El viernes se produjo una enorme perturbación en la Fuerza y casi sin darnos cuenta, los termometros dejaron los valores de alegría y felicidad y rollo positivo y adquirieron un símbolo negativo delante de la cantidad que indican. El sábado por la mañana ya nos despertamos bajo cero e incluso hubo un pequeño amago de nevada a las diez de la mañana aunque no fue significativa y no llegó a cuajar. Fue el día en el que cruzamos la fina línea que separa al otoño del invierno y lo hemos hecho casi un mes antes de tiempo, con lo que o tenemos un invierno suave y esto no es más que un susto (esto es lo que se llama pensamiento positivo) o nos vamos a cagar en todos nuestros muertos y vamos a sufrir como los ciclistas dopados cuando están llegando a las cimas de los Pirineos (y esto es pensamiento realista).
El domingo iba por la mañana en bicicleta a la estación de Utrecht Centraal y los cuatro grados bajo cero me borraban las ideas según se formaban. Pese a todo, me gusta, me fascina el frío y ese aire helado que te despierta y limpia la atmósfera. Me distraigo viendo las nubes que creo al respirar y que se alejan de mí creando formas exóticas y no me canso de mirar por la ventana para ver como al congelarse, todo lo que nos rodea se vuelve como una foto que no cambia.
Esta mañana seguíamos bajo cero y en la prensa ya comentaban que para el viernes es posible que ya tengamos las primeras pistas naturales de patinaje abiertas, algo que ni los más peludos del lugar recuerdan. La previsión meteorológica agoraba otro día de frío sin escarcha y temperaturas rondando los tres grados bajo cero.
Se equivocaron. A las dos de la tarde, comenzó a nevar. Sin prisa pero sin pausa. Como nadie parecía esperarlo, las carreteras no tenían sal y para aquellos que no usan el transporte público el llegar a casa se volvió una pesadilla. Por suerte los trenes funcionaban bien y aparte de jugarme la vida con la bicicleta entre la oficina y la estación no tuve mayores problemas. Gracias al intenso entrenamiento del invierno pasado, tengo un control increíble de la bicicleta y patino con ella tan bien como en el hielo. Como la nieve todavía no ha cuajado y se ha compactado, no ha resultado demasiado difícil.
En la ciudad de Utrecht seguía nevando cuando llegué y elegí la ruta más larga y segura para volver a casa, ya que aunque todas me lleva por carril bici, en esa el carril bici está físicamente separado del de los vehículos y así me evito el pánico a que un coche patine y barra a los ciclistas como piezas de un dominó. Me pasé por el supermercado y me lo encontré desierto, con todo el mundo refugiado en su casa. Los reponedores se afanaban a poner bolsas de sal en la sección correspondiente y eso me recordó que el año pasado no compré a tiempo y para cuando lo quise hacer estaba agotada, así que me he llevado cuatro kilos por si la cosa va a peor y vuelvo a tener una pista de patinaje sobre hielo en mi jardín.
Al llegar a casa la imagen era de postal, con el suelo blanco y dos o tres centímetros de nieve. No me pude resistir y puse la cámara en el trípode y la dejé capturando la luz durante cinco segundos. Ya hemos cruzado al otro lado, el invierno ha llegado y ahora solo nos queda disfrutarlo.