Estás bajo los arcos del Acueducto de Segovia, miras hacia arriba e imaginas lo que pensaban las gentes que pasaban bajo el mismo hace dos mil años. El tiempo es una de esas cosas que resulta muy fácil de mentar pero difícil de comprender. Veinte siglos de historia, casi tres cuartos de millón de días, más de diecisiete millones de horas, un millardo de minutos y ahí está, recordándonos que los romanos estuvieron allí y lo construyeron sin imaginar que llegaría hasta el siglo XXI, que el hombre pondría un pie en la luna, mandaríamos artefactos a los otros planetas del sistema solar, recorreríamos el mundo en cuestión de horas en artilugios que vuelan a once kilómetros de altura y haríamos todo esto de la misma forma errática con la que dirigimos nuestras vidas.
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El Chinexamen
Hace unos días leíamos sobre el AcChidente de mi amigo el Chino y descubríamos con estupor que el hombre ha decidido sacarse el carné de conducir y así poder aterrorizar a los buenos y honestos Europeos en sus carreteras. Tras meses y meses de teoría y práctica, ayer llegó el Gran Día, el examen práctico. Se despertó como siempre a las dos de la mañana para comprobar la Chimbolsa y de nuevo alrededor de las cinco. Finalmente a las ocho de la mañana, aún cansado con tanto ajetreo nocturno y helado de frío porque se niega a encender la calefacción para no derrochar energía, se metió en la ducha.
En la autoescuela se encontró con su profesor, el cual lo acompañó a hacer el examen. Se acercaron con todos los papeles y el examinador se presentó y entró en el vehículo. El Chino estaba a un paso de sudar tinta china y agitaba el cabezón amarillo como cualquier muñeca de Famosa cuando van camino del portal y con su molesto meneo ponía a prueba la suspensión del coche. Salieron del aparcamiento y enfilaron por una calle de la ciudad. Su profesor cruzaba los dedos y verificó varias veces que su cinturón de seguridad funcionaba perfectamente. El examinador llevaba un café en la mano que procedió a poner en el portavasos del coche. Todo parecía ir de perlas aunque el hombre no dejaba de marcar cosas en su cuadernillo y el Chino trataba de ver lo que escribía al mismo tiempo que mantenía la vista al frente y se repetía su mantra particular: embrague meter, marcha cambiar, embrague soltar, acelerador pisar.
El examinador le dice:
– Cuando pueda a la derecha ? y el Chino, que después de cincuenta y cinco clases prácticas ya ha captado las implicaciones semánticas de la frase e intuye su significado más profundo aunque no lo entiende, llegó a la esquina, puso el indicador y ejecutó una maniobra impecable de giro a la derecha.
– Chino derecha parecer y seguir, cambio recibido ? confirmó por si quedaba alguna duda mientras su profesor cruzaba con fuerza los dedos para que no lo penalizaran por las boberías que dice.
Siguieron entre un tráfico bastante ligero y pronto recibió una nueva orden:
– En la rotonda, coja la tercera salida, a la izquierda ? y sonó igualito que el julay de los GPS TomTom.
– Chino tercera rotonda tomar y seguir, izquierda ser y parecer, recibido cocina, diez-ocho, una de izquierdas marchando ? lo que distrajo un poco al hombre que se quedó pensativo con el vaso de café en los labios mientras su cerebro desentrañaba la línea argumental de la información recibida.
Estaban llegando a la rotonda y todo iba bien. El Chino redujo, frenó un poco y agitó el cabezón mientras comprobaba que el tráfico le era favorable, algo que resultó fácil porque la rotonda estaba vacía.
Nadie sabe muy bien lo que pasó y aún tiemblo al pensar en lo dantesca que tuvo que ser la escena pero al entrar en la rotonda, lo hizo en dirección contraria, a la inglesa y se dirigió directamente a la salida de la izquierda como si nada pasara. Ni siquiera fue consciente de los gritos de pánico del examinador que chillaba para que parara ni vio a su profesor persignarse y encomendarse al buen Dios de los cristianos. El Chino continuó tranquilamente hasta que observó que un camión enorme entraba en la rotonda y se dirigía hacia él de frente. Una chispa de comprensión atravesó las bastas distancias de su cabezón y supo que la había pifiado hasta el fondo. Tratando de arreglarlo trató de meter un volantazo y girar ciento ochenta grados y al hacerlo se equivocó y aceleró. El examinador gritaba sin parar y su profesor se tapaba los ojos y le decía que frenara. El Chino seguía sin reaccionar y el camión comenzó a tocar la pita mientras iniciaba maniobras para evitar el accidente.
– Frena, frena, frena, joputaaaaaa ? le decía el hombre que lo estaba examinando.
El Chino comprendió la orden y pisó a fondo el freno. El ABS se disparó y el coche se paró en seco. El movimiento fue tan brusco que el café salió disparado hacia el cristal delantero y lo cubrió completamente. Dentro del coche todo el mundo gritaba sin parar.
Después de unos segundos se hizo el silencio. Estaban cruzados en medio de una rotonda, con un camión a menos de un metro del coche y si habían conseguido escapar ilesos era por puro milagro. El examinador salió del coche y se alejó corriendo y el profesor del Chino lo siguió. El colega se quedó pensativo agitando la cabeza en el coche y tratando de comprender lo que podía haber salido mal.
Lo han suspendido con honores. Antes de volver a pasar el examen práctico tendrá que examinarse de nuevo del teórico. Así que es posible que tengamos alguna otra aventura del Chino sacándose el carné de conducir.
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Alcázar de Segovia
Siempre se habla de Segovia por su acueducto y nos olvidamos del Alcázar de Segovia, una joya alucinante cerca de la catedral y la Plaza Mayor. Es un castillo increíble que se remonta al siglo XII y que me recuerda a algunos castillos del centro de Europa, estilizado y totalmente distinto al resto de castillos españoles. Varios son los reyes que han residido en este castillo, que posteriormente se convirtió en prisión y ya en el siglo XVIII la sede del Real Colegio de Artillería. En la actualidad es un museo que ha de ser obligatoriamente visitado por aquellos que pasen por la ciudad. Totalmente recomendado el subir al torreón que se ve al frente y desde el que se disfrutan unas vistas increíbles de la ciudad y los alrededores de Segovia.
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Casa de los Picos
En pleno centro de la ciudad de Segovia tenemos la Casa de los Picos, con su fachada tan característica. Una leyenda dice que debajo de uno de esos picos hay un tesoro (algo que también se cuenta de la Casa de las Conchas de Salamanca) y otra habla de un pacto con el diablo del dueño. Yo me quedo con la historia que habla de como tras expulsar a los morangos de la ciudad, la gente la seguía conociendo como la Casa del Moro y su nuevo propietario cambió la fachada de esta forma característica para que la gente comenzara a conocer la vivienda de otra forma. La casa arrastra este nombre desde el siglo XVI.