Para terminar la serie sobre Venecia he elegido esta foto de la pila bautismal de la basilica di Santa Maria e Donato, la cual está hecha en cristal de Murano. Personalmente me parece horripilante y seguro que provocará daños permanentes en los chiquillos pero estoy convencido que a muchos les parecerá fabulosa y fantástica y preciosa. Relacionado tangencialmente con esto, ya he tirado la toballa y me he rendido en lo referente a conseguir que me borren del registro que me identifica como uno de los miembros de la Iglesia de los Presuntos Tocadores de Niños o la Iglesia Católica si usamos el nombre abreviado. Al parecer, puedo hasta renunciar a la nacionalidad pero no puedo conseguir que se elimine mi nombre completamente de los archivos de la Santa Madre Iglesia. Lo más que hacen es poner una marca junto al nombre, algo que para mí no es ni será jamás suficiente. Como contrapartida, jamás dejaré de criticarlos como miembro de tan barriobajero club.
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La visita a Sintra
El relato de este viaje comenzó en Llegando de nuevo a Lisboa
Si quieres aprovechar una escapada corta lo único que tienes que hacer es madrugar y sacarle el máximo jugo al día. Por eso el sábado me levantaba a las siete de la mañana y después de ducharme y vestirme me echaba a la calle para irme a desayunar a alguna de las pastelerías que hay en los alrededores de la estación de tren de Rossio. Los portugueses parecen tener una fijación tremenda por este tipo de negocio y por todos lados hay pastelerías. Tras el desayuno, compré mi billete combinado de autobús y tren para Sintra e hice unas cuantas fotos de la estación de tren (por dentro) antes de sentarme en mi tren, el 8.08 hacia Sintra. Esa estación está en el medio de la ciudad y desde allí salen unos túneles larguísimos (más de dos kilómetros y medio) con lo que el primer tramo es bajo tierra. El tren iba prácticamente vacío y salió en hora y me llevaba a Sintra en unos cuarenta y pico minutos. La ruta no es fotogénica ya que va cruzando la ciudad y sus arrabales. Al llegar a Sintra hice unas cuantas fotos alrededor de la estación y tomé el autobús 434. Sólo éramos cuatro chinos y yo, ya que los turistas habituales a esa hora prefieren desayunar en sus hoteles y perder la poca luz que hay en esta época. Mi primera parada era en el Palácio Nacional de Sintra, también conocido como Palácio da Vila. El palacio abría a las nueve y media y ya había algo de cola, sobre todo de visitas guiadas. Opté por un billete combinado para ver el Palácio Nacional de Sintra, el Palácio Nacional da Pena, el Castelo dos Mouros y el Palácio de Monserrate que me costó veintinueve leuros. Decidí dejar para otra ocasión el Convento dos Capuchos porque estaba fuera de la ruta de transporte público que iba a usar. La entrada al Palácio da Vila fue detrás de dos grupos organizados que bloqueaban el camino así que mi primera necesidad imperiosa era rebasarlos, ya que al contrario que ellos, yo había leído previa a mi llegada la información sobre el lugar que obtuve de varias guías turísticas y también tenía mi pequeño librito hecho a medida con la Wikipedia, la cual tiene una opción para exportar a ebook que adoro y uso con frecuencia, aunque no se lo digáis a nadie que los tontos tienen que seguir comprando libros para no hundir esa industria.
Aviso a los navegantes. En este viaje, de cuando en cuando me acordé e hice alguna foto con el iPhone. Como los cuatro que leen esto parece que carecen de imaginación, usaré esas fotos para acompañar la anotación.
El Palácio Nacional de Sintra es el palacio real mejor conservado de la época medieval en Portugal. Está en el corazón de Sintra y el edificio por fuera no parece gran cosa pero por dentro es fabuloso. Es también el palacio en el que durante más tiempo han vivido los reyes de Portugal. Por fuera lo más llamativo son las dos chimeneas de las cocinas. la visita se puede hacer bastante rápido, a menos que seas uno de esos que se pirran por un mueble viejo y te pases los minutos extasiados. Al salir de allí volví a tomar el autobús 434 y fui al Castelo dos Mouros. He leído que los pobres se pegan la quemada y suben pateando. La guagua iba medio llena con un grupo de españoles que tenían una visita con guía y que les decía que iban directos al Palácio Nacional da Pena porque el otro no es interesante. Una lástima que no escuché el nombre de la guía para ponerlo por aquí porque está clarísimo que no tiene ni puta idea de nada.
