Distorsiones

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  • Omán primera parte - llegada a Moscate

    1 de abril de 2005
    Arabian Tour 2005

    Esta historia ha ido creciendo lentamente. Comenzó en Comienzo del viaje y después siguió en Arabia Saudita, Qatar primera y segunda parte. Los caprichos de Google te pueden haber traído directamente hasta aquí, así que te sugiero que lo leas todo desde el comienzo.

    El vuelo fue bastante rápido, poco más de una hora, más otra de diferencia horaria. Así que ahora ando con +4 de uso horario, o sea, tres más que la hora Europa continental. Cuando llegué rellené el impreso de inmigración e hice la cola para pagar el impuesto de entrada. Al llegar mi turno la mujer me informó que era muy afortunado porque tienen un tratado con los otros países del golfo y si tienes visado para uno de ellos no hay que volver a pagar el impuesto. Así que he podido entrar gratis al país. Eso sí, tengo otro sello junto al de los americanos. Ahora además de Qatar se puede leer Sultanato de Omán. Ya me veo en Guantánamo cuando vaya a los Estados Unidos este año. Espero que no me hagan la depilación eléctrica esa que tanto les gusta, que yo soy de natural peludillo y me va a doler un huevo, o quizás los dos. Aunque tengo visado gratuito tuve que rellenar el impreso y espero que nunca le presten mucha atención, porque había una sección en la que tenía que poner Primer Nombre, Segundo Nombre, Tercer Nombre y Nombre Familiar. Para el primero y el segundo elegí mis dos primeros y únicos nombres, en el tercero encasqueté mi primer apellido y en el nombre familiar el segundo.

    El equipaje, al igual que en Qatar estaba en el suelo, al lado de la cinta. Localicé mi maleta y salí. Me esperaba un Mohammed de estos, que hasta ahora todos los árabes que me han dicho su nombre se llaman Mohammed. Empiezo a creer que es más bien una forma de referirse a ellos porque no puede ser que todos tengan el mismo nombre. El Mohammed llevaba un papel con mi nombre y apellidos. O casi, porque no acertaron en nada. Más o menos por la disposición de las iniciales supe que era el mío, pero así y todo, aún tengo mis dudas. Me trajo al hotel desde el que he escrito esta anotación y desde aquí partiré mañana por la mañana rumbo a Sur. La temperatura en la calle es de alrededor de treinta grados, al parecer estamos en los meses fríos. El aire es extremadamente seco y el paisaje desolador. Han hecho un intento de tener un poco de césped en la carretera principal que sale del aeropuerto, pero cinco metros más allá de la carretera todo está árido y seco. Se ven montañas unos kilómetros tierra adentro. El aspecto es muy similar al que se puede ver al mirar desde las dunas de Maspalomas hacia el interior de la isla, sólo que allí la temperatura no es tan alta ni el aire tan seco.

    Por lo que he leído en la guía Lonely Planet que me he comprado, Omán es el país del golfo Pérsico que más ha hecho para reducir su dependencia de los inmigrantes y siguen reemplazando a toda esa gente por mano de obra local. También es uno de los pocos países de la zona que considera que la educación de la mujer es tan importante como la del hombre y de hecho, hay más mujeres que hombres en la universidad. Por supuesto todo tiene un lado negativo. El sultán se empeña en conservar las costumbres y tradiciones y obliga a todos los ciudadanos del país que trabajan para la administración (o sea, a una gran mayoría) a vestir el traje nacional. Imaginad si en Holanda todos los funcionarios fueran vestidos con el traje nacional y los suecos de madera, o en España la gente que trabaja en la administración llevara la ropa regional. No me imagino a las tías en el Cabildo vestidas con miriñaque y los tíos con el chaleco, el zurrón del gofio y demás artilugios folclóricos.

