La Plaza Mayor de Segovia es el centro de la ciudad y está a una distancia equidistante del Acueducto y del Alcázar. Aunque se remonta al siglo XV, tomó su forma definitiva en el siglo XVII cuando se hundió la iglesia de San Miguel, la cual estaba situada en este sitio.
En la foto se puede ver el edificio del Teatro de Juan Bravo. Los árboles, las proporciones y la forma le dan un aspecto muy bonito y sencillo y da la impresión de ser un lugar perfecto para verbenas veraniegas.
No me canso de repetir una y otra vez que yo soy fans de Jamie Oliver. Tengo casi todos sus libros y siempre que sale alguno nuevo, lo tengo reservado en Amazon desde antes de la fecha de publicación para recibirlo en la primera oleada. Me gusta su forma sencilla y creativa de cocinar, la manera en la que explica las cosas y la sensación de buen rollito que transmite. Además, Al cocinar sus recetas el resultado es tan bueno o mejor que el que podía ver en la foto. Hoy volvemos a su universo culinario para hacer unas pechugas de pollo fantásticas que además de saber deliciosas seguro que impresionan a los que tengan el placer de estar sentados a vuestra mesa. Es una curiosa mezcla entre hojaldre y pollo. He adaptado un poco los ingredientes a mi gusto y os sugiero que hagáis lo mismo si se tercia. En este caso la cantidad es para dos personas.
Los Ingredientes: 150 gramos de setas variadas, cualquier combinación vale (como último recurso tendréis que echar mano a los socorridos champiñones), 2 dientes de ajo, perejil, 2 pechugas de pollo, 250 gramos de masa de hojaldre, 1 huevo, 2 cucharadas de mostaza francesa, belga o alemana (de esas que vienen con los granos y que son un pecado divino), 1 vaso de vino blanco y 140 ml de nata líquida.
Comentar que la mostaza es el elemento sorpresa. No vale usar una de esas de bote en plan gitano, estropearéis toda la gracia a la salsa.
La Implementación: Calentar el horno a 200 grados. Mientras, trocear las setas, la mitad finita y la otra mitad más gruesa. En una sartén caliente, poner un par de chorritos de aceite de oliva y freír el ajo bien picado junto con las setas durante unos diez minutos. Salpimentar y añadir el perejil picado bien fino. Dejar que se enfríe un poco.
Abrir un poco la pechuga y rellenar con parte de esta mezcla. Después preparar dos rectángulos de tamaño suficiente para envolver la pechuga con las hojas de hojaldre estirándolas. Ponemos en cada uno de los rectángulos una de las pechugas rellenas y se aprietan bien las juntas. Una vez las tengas envueltas, untar con el huevo, el cual se bate previamente. Poner al horno durante unos treinta y cinco minutos.
Mientras, en un caldero pequeño se añaden las cucharadas de mostaza, el vino blanco y se cocina hasta que se reduce liberando el alcohol. después, se añade la nata líquida y se mezcla bien.
Para servir, se corta la pechuga en tres y se pone por encima la salsa y si se quiere, unas gotas de aceite de oliva. Se puede acompañar con una ensalada o unas papas pequeñas al horno y por supuesto con el sofrito de setas sobrante. La salsa es una golosina, creedme.
Si no fuera por el cristal de la ventana, esta misma vista es la que tenían los habitantes del Alcázar de Segovia cuando miraban al cielo. Una estructura sólida, en la que vivían y se sentían protegidos. El tiempo no le ha restado ni un ápice de encanto a este edificio y espero que siga ahí por muchos siglos más.
Esta semana estoy resfriado y un par de días me he quedado en mi casa trabajando en plan «remoto» y algunos de mis compañeros ni siquiera se han enterado que no estaba en el lugar. Me veían responder a correos en cuestión de segundos, mantener conversaciones por el programa de mensajería corporativo y hacía y deshacía como suele ser habitual sin que la organización se resienta. Lo cierto es que al no tener la máquina de café para conversar y despistarme y tener que centrarme en el asunto he estado más productivo en esos dos días que en una semana completa en la oficina.
Hoy arrastré mis estornudos, mis velas interminables que no dejaron de gotear durante todo el día y una molesta sensación de malestar general mientras volvía al trabajo. La razón no era puro masoquismo sino que mi compañero de despacho se marcha y era su último día. Estuve allí, capeando el temporal y como odio estar solo en un despacho, me he apalabrado un nuevo compañero de oficina. Ni el mismo se lo creía. Yo siempre elijo a la gente que comparte mi espacio y cuando aceptan apaño la mudanza. Es algo sencillo si sabes qué cuerdas tocar y cómo hacerlo. Será algo temporal porque ambos nos vamos a otra parte en nuestro edificio, al ala que ocupa la gente de mi nuevo departamento. Ya he escogido mi sitio, aunque no estoy seguro que los demás lo sepan, pero lo harán, cuando sea preciso. Sobre el que se marcha, pierdo un compañero de trabajo agradable, pero mantengo a un amigo. Habrá que organizar quedadas y nos costará más el mantenernos al día de todos los pequeños asuntos de los que hablamos tan a menudo pero seguro que con correo electrónico y llamadas telefónicas lo solucionamos.
Si consigo billete estaré en Gran Canaria para mi sesión habitual de barbería en un par de semanas. Creo que esta será la primera vez en la que no vea cine que no sea español. Desde que tengo mi abono ilimitado a los multicines Pathé no doy abasto. Solo en febrero he visto trece películas y a este ritmo a menos que los americanos produzcan más basura para multicines, tendré que empezar a repetir películas. Vamos, ni en el tercer o cuarto mundo pagan 1.3 euros por película en un cine de primera clase, con lo último en sonido, imagen y demás.
Y para acabar. Ya es oficial, mi cocina está funcionando al doscientos por cien y están saliendo auténticas delicias prácticamente a diario.
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