Para entrar al Castillo de Sintra o Castelo dos Mouros hay que recorrer unos cuatrocientos metros por en medio del bosque, por un caminito empedrado muy cuco. Del castillo no queda prácticamente nada pero las murallas son fantásticas. Desde allí hay unas vistas increíbles de Sintra, Lisboa y alrededores, aunque el día que estuve estaba nublado y las deslucía bastante.
El castillo lo levantaron en ese lugar los moros o eso que ahora se denomina terroristas musulmanes de mierda con las nuevas jergas políticamente correctas. Con los reyes prefiriendo vivir abajo en el pueblo el castillo entró en decadencia y para el siglo XVI (equis-uve-palito) ya estaba abandonado. En el siglo XIX (equis-palito-equis) lo comenzaron a restaurar y desde entonces es más bien una atracción turística. Me fascinó el poder trotar por las murallas con total libertad y eso que hay lugares un poco peligrosos. Había una chama medio tullida que imagino que se quedó atrapada en algún punto. Yo por si acaso y como mi tiempo era escaso, pasé a su lado a todo meter para evitar tener que ayudarla en caso de que lo pidiera. En la foto la chama debe estar en la zona alrededor de la bandera roja y se movía a un ritmo de cincuenta o sesenta centímetros por minuto. Este castillo es patrimonio Cultural de la Humanidad. Desde las murallas del castillo hay unas bonitas vistas del Palácio Nacional da Pena, el cual era mi siguiente destino.
El Palácio Nacional da Pena es la atracción favorita de Sintra y la que no hay que perderse. El palacio tiene unos jardines gigantescos tan interesantes como el edificio. Para llegar volví a usar la línea 434, aunque vi a pobres caminando entre el castillo y el palacio. Al entrar puedes pagar dos leuros más y te suben en un vehículo los cuatrocientos metros que separan la puerta del palacio y muchísima gente lo hacía. Como yo quería hacer fotos, opté por caminar. Este palacio fue la residencia de los reyes en el siglo 19 y es un buen ejemplo del estilo romántico de esa época en Portugal. Lo mandó a construir el chamo que empalaba a la reina sobre las ruinas de un monasterio que había allí. Con una buena mano de pintura el palacio ganaría un montón pero con el aspecto un poco ajado y los andamios, no sé, me pareció mucho menos impresionante que las fotos que vi antes de ir. Su interior es también mucho más austero que el otro palacio. El edificio estaba petado de turistas que pululaban por todos lados y hacían casi imposible el tomar fotos sin que te salgan diez panolis. Llama la atención el dormitorio de la Reina y los espacios adyacentes, incluyendo el de se secretario y sus damas. Esta gente vivían todos apelotonados y estoy convencido que cuando la reina se tiraba un peo, todos los demás aplaudían la gracia con fervor. En la parte delantera del edificio hay una especie de criatura mística en la fachada muy espectacular. Cuando acabé de ver todas las zonas me lancé de cabeza al parque. Atrás dejé al grupo de españoles que fumaban junto al palacio como si acabaran de anunciar el fin del mundo y quisieran apurar los últimos pitillos. Yo fui a ver el Alto de Santo António y un pequeño templo circular que hay allí, el Guerreiro , una escultura de un chamo en lo alto de unas piedras. Al parecer es D. Fernando II, el que encargó el palacio. Intenté subir a la Cruz Alta pero desistí porque con las nubes no iba a merecer la pena y en su lugar me fui al Alto de Santa Catarina desde donde hay unas vistas fabulosas del palacio y en donde hay un banco tallado en la roca que llaman el Trono da Rainha ya que a la chama le gustaba apalancarse allí a ver su keli. Seguí hacia la zona de los pequeños lagos (más bien charcas) y vi la Fonte dos Passarinhos y otros lagos muy curiosos en el lugar. En total me crucé con cinco o seis personas lo que demuestra el interés de los turistas, que van al palacio y de allí salen corriendo. Salí cerca del Castelo dos Mouros y volví a usar el autobús 434 para ir a Sintra. Allí me bajé y fui andando a la Quinta da Regaleira
El sitio también lo conocen como el Palácio do Monteiro dos Milhões o Palacio de Monteiro el de los millones que ya da una idea de lo que pensaban los vecinos del colega. Está a unos cinco minutos andando desde el centro de Sintra y a diez minutos si tu ritmo es el de las procesiones de semana Santa. El lugar tiene un pequeño edificio (palacio) de arquitectura muy curiosa y unos jardines que te noquean por lo fascinantes que son, con multitud de movidas de los masones, alquimistas y similares. Si el chamo que escribió el Código Da Vinci pasa por allí, se saca dos libros más por lo menos. Una de las cosas más espectaculares es el pozo iniciático y los túneles para llegar al mismo desde los jardines.