    La cena de este primer día en Omán fue comida hindú, que parece ser la más popular, también debido a que los hindúes son el grupo étnico más numeroso entre los extranjeros. No tengo ni idea de qué era pero picaba como el coño de su puta madre, como se dice en Gran Canaria. Necesité litros de agua para bajar aquello y recuperar la sensibilidad de la lengua.

    El relato continúa en Omán segunda parte – camino de Sur

  • Qatar segunda parte

    31 de marzo de 2005
    Arabian Tour 2005

    Esta historia arranca en Comienzo del viaje y continúa en Arabia Saudita y Qatar primera parte. Los caprichos de Google te pueden haber traído directamente hasta aquí, así que te sugiero que lo leas todo desde el comienzo.

    A la mañana siguiente, desayuno y continuación del viaje hacia Omán, ya que técnicamente estoy en tránsito. El desayuno fue muy copioso, aunque después de un rato buscando el bacon me acordé que estaba en un país musulmán y que esta gente considera a los cochinos como animales impuros. Me tuve que conformar con unas salchichas de Dios sabe que carne. Había un queso tierno (denominación que le damos en las Canarias, creo que en la península lo llaman queso fresco). Como soy fans de ese tipo de queso, cogí bastante para darme un atracón. Que desilusión más grande. Estaba hecho de leche de algún tipo de animal que sólo producía mala leche, con un sabor agrio y fortísimo. Era intragable. Debía ser leche de burra o de azafata acabada.

    El viaje al aeropuerto fue tan terrorífico como el de ida, sólo que en esta ocasión había luz y podía ver bien todo lo malo que podía sucederme. El conductor trató de mantener una conversación conmigo, pero he perdido mucha práctica con el inglés hindú y no le entendía la mitad de las cosas que me decía. Entre la musiquilla que le ponen los hindúes al hablar inglés y su pronunciación, siempre me ha costado un huevo entenderles. Al principio creía que eran deficiencias mías, dado lo limitado de mi cultura, pero tratando con gentes de otros mundos y universos he descubierto que es un problema global. Cuando el hombre aquel me dejó en el aeropuerto, pasé los controles de seguridad antes de facturar (lo nunca visto para mí) y me dirigí a facturación. La chica que me atendió le costaba comprender que mi maleta estaba facturada directamente así que se desapareció y se fue a buscarla. Aparentemente la encontró, porque cuando volvió me dijo que todo estaba en orden y que mi maleta volaría conmigo. Mientras esperaba que volviera de su cacería de mi equipaje, comenzaron a gritar como locos en el otro mostrador. Era una familia de tres miembros y pretendían meter en un avión algo así como doscientos kilos de equipaje. El carrito en el que lo habían llevado todo estaba tan cargado que se volcó allí mismo. Jamás pensé que se hiciesen maletas del tamaño de ataúdes, pero hoy os lo puedo confirmar. Los hindúes gritaban en inglés a la encargada, que les gritaba diciendo que sobre su chocho muerto facturaban aquello. Los gritos continuaron por un rato y de buenas a primeras, cesaron y facturaron sin problemas. Según acabó la crisis en aquel mostrador comenzó otra en otro, exactamente por los mismos motivos. Aquellos maletones eran tan grandes que tenían que pasarlos por una cinta especial, cinta en la que se puede dejar un coche y también entraría. Visto que estaba tan amena la zona, me quedé un rato para gozarme los pleitos.

    Pasé otro control de seguridad, control de pasaportes y un nuevo control de seguridad, momento en el que llegué a la terminal de salidas. Otra tienda gigante de productos libres de impuestos que a mí me siguen pareciendo caros. Vamos a ver almas mías. Yo compro en el supermercado una bolsa de 250 gramos de M&Ms por un euro cuarenta y nueve céntimos. Si vosotros me la intentáis vender libre de impuestos por tres euros, creo que prefiero seguir pagándolos y ahorrarme la mitad. Vosotros sabréis cual es vuestro modelo de negocio, pero esta claro que no me incluye a mí como cliente.

