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  • Los chamos adorando al Buda del Wat Suthat Thepwararam Ratchaworahawihan

    24 de noviembre de 2022

    Está claro que los monjes budistas que llevan la gestión del templo Wat Suthat Thepwararam Ratchaworahawihan, cuando se enteraron que truscolanes y podemitas dan subvención en base al número de visitantes y por allí no pasaba ni siquiera un Dios, lo solucionaron científicamente, creándose su legión de feligreses, que están allí, delante del Buda y que deben ser como cien o quizás, hasta cienes y cienes. Me pregunto si el Buda no se ha mosqueado todavía con toda esa chusma y gentuza de la peor delante de él y que nadie le haya puesto ni un céntimo de leuro en la mano de pedir, que el hombre ya debe estar cansado de tenerla así todo el día.

  • Bienvenido a bordo, el paseíllo por el sur

    23 de noviembre de 2022

    Esto comenzó en Bienvenido a bordo, el comienzo

    El segundo día era el de las visitas tanto a la fábrica de la empresa en los Países Bajos como al nuevo Centro de reparación de productos, lugares en los que se me puede ver de corpore insepulto con frecuencia porque son los lugares a los que yo voy, dependiendo de la presencia de mi jefe, que a veces está en uno y a veces en el otro y mi única razón para ir a la oficina es verlo y poder discutir cosas, así que salto de uno a otro según los vientos y eso me convierte en un bicho raro, ya que tengo tres puestos de trabajo, en tres oficinas distintas y tengo acceso a las tres, cuando lo normal es que la gente vaya a una sola. Eso hace también que conozca a un montón de gente, tanto de la sede corporativa como de la fábrica o el centro de reparaciones. Volviendo al relato, salíamos a las ocho de la mañana en guagua para Bolduque, así que tocaba madrugar y encochinarse con el desayuno del hotel, que yo estoy literalmente consumido y peso nada, pero eso no quiere decir que no me pueda jincar tres platos de comida, sobre todo cuando lo paga la empresa. A las ocho menos cinco, estamos casi todos en el vestíbulo del hotel, nos falta un chaval de la fábrica que conocí el día anterior y que se quedó bebiendo hasta el final conmigo. Como me había dado su número de telefonino privado, lo llamé pero no respondía y los organizadores lo llamaban al de la empresa y tampoco respondía.

    Me acerqué a la recepción y les dije que quería hacer una cosa viejuna y que Genín y Virtuditas saben hacer y que quería hablar con una persona llamándolo al número de su habitación, a ese armatoste que ponen en la mesa de noche y que nadie usa. Por el nombre buscaron la habitación, llamaron y cuando respondió aterrorizado porque aquella cosa empezó a hacer ruido, le empeté: ¡Chacho! ¡Que nos vamos! y el colega entró en modo pánico porque con la moña que se cogió se acababa de despertar, así que le dije que tenía cinco minutos para llegar a la guagua e informé a las organizadoras que el pavo vendría a tiempo o algo así.

    Según entró, cerraron la puerta y arrancamos. El que llegó tarde se sentó conmigo y me dijo que al llegar a la habitación se tumbó sobre la cama a escuchar música y le dio un jamacullo y lo despertó la cosa esa de la mesa de noche, que tanto su telefonino personal como el de la empresa se habían quedado sin batería. Pillamos un montón de tráfico saliendo de Ámsterdam, sobre todo porque era hora punta y porque llovia y el mal tiempo, suma kilómetros y aunque no llegamos a batir ningún récord, el acumulado de kilómetros de caravanas en todo el país superó holgadamente los mil kilómetros. Con el atasco y la lluvia, llegamos un pelín tarde a Bolduque, a la fábrica. Allí nos dividieron en dos grupos, según el sorteo del día anterior. A unos, nos hicieron la presentación de la fábrica por su director y después la visitamos dividiéndonos, de nuevo, en dos grupos. Nos dejaban hacer fotos y vídeos, que son espectaculares, con la condición de no compartirlos en NINGUNA red social, así que únicamente las personas que se arriesguen a oler mi mortífera carga de metano los podrán ver. Llevaré el telefonino a Gran Canaria en las navidades. La visita a la fábrica es muy entretenida. Después de salir, les tocaba al otro grupo y a nosotros nos tocaba la segunda actividad, que era una especie de juego o algo así, con preguntas sobre unos vídeos que nos obligaron a ver antes. Tras esto, llegó la hora del papeo y si el del día anterior fue terrible, el de ese día fue de llevar al Tribunal Penal de la Haya. Los españoles y los italianos estaban por echarse a llorar y algunos hasta fueron a la cantina a comprarse algo más de comida porque aquello no les molaba pero que nada.

