ella, se presenta el plan, se discuten los detalles generales y todos los departamentos implicados mandan gente para mantenerse al día. yo soy quien convoca a todos, quien controla la reunión y quien finalmente sacará adelante el proyecto. Como jefe del mismo, siempre doy magdalenas en esta primera reunión y se han terminado llamando las Reuniones de las magdalenas. Acuden todos, nadie cancela y algunos incluso preguntan si se pueden apuntar a otras para venir a comer. Las magdalenas vuelan por la oficina y yo las cocino de forma incansable. Mi jefa también organiza reuniones similares pero ella no da nada. Hoy uno de los vicepresidentes se ha ido a quejar porque ella también debería cocinar y si no es capaz, entonces debería obligarme a hacer magdalenas para sus reuniones. El hombre vino por primera vez a una de mis reuniones de las magdalenas y cuando se la comió casi lloraba. Los demás estaban esperando en la sala de juntas desde cinco minutos antes, con sus cafés preparados y todos mirando fijamente a la puerta para asegurarse que la cantidad era la adecuada y nadie se quedaría sin ninguna.
En mis reuniones de las magdalenas la gente parece ir de buen humor y las cosas salen adelante fácilmente. A mi solo me cuesta media hora de mi tiempo en la que además disfruto enormemente porque cocinar relaja enormemente y cuando terminas y ves el producto final, sientes la satisfacción del trabajo bien hecho. Durante estos años solo he visto un par de momentos extraños. Una vez, en una reunión con unas veinticinco personas, reparto mis magdalenas y me fijo que uno de los participantes se la comió entera, incluyendo el papel. Nadie dijo nada pero creo que todos alucinamos con aquel espectáculo y el hombre hasta me felicitó por lo rica que estaba. En otra ocasión uno se comió su magdalena y me devolvió el papel para que lo volviera a usar en otra ocasión. Yo lo miré horrorizado, tratando de pensar el tipo de familia en la que se tenía que haber criado para no poder ni permitirse el tirar los papeles de las magdalenas, los cuales compro por un euro y medio en cantidades de ciento veinte unidades.
En este tiempo también he descubierto que las pastelerías y cafeterías cobran un montón por un producto que es muy barato. Yo puedo cocinar doce magdalenas con un costo inferior a un euro y sin embargo, en las dulcerías te venden una sola por más de tres. Hay algo totalmente abusivo en su precio ya que no se justifica ni por los materiales ni por el tiempo que deben invertir en preparar el producto final. Hacer magdalenas toma menos del tiempo que tarda el horno en precalentarse y durante su cocinado uno se sienta a disfrutar de un rico café o lee algún libro, mira la tele o pierde los quince minutos de espera buscando gamusinos.
Para mañana y el viernes no tengo prevista ninguna reunión pero me apetece preparar unas cuantas. Mañana las regalaré por la oficina, a un puñado de afortunados, sin motivo aparente, solo por el placer de ver la ilusión que les hace y la felicidad que algo tan simple y delicioso les proporciona.