La visita a este lugar se convierte en una especie de aventura en la que la linterna de tu teléfono móvil se convierte en un utensilio muy útil. te lo pasas como un enano corriendo por el lugar, perdiéndote en el bosque, saltando de zona a zona por las grutas y túneles y siempre encontrándote con algo curioso. para mí lo menos impactante es el edificio y el contenido del mismo es particularmente aburrido. En la parte de arriba algunas de las estatuas parecían canguros. Cuando salí de allí tomé la linea 435 para ir al Palácio de Monserrate. Este último no me pareció gran cosa y de haberlo sabido, me lo salto. el edificio en sí mismo es hortera, con mezcla de estilos exóticos, de la India y otros lugares asiáticos que a mí me parecen una horterada. El edificio no tiene desmasiado en su interior y da la impresión de estar en pleno apogeo de su decadencia. Lo mejor son los jardines, muy bien cuidados y organizados de manera temática. En los jardines hay árboles enormes y viejísimos, una zona con helechos y una pradera de césped que al parecer fue la primera que se hizo en Portugal. Hay una cascada y unas falsas ruinas de una capilla con los árboles ocupándola. Supongo que si no vas al parque del Palácio Nacional da Pena o al de la Quinta da Regaleira te impacta pero si has estado en los otros dos el mismo día, te deja mas bien frío.
Regresé en el autobús (o microbús) 435 a la estación de Sintra y allí opté por regresar a Lisboa por Cascais. Mi billete de tren y autobús cubría la ruta y así allí podía tomar el tren hacia Belém y todos sabemos lo que hay en ese lugar. La guagua salió en hora e iba bien llena pero en lugar de los veintinueve minutos que prometían de viaje tardó casi cincuenta. Una vez en Cascais, me subí al tren y fui por la costa hasta Belém, en donde visité la fábrica de los Pastéis de Belém y me compré doce para llevar y dos para comer allí presto-súbito.
Después fui al centro de Lisboa en el tranvía 15E, el cual acaba el circuito en una plaza cerquita de mi pensión. Dejé las cosas en la misma, pasé por un par de supermercados a ver si podía comprar castañas pero no tuve éxito y rastreando los lugares para cenar terminé en la Leitaria Camponeza en donde me pegué una espetada mixta de carne que estaba del copón. Después paseé por el centro antes de regresar a la pensión ya que al día siguiente me iba bien temprano.
Así acabó el día en el que estuve en Sintra. Tengo que volver cuando no esté nublado para tener unas bonitas fotos con cielos azulados, algo que seguramente sucederá porque sigo teniendo a Lisboa como una de las mejores ciudades para visitar de Europa e incluso del Universo Universal y hasta del mundo y el planeta Tierra.
El relato acaba en Regresando desde Lisboa
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Detalle del mosaico de la basilica di Santa Maria e Donato
El mosaico que hay en el suelo del Domo di Murano lleva casi novecientos años en el lugar, soportando el paso de los visitantes. Tiene formas de todo tipo como la especie de tablero que vemos en la foto de hoy. Está claro que ya no se construye con esta calidad, ahora las cosas se hacen directamente pensando en cambiarlas a los pocos años o en que se rompan y así poder venderte algo nuevo pronto. Posiblemente, dentro de otros nueve siglos ese suelo seguirá ahí, aunque probablemente nosotros ya seremos parte de la historia del planeta.