    Mientras esperaba por el avión me fijé en un grupo de beduinos que estaban cerca de mí rezando como cosacos. Yo que llegaba traumatizado porque no me había puesto desodorante, por carecer de él y aquellos despedían un olor a humanidad que aromatizaba toda la terminal. Uno de ellos iba totalmente tapado con una manta raída. El pobre se agitaba convulsivamente mientras rezaba. Otro llevaba una chilaba color verde pistacho y sobre esta un chaleco de traje de ejecutivo europeo. El efecto era desternillante. Completaba el conjunto con un trapo de cocina viejo y deshilado que se había puesto en el cabezón de cualquier manera. Si mi madre lo ve, le quita el trapo y se lo tira a la basura, ocasionando un incidente internacional de dantescas proporciones. El mejor del grupo era un viejo sin dientes, con algo de barba, calvo, vestido siguiendo la moda zarrapastrosa que sus compañeros también secundaban y que además de llevar una sábana con todos sus enseres de mano, sábana que hacía un ato que se echaba a la espalda, el colega cargaba dos garrafas de gasolina. No subieron a mi avión, pero espero que alguien comprobara que lo que llevaba allí era agua y no combustible inflamable. En conjunto, era lo más parecido a un grupo de terroristas de Al-Qaeda que tendré el gusto de ver en mi vida, o al menos eso espero. Vamos, es que yo no dejaba de mirarlos y pensar: «Si no son terroristas, que baje Dios y lo vea«. Por afinidad cultural y supongo que por instinto de supervivencia todos los europeos y norteamericanos terminamos arrinconados en una esquina de la terminal. Da ánimos saber que hay otros que sufren como uno.

    Al final resultó que todos íbamos en el mismo avión. Como hora y media antes de que saliera el vuelo la gente empezó a entrar en la sala de espera. No lo habían anunciado, pero allí se acercaban y entraban. Cuando faltaba una hora o así, un italiano fue a preguntar y le dijeron que era posible. Fue la desbandada de los europeos. Nos metimos todos allí, rodeados de hindúes y otros asiáticos. Había mucho moro con chilaba totalmente blanca hasta los tobillos y un par de mujeres-burka, a las que traté de no mirar para no empezar como el día anterior.

    Cuando llegó la hora, nos metieron en una jardinera, nos llevaron a pie de aeroplano y embarcamos. En esta ocasión era un Airbus 320 de Qatar Airlines, así que no me quejo en cuanto a tamaño del avión. Como curiosidad decir que sólo se embarca por la puerta de atrás. Justo delante de mí iba una mora con una niña. La mora sentó a su hija en el asiento de al lado, hasta que llegó su legítimo propietario. La mora dijo algo en árabe, supongo que algo como «de aquí no me mueve ni tu puta madre cabrón» y se enzarzaron a pelear. Vino la azafata y el hombre tenía razón. La mora viajaba con un bebe, o sea, pagando medio billete y sin tener derecho a asiento. Creo que eso se puede hacer hasta que el niño cumple los tres años. Pues nada, que la niña aquella estaba más bien cerca de los nueve y ni de coña la podía llevar en brazos. La azafata gritó, uniendo sus gritos a los de los otros, después vinieron los de personal de tierra y aquello era el festival de los gritos. Todos hacen gestos medio amenazadores, pero no les he visto llegar a las manos. En mi instituto por menos repartían hostias, pero aquí da la impresión que es más teatro que otra cosa. Como mezclaban el inglés con el árabe me enteré que la mujer había mentido en cuanto a la edad de su hija para ahorrarse medio billete. También que el avión iba lleno. Según pasaban los minutos parece que el avión ya no iba tan lleno y finalmente acomodaron al tipo aquel en otro sitio y aquí paz y en el cielo católicos.

