En el ecuador de mi jardín y muy cerca de la caseta en la que viven mis cuatro bicicletas (aunque tengo una quinta en Hilversum), tenemos mi Catalpa, un precioso árbol que año tras año resurge al final de la primavera y se convierte en una maravilla de hojas enormes que adornará mi jardín hasta el otoño. En mayo, la Catalpa no tenía ninguna hoja y un amigo y su mujer me dijeron que se había muerto, dándome un gran disgusto. Yo no les hice caso y esperé hasta que llegó el primer brote, luego otro y en un par de semanas ya estaba en plena efervescencia. Si tenemos en cuenta que en menos de dos meses se ha puesto como lo podéis ver en la foto, es casi un milagro.
Cuando compré la casa, en mi primer año no lo podé porque no tenía ni idea y el árbol creció demasiado. Después me enteré que lo debía podar en octubre o en marzo y el segundo año lo podé tímidamente, quedando mucho mejor pero aún no estaba bien del todo. El pasado otoño le di una buena podada y en marzo lo volví a ajustar hasta dejarle las ramas principales de menos de veinte centímetros. Daba algo de pena ver aquel tronco que parecía muerto pero es ahora cuando se puede disfrutar con su hermosa forma y figura y el esplendor de sus enormes hojas, del tamaño de folios. Hasta mi vecino ha tenido que reconocer que he hecho un trabajo espectacular y que luce bonito.
A la izquierda de la foto se puede ver un poco del césped del Ala Norte y el sendero hacia la puerta trasera, la cual se abre a un parque infantil por detrás de mi casa. Junto a la Catalpa hay un par de hortensias y otros arbustos de los que desconozco el nombre.