    Tras el papeo y la tertulia, fuimos en la guagua al centro de reparación, que también está en Bolduque y es casi tan grande como la fábrica en tamaño. Ese se abrió en enero de este año. Yo usé mi pase mágico para abrir la puerta y una vez dentro, volvió la segregación. Yo estaba en el primer grupo que visitó la parte en la que se hacen las reparaciones y no lo diré ni lo voy a decir, pero los vídeos que tengo son fabulosos e increíbles. Tras el paseo de cuarenta minutos le tocó al otro grupo y a nosotros nos tocó una presentación del director del centro, un portugués muy majo. Cuando ambos grupos acabamos, nos dieron cafelito con Los auténticos bolones de Bolduque, aunque estos eran los pequeños, que solo se pueden comprar por encargo y en lugar de los doce centímeetros de diámetro, deben tener cinco o así y es algo que se puede digerir. Tras esto la tropa se volvía al hotel y yo me quedaba allí supuestamente trabajando. Resultó que un español tenía familia en las cercanías de Utrecht y se me pegó como ladilla a güevo para ir conmigo a la ciudad y cenar con su familia. Hablé un rato con mi jefe y le expliqué que por las circunstancias de la vida, me piraba para llevar a aquel panoli y que supiera o supiese, que con una certeza infinitesimal, había ganado el concurso del día anterior y que básicamente, soy el puto amo a la hora de vender a la empresa y hasta a la madre que la parió. Todo eso con el español escuchando y alucinando. Fuimos en guagua a la estación de tren de Bolduque, en tren al centro de Utrecht y le di el tour exclusivo y fastuoso a la par que fabuloso del centro de la ciudad, en una hora y viendo cosas que jamás vería en ningún otro tour, como los Limes del Imperio Romano, el lugar por el que pasaba el muro que dividía el imperio romano de los bárbaros, o la iglesia que ahora es un gigantesco pub belga y que no se ve desde la calle, o el mega-aparcamiento de bicicletas más grande del universo conocido, con más de doce mil bicis de capacidad y que casi siempre está al cien por cien. El chamo lo flipó. Llegada la hora y ante su negativa a mear en uno de los meaderos que hay en las calles para los machos, que ya antes de salir del centro de reparación le había dicho que se echara un pís, tuvo que pagar setenta céntimos por usar un baño público y eso le dolió. Una vez me deshice del chamo, volví a mi keli y aproveché para ir a correr, cerrando de esta manera ese segundo día en el que en realidad, visitamos los sitios en los que trabajo habitualmente, pero por unas horas, tuve licencia para fotografiar con el telefonino de la manzana podrida y mordida que es una kaka que no veas, que por no poder, no se puede ni programar para que se apague solo.

    El relato acaba en Bienvenido a bordo, el desenlace

  • El buda del templo Wat Suthat Thepwararam Ratchaworahawihan

    23 de noviembre de 2022

    Dentro del templo, tenemos a un Buda enorme en la posición de mendigar, por supuesto dorado y con una especie de atrio delante de él que supongo que es para rezar, aunque la gente como que lo respeta y se pone en el suelo de mármol. En la sala, un montón de ventiladores haciendo un montón de ruido para mover algo el aire a treinta y pico grados. En la imagen se puede ver que este templo es super-hiper-mega popular y que hay tantos turistas que casi resulta imposible hacerle una foto al Buda. Mañana veremos la solución que se ha buscado el colega para el problema.

  • Bienvenido a bordo, juego y crucero

    22 de noviembre de 2022

    Esto comenzó en Bienvenido a bordo, el comienzo

    Nos habíamos quedado en el almuerzo y merece la pena indicar el terror y el pavor tan absoluto que sintieron los españoles y los italianos cuando vieron lo que aquí se llama almuerzo. Se sentían insultados porque ni la palabra pranzo ni almuerzo se merecen ese vapuleo, con cuatro cosillas que no eran ni una merienda. Ya les avisé que si eso les asustaba, que se agarraran bien los machos para la cena.