    Ya en vuelo la azafata, que había quedado algo tocada con la discusión, se negó en redondo a darle comida a la niña puesto que no tenía billete. Pensé que la madre empezaría la segunda parte de las guerras Chof, pero uno que no quería comer le pasó su opíparo menú y listo. Al lado mío iba uno con chilaba blanca. Super moro. Super total. Le eché dos bendiciones para que Dios le perdone por rezar con el rito equivocado. El moro no quiso comer, sólo tomó té. Lo mismo sucedió con otros moros que llevaban la chilaba blanca. Como soy rápido en sacar conclusiones, empiezo a creer que el propietario de ese tipo de color de chilaba tiene ciertas restricciones que no tiene el resto. Me seguiré fijando.

    El relato continúa en Omán primera parte – Llegada a Moscate

  • Academia de rácanos

    31 de marzo de 2005

    Buena parte del encanto de vivir por estas tierras tan al norte es que uno nunca deja de sorprenderse con la gente. Los españoles siempre hemos estado estigmatizados con un montón de tópicos que parece ser que modelan nuestro quehacer diario. En el resto de Europa también tienen sus topicazos aunque como en nuestro caso, no siempre son acertados. Los holandeses siempre han tenido fama de conservadores y tradicionalistas y sin embargo han conformado una de las sociedades más liberales de Europa.

    En lo que sí que hay mucha razón es en el racanerismo neerlandés. Esta gente le da tres vueltas de tuerca al tío Gilito sin que se les cambe la peluca. El último avance en racaneo tiene que ver con el ADSL. Uno de los proveedores ha estado ofreciendo desde enero ADSL, con módem Wifi gratis y un adaptador Wifi USB para el ordenador. Cuando te apuntas, resulta que te empiezan a cobrar a partir del momento en el que uses el sistema por primera vez. Como lo del Wifi está muy extendido y por defecto las redes inalámbricas están desprotegidas, la gente lo primero que hace es comprobar si hay redes desprotegidas cerca de tu casa. Si te puedes conectar a una de esas, entonces no activas el servicio y estás chupando ancho de banda de otros gratuitamente todo lo que puedas. Conozco a muchos que han estado así durante meses, parasitando su vecindario. Uno de estos individuos llegó al extremo de cambiar el ordenador de habitación y de planta en su casa para tener mejor cobertura. El mismo individuo me contaba esta semana medio amargado que durante la Semana Santa (que aquí es de vacaciones en los colegios pero no hay días festivos salvo el lunes de Pascua) se quedó sin alternativas gratuitas y se vio obligado a conectar su módem a la línea y empezar a pagar por un servicio que contrató allá por Enero pero que hasta ahora no había utilizado. El hombre estaba indignado con su vecindario y le parecía atroz que la gente se vaya de vacaciones y apaguen sus equipos sin tener en cuenta a los que se les han colgado por la jeta. Traté de explicarle que es él quien está obrando mal pero no hubo manera. En lo que sí que coincido con él es en que es mala suerte quedarse sin redes Wifi desprotegidas a su alrededor. Un chequeo el pasado fin de semana en mi casa mostraba al menos cuatro redes desprotegidas disponibles en mi vecindario.

  • Qatar primera parte

    30 de marzo de 2005
    Arabian Tour 2005

    Esta historia arrancó en Comienzo del viaje y continúa en Arabia Saudita. Si has llegado aquí por caminos misteriosos, te sugiero que la leas desde el principio.

    Mi siguiente parada era Doha, la capital de Qatar. El vuelo desde Damman es de escasamente media hora. Aproveché ese tiempo para intimar con mi compañera de asiento, una hindú que comía comida especial, uséase, comida hindú. La próxima vez yo también la voy a pedir, que le pusieron un arroz con curry que olía mejor que mi comida y al final le dieron un Chapati que ni os cuento. La mujer comía un poco molesta, porque yo babeaba a su lado. La tía se pasó toda la escala en Arabia acicalándose en el baño. Según me contó más tarde, vivía en los Estados Unidos con sus hijos y venía a ver a su marido, el cangril de Bombay, que trabaja ahora en Qatar. Previamente vivieron veinte años en Kuwait, hasta que un señor malo con bigote les metió el miedo en el cuerpo. Dicen que ese señor está ahora en prisión, pero también decían que su país tenía armas químicas y nucleares, así que permitidme que dude ya que la fuente de ambas noticias es la misma.