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Llegando de nuevo a Lisboa
La primera de mis salidas otoñales de este año tenía como destino Lisboa, ciudad en la que estuve el año pasado. Era prácticamente una visita relámpago y en la que quería centrarme en Sintra, una especie de parque temático de palacios muy cerca de la ciudad. El viernes, salía de mi casa para ir al trabajo con la mochila de los viajes, la que he retocado para usarla cuando vuelo con aerolíneas de billetes baratos (que no de bajo costo, porque si intentas volar con Vueling pagas un güevo y parte del otro y disfrutas de la misma experiencia de bajo costo, razón por la cual, esa aerolínea se ha caído de mi lista y únicamente la considero cuando quiero ir a Málaga a visitar a Sergio y su familia). En lugar de ir con la Dolorsi, fui a la estación central de Utrecht con la Mili o Vanili y la dejé aparcada por allí. El día estaba encapotado y amenazaba con llover pero a esa hora, aparte de una humedad escandalosa no caía nada de agua. Llegué a Hilversum en el tren y caminé hasta la oficina en donde trabajé normalmente. A la hora de salir llovía continuamente y como no me había traído los pantalones chubasqueros, pillé el paraguas que tengo en la oficina para estas emergencias y me fui andando a la estación. La lluvia era de esas puñeteras, como un grifo que se queda abierto y pasan las horas sin que lo cierres. Ya tenía mi billete de tren y cuando llegó el Intercity a Schiphol me apalanqué en un rincón a navegar por Internet usando la red Wifi gratuita que hay en muchísimos trenes holandeses y que algún día explicaré para aquellos que la quieran usar. Media hora más tarde caminaba por la terminal del aeropuerto hacia la zona del control de seguridad ya que tenía mi tarjeta de embarque en la aplicación de Transavia y no necesitaba obtener una de papel. En el control de seguridad por descontado que marcaron mi mochila y tuve que enseñarles la cámara, algo que sucede siempre en ese aeropuerto en el que parece que están obsesionados con las cámaras Reflex. Después busqué la tienda en la que solían vender el agua más barata pero la han quitado.
Me acerqué a la puerta de embarque y me senté a esperar mientras veía un episodio de las muchas series que sigo. El embarque comenzó a la hora prevista y yo fui uno de los primeros en ocupar su plaza mientras afuera continuaba el diluvio.
Yo apuraba los últimos minutos antes de despegar chateando con el Rubio y el Turco y afuera continuaba la lluvia que no paraba. Lo que distingue al aeropuerto de Schiphol de las ruinas económicas de la Península Ibérica y lo que hace que año tras año los viajeros lo elijan el mejor aeropuerto de Europa no es el diseño pedante de algún arquitecto que se merece dos pepinos por el orto para bajarle los humos. Lo que lo distingue es como piensan en las necesidades de los viajeros mientras están en tránsito. Por eso, en las salas de espera, han puesto unas mesas altas con un montón de tomas de corriente para que puedas recargar tus dispositivos mágicos y maravillosos e incluso los pobres puedan recargar sus zafios y vulgares androitotorotas.
En total, en la sala de espera, una de las cuarenta y pico de la zona «D», teníamos veinticuatro conexiones eléctricas para recargar aparatos. En las zonas comunes del aeropuerto también te encuentras mesas similares, entre otros muchos detalles como butacas para dormir y descansar, fuentes de agua, una hora de wifi gratis en el aeropuerto, una terraza mirador espectacular sobre la que hay un avión para que los niños lo puedan visitar y un centro comercial increíble. En fin, no voy a seguir enumerando cosas porque las comparaciones son odiosas.
Después de despegar, subimos unos cientos de metros y se abrió el cielo y así siguió hasta Lisboa, en un vuelo sin sobresaltos en el que me comí la chocolatina que llevaba desde mi casa y un paquete de Maltesers por aquello de no dar dinero de más a la aerolínea. En ese viaje opté por no dormir y seguí viendo episodios de series y particularmente de una nueva que ha cautivado mi interés titulada The Tomorrow People. Al aterrizar el avión se detuvo frente a la terminal 2 del aeropuerto de Lisboa y desde allí nos llevaron a la 1 en guagua. Salí, maravillándome de nuevo con ese aeropuerto tan bien hecho y fui directo a la estación de metro para comenzar mi viaje a la ciudad. En esta ocasión elegí una pensión en un sitio más céntrico, justo al lado del Teatro Nacional, en la estación de Rossio. De esa forma tenía el tren para ir a Sintra a tiro de piedra y no necesitaba usar el metro tanto como en la visita anterior para ir por la ciudad. Salí de la estación de metro y por supuesto me desorienté, algo que me sucede incluso con los programas que uso en mi dispositivo mágico y maravilloso. Cuando recuperé la hebra, me acerqué a la pensión, toqué el timbre y tomé posesión de mi habitación, simple y muy limpia. El lugar no tiene aire acondicionado con lo que en verano es probablemente una pesadilla pero en esta época del año es perfecto. Largué la mochila y me fui a la calle a comer algo rápido ya que no tenía mucha hambre. Encontré un restaurante de comida rápida de dudosa calidad y cené en unos pocos minutos. Después paseé por las calles del centro respirando el ambiente de la capital de Portugal y disfrutando al poder andar en camiseta por la noche, algo que en Holanda ya no es posible.
Regresé a la pensión para acostarme temprano ya que a la mañana siguiente mi día comenzaba muy temprano, pero ese será otro capítulo …
El relato continúa en La visita a Sintra