    La primera de las dos actividades de la tarde era un juego/competición en equipo. Cogías un papelito de una bolsa y te unías al grupo que te tocaba, aunque la suerte parece que arrejuntó a todos los frikis alemanes en el mismo grupo. El juego consistía en abrir un baúl con un candado con una combinación numérica en base a una pista que nos daban y una vez abierto, abrir las cuatro cajas que había dentro también cerradas con candado. Yo puedo confirmar y confirmo que en este tipo de experiencias, soy patético, lo de captar las pistas no es lo mío, que es más bien la manipulación y la creación de redes humanas a gran escala y altamente eficientes. No sé como, pero uno de los de nuestro grupo resolvió el acertijo del primer baúl y cuando vi los otros cuatro maletines en el interior, con números, pensé que ni de coña, pero que ni de coña, resolveríamos eso y menos aún, en los cien minutos que nos habían dado. El primer maletín interior era con unas fórmulas matemáticas o así y un cerebrito en nuestro grupo, como que entendía aquella coña y lo abrimos. En el segundo comenzaron los problemas. Teníamos pistas para el color rojo, pero el acertijo y las fórmulas hablaban del color verde y azul. Allí los sub-intelectuales debatían y debatían hasta que me calentaron, cogí la puta tarjeta y me fui a visitar a los otros grupos. En cada uno de ellos descubrí que estaban igual de trabados que nosotros, tenían un tercio de la información que necesitaban. Encontré a uno que tenía uno de los colores que nos hacían falta y nosotros teníamos uno que necesitaban ellos. Le iba a hacer fotos a su tarjeta cuando lo pensé mejor y negocié: mira julay, yo te digo el número del color rojo y tú me dices el número de tu tarjeta. Después seguí rastreando el color que me faltaba pero cuando lo encontré, no tenían nada en común con nosotros, así que envié a una de las pavas de mi equipo para que se camelara a los machos y consiguiera el número, haciendo uso, si era necesario, de los güevos fritos, que no hay macho que se resista a un pezón grande. Abrimos la segunda caja y al tener la tercera en nuestras manos, ya quedaba claro que esto no es un juego de competitividad, es un juego de trabajo en equipo, porque teníamos una pista para una calculadora, pero en nuestra caja había una especie de cilindro de encriptación. Volví a salir de aventura y usé una ligera manipulación para conseguir que los que aún estaban trabados, recibieran los resultados que necesitaban y ya con todo el mundo en el mismo nivel, comencé a buscar la calculadora y el grupo que necesitaba nuestro cilindro para dárselo. Poco a poco, en los demás grupos se iban dando cuenta que nosotros no éramos el enemigo a batir, que nadie iba a ganar, o lo conseguíamos todos juntos, o fracasábamos.

    Ya con la calculadora, ni yo, ni las hembras, ni los machos del equipo teníamos idea de como conseguir el número de cuatro dígitos usando la calculadora. En eso que estoy yo paseando entre grupos y enseñándole la calculadora y la tarjeta con las pistas a todo quisqui y un pavo neerlandés lo mira y me dice que eso está chupao y se pone y me lo resuelve, el puto número era el 32. Yo no entendí nada y flipié en colores, pero lo importante es que conseguí el número y me dediqué a ayudar al grupo de los frikis alemanes, que al ser cejijuntos no pueden comunicarse bien con otros seres humanos, esos son más de hablar con ordenadores. Todos abrimos nuestros maletines y nos quedaba el último, que de nuevo, resolvimos juntos y en el interior del último, habían letras y claves para resolver la frase que teníamos que componer, todos juntos, que hasta ese momento todavía había algún pollardón o pollardona que no me creía cuando les gritaba que teníamos que trabajar en equipo, que yo cuando te me pones burro, te grito porque está muy mal visto dar cogotazos y bofetones, que es lo que me pide la mano. En práctiamente nada montamos la frase, en la que algunas letras tenían números que supuestamente, abrían una combinación en un ordenador que había allí, pero ciertas letras podían estar en diferentes posiciones, lo cual variaba el número y probamos unas cuántas hasta que dimos con la correcta y acabamos el juego con treinta y pico minutos de margen, que en esa pantalla había una cuenta pa’trás. Fue un exitazo y nos echaron el rollo de trabajar en equipo y eso.

    Cogí al pavo que resolvió lo de la calculadora y le dije que me lo explicara a mí y a mis compañeros de nuevo y nos lo explicó y yo seguía sin entender nada, así que me lo explicó por tercera vez y como que confirmé que había captado el concepto, pero básicamente mentí. Tras una pausa de cafelito, tuvimos otra presentación de una hora para hablar de movidas medioambientales y la empresa y tras eso, la cena y actividad sorpresa, aunque afuera llovía a raudales. Nos metieron en una guagua y nos mamamos un atasco que no veas para ir a la ciudad de Ámsterdam, ya que la actividad sorpresa era un crucero con cena en plan bufete de dos horas por los canales de la ciudad. Cuarenta personas metidas en aquel barquillo era un poco claustrofóbico y con la lluvia, es que no se veía nada y el chófer ni se molestaba en indicar los lugares turísticos. Supuestamente esta era una actividad para seguir reforzando las coñas de equipo, pero no creo que haya funcionado muy bien. Quizás en verano, con buen tiempo, pero no en un día terrible. En un punto determinado íbamos a pasar por delante de la keli de Ana Frank, esa en la que te cobran para visitar un piso sin muebles y que no puedes alquilar y fui yo el que avisó a la basca, igual que cuando pasamos por debajo de algunos de los mejores puentes de la ciudad. Como llegamos tarde, acabamos tarde y de vuelta a la guagua, nos llevaron al hotel y acordamos vernos en el bar para tomar algo. Terminamos con un grupo enorme y el bar cerró y nosotros, o algunos de nosotros, seguimos allí hasta la una y media de la mañana. Ese fue el momento en el que se crearon amistades, romances, odios profundos y todo lo demás. A las siete ya estaba desayunando porque el segundo día comenzaba temprano, pero eso lo dejo para otro día que esto ya se ha alargado mucho, así que nos quedamos aquí.

    El relato continúa en Bienvenido a bordo, el paseíllo por el sur

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