    Por culpa de ser un vuelo tan corto, el aguilucho no cogió altura y aquello más que un viaje fue un paseo en batidora. Nos agitábamos que era cosa fina. La hindú intentó darse los últimos toques, pero desistió porque estaba claro que iba a terminar pintada como Sara Montiel.

    Al aterrizar, nos avisaron que la única forma de salir del aeropuerto era mediante taxi. El edificio es muy bonito, pero no tiene ?fingers?? o pasarelas, así que los aviones aparcan y después llevan al pasaje mediante guaguas a la terminal. Cuando bajo me encuentro que hay como cinco cochazos de la muerte, con sus moros con chilaba blanca a su lado. Aparentemente si eres del país y tienes un poco de influencia, está permitido que te recojan a pie de escalera. Los moros gritaban los nombres de los que buscaban, pero no tuvieron mucha suerte. Cuando nos largaron en la terminal, comenzó la carrera para conseguir visado. La cosa no estaba muy clara y todos nos preguntábamos para ver si alguien lo tenía claro. Había uno que decía que salíamos sin más y otros que decían que teníamos que ir a una ventanilla que no tenía muy buena pinta. Como los europeos nos manteníamos agrupados en el medio de la sala, finalmente enviaron un emisario que nos informó del procedimiento a seguir. Teníamos que rellenar un impreso y pagar al policía por un visado instantáneo de tres semanas. Se podía pagar con tarjeta de crédito. Rellené el dichoso papel y me puse en la cola, justo detrás de un portugués que también venía a ver a papuchi. Cuando estábamos haciendo cola para recibir el infame sello en nuestros pasaportes llegó un avión procedente de Tailandia. Nunca pensé que pudiera entrar tanta gente en un Boeing 747. Aquellos eran como ochocientos. Todos eran clónicos. Tenían la misma pinta, cosa natural si pensamos que en los países asiáticos tienen muy desarrollado lo del fotocopiado. Los del aeropuerto los trataban a patadas, como auténtico ganado. Está claro que aquí los que visten chilaba blanca son los autóctonos, los principitos y los hindúes, filipinos, tailandeses, malayos e indonesios son los esclavos que lo mantienen todo en funcionamiento.

    Bueno, después de pasar el control asumí que tengo que perder el pasaporte para conseguir uno nuevo o en mi próxima visita a Estados Unidos recibiré unas cuantas sesiones en Guantánamo. Justo al lado del sello del servicio de inmigración norteamericano tengo un maravilloso sello que dice que he visitado Qatar. Según se pasa dicho control hay una tienda libre de impuestos en la que parece que el tabaco es muy barato. Después te encuentras todas las maletas desperdigadas por el suelo sin orden ni concierto. Tuve que pedir ayuda a uno de los artífices de aquel desorden, que no encontró mi equipaje. Una mirada cuidadosa a mi resguardo me descubrió la segunda sorpresa que me tenía reservada la hijaputa que trastocó mi facturación pulsando botones a diestro y siniestro. Mi equipaje estaba facturado directamente hasta Omán. Justo cuando estaba cerrando la maleta en mi casa tuve un mal presentimiento y se me ocurrió echar unos calzoncillos y unos calcetines en mi mochila de mano. Ese detalle providencial me salvará de andar con los mismos gallumbos durante cuarenta y ocho horas. Como no tenía equipaje que rescatar, los porteadores que acosaban a la gente sin descanso no pudieron hacer nada conmigo. Curiosamente se pasa la aduana después de comprar en la tienda libre de impuestos. Me imagino que no te obligarán a pagarlos en ese instante, pero tampoco me fijé mucho. Se deja la terminal de llegadas volviendo a pasar un control de seguridad. Delante de mí, dos tías con burka negro a las que sólo se les veían los ojos y los pinreles. Empiezo a creer que esto de los burkas puede ser adictivo. Como no ves nada, todo hay que dejárselo a la imaginación y yo otra cosa no, pero imaginación tengo una poca. Miras los ojos de la tía, después le miras el dedo gordo y el resto con imaginación. Dedito coqueto, con uña pintada y cuidado, posible chocha del martes de sabor dulzón. Dedito obeso y descuidado, posible orco nada apetecible excepto para aquellos que se follan cualquier cosa. Dedito con unos cuantos pelos asociados, sabor sabrosón, una osita que abriga mucho en invierno. Dedito largo y estilizado, mala persona, posiblemente ruin y poco de fiar, que en las pelis animadas de Walt Disney siempre ponen a los malos con los dedos largos y delgados, que uno tiene mucho cine a sus espaldas y ya conoce las pautas.

