La semana pasada me llegó el mueble librería que me había comprado un par de semanas antes. Es de teca, alto, estrecho y con pocos estantes pero suficientes para albergar TODOS los libros que poseo en Holanda. En el estante superior he puesto todos mis libros de cocina, en el central las guías de viaje y en el inferior los libros de holandés, los diccionarios y algunas novelas. Eso es todo. No hay más libros en mi casa. Hace ya más de cinco años que decidí abandonar el sistema post-medieval de lectura, ese que implica acumular papel en tu casa junto con el polvo que atrae y desgastar tu vista siguiendo líneas llenas de letras y elegí pasarme al método tradicional de intercambio de historias, aquel que lleva entre nosotros desde el principio de los tiempo y que seguirá por siempre jamás. Ahora ESCUCHO los libros, alguien los lee y yo vivo la historia mientras me la cuentan. En la escala evolutiva, esto está en el trespuntocero y me alegro que muchos estéis llegando ahora al kindle y a los lectores de ebooks. Eso es muy dosputocerolista y tarde o temprano os daréis cuenta que una novela narrada es cien veces mejor que una novela leída.
Regresando a la librería de madera de teca, es el primer mueble que hay en la planta baja de mi casa si descontamos la mesa de comer, el sofá y la mesa que está frente al mismo. No me gustan los lugares llenos de trastos y aborrezco ver cosas colgadas en las paredes así que he optado por un minimalismo que ofende a aquellos que gustan de llenarlo todo de cosas.
La librería es solo uno de los hitos de la semana pasada en mi existencia. El primer día estudié para el examen de holandés, el segundo día lo aprobé y me fui de copas con los compañeros de curso, el tercer día me escapé con mi amigo el Moreno durante el almuerzo y nos fuimos en busca de pechiazules aunque al final nos tropezamos con un rebaño de ovejas que se dejaron retratar e hice un montón de fotos que me encantaron, como la de esta madre con sus dos retoños. Al día siguiente fui con otro colega a hacer fotos del búho chico y el viernes, además de recibir mi flamante librería, estuve paseando en el bosque e intenté infructuosamente comprarme una bicicleta. El sábado caminé un montón y disfruté de un día alucinante y el domingo quedé con mi amigo el Niño en Amsterdam y nos perdimos de compras por Kalverstraat, tomamos unas cervezas en una de las terrazas de Rembrandtplein, fuimos al cine y terminamos cenando en un restaurante español situado en la calle Utrechtsestraat.
La vida está llena de momentos fantásticos, de retazos que llenan ese tanque enorme con recuerdos. Esta semana se presenta tan aventurera como la anterior y entre otras cosas incluirá mi visita anual al Keukenhof, la cual tendrá lugar mañana, antes de que lleguen las hordas de españoles que se esperan para el fin de semana y que harán que pasear por Amsterdam resulte imposible.