    Retornando al tema, tras pasar el último control de seguridad y poco menos que empalmado de los pensamientos calenturientos con tanto pinrel, salgo y me encuentro con una multitud que grita y mira hacia mí. Muchos de ellos agitan un papel con el nombre de un occidental. Algo terrorífico. Como los del hotel me han mandado transporte, los tengo que mirar y eso los exalta aún más. Voy con todos los pelos de punta hacia la puerta de salida y no veo mi nombre en ninguno de los papeles. Al final del todo, un guardia de seguridad nos protege de la marabunta. Hay un americano allí que me explica que él tampoco ha visto su nombre y debería haber alguien esperándolo. El hombre llevaba dos días viajando: Colombia ? Estados Unidos ? Ámsterdam ? Qatar. Llamo al hotel y me dicen que la persona que me debería recoger tendría que estar allí. Les explico que estoy acorralado junto al de seguridad y me informan que ellos se encargarán de todo, que no me preocupe de nada. Tras veinte minutos esperando, aparece el tipo. Le deseo suerte al americano y le ofrezco venirse a mi hotel.

    El viaje desde el aeropuerto hasta el hotel fue intenso. El código de circulación parece ser bastante flexible. Los cambios de carril, la invasión de carriles en sentido contrario, el saltarse semáforos y no parar en stops parece ser práctica comúnmente aceptada. Iba con los pelos de punta, mientras aquel tipo se jugaba mi vida por la carretera. Parecen existir dos tipos de taxi. Los chachones, última generación, full extras que son los que usan los moros naturales del país y unos trastos cochambrosos de hace mil años, sin aire acondicionado que parecen ser el medio de transporte para los esclavos que tienen en el país. Otra cosa que noté es el uso intensivo de la pita. Todo el mundo conduce tocando la pita (o el claxon, para los más pulidos) todo el tiempo. Supongo que significará algo, pero dado lo corto de mis trayectos en el país, no pude deducir la pauta.

    Llegué al hotel temblando como un pajarito. Entré en la habitación y me encerré a cal y canto, rendido. En total fueron doce horas desde que salí de mi casa hasta que entré en la habitación del hotel. Ni en mil millones de años adivinaríais lo que había en la habitación. En el baño tenían bidé, pero como los del pasado. No estas cosas nuevas que tienen el chorrillo que apuntaba a los bajos en la parte delantera, sino de los de tipo fuente. Me faltó tiempo para abrirlo y ver esa pequeña fuente desafiar la gravedad. La cisterna del retrete era un tanto peculiar. Me imagino que el agua es un elemento bastante escaso y lo ponen complicado. La cisterna funcionaba como una manivela a la que hay que dar repetidamente para que salga el agua. Así que le das una vez y sale un poquito, le vuelves a dar y lo mismo, le das por tercera vez y un chorrillo. Cuando le coges el ritmo y le das cuatro o cinco veces seguida con velocidad, entonces funciona como es debido.

    Así llegue al final del día, entretenido entre la cisterna y el bidé.

    El relato del viaje continúa en Qatar segunda parte

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