Cuando las cosas salen mejor


Después de la terrorífica experiencia que conté en No veas la que me jugó el puto tuerto, el regreso al norte se me antojaba como una de las pruebas más duras a las que se tenía que enfrentar la humanidad. El día anterior, a las nueve y once de la noche, veintitrés horas y cincuenta y nueve minutos antes del despegue, pude hacer la facturación onDEline, que es super-falsa porque el avión va totalmente petado y no puedes cambiar nada. Esta vez me tocó un asiento en la fila catorce, que después de mirar en la página esa en la que se pueden ver las configuraciones de asientos de (casi) todos los asientos de (casi) todas las aerolíneas, estaba en una zona rara del avión con tres asientos en el medio, únicamente, y a los lados había dos baños a los que se accedía por la zona de las puertas que estaban por delante y una especie de cuartucho de descanso de la tripulación. Básicamente, una zona sin ventanas, con lo que ya os podréis imaginar mi gozo y alegría al no tener que (ni poder) hacer vídeo. Como hoy en día se sabe todo, usando otra página güé averigüé la matrícula del avión y con otro programa en mi telefonino controlé ese avión durante el día, ya que primero iba a Turquía, con lo que si ese segmento se salía de madre, ya sabría que tendría un retraso del copón. Por suerte todo iba según el plan, llegó de Turquía a Holanda en hora y salió para Gran Canaria también en hora (o con un retraso de veinte minutos que recuperaron en vuelo). Al volar de noche, fui a la playa, me comí mi helado y por la tarde, sobre las seis y pico, tiré para el aeropuerto, comprándome un bocata de pata de cerdo asada (al estilo canario) con queso tierno y mojo picón para llevar, que los venden al lado de la keli de mi madre y están super-ricos y la comida del aeropuerto es carísima y lo que es peor, malísima. Llegué al aeropuerto dos horas antes de la salida del avión, con la mochila petadísima con la comida, que pesaba un güevo y parte del otro.

Fui directo a pasar el control de inseguridad y me asignaron la cola de gente con niños de menos de dos años y cochito para transportarlos, con lo que la cola se ve más corta, pero toma tiempo procesar a cada julay. Apareció después de yo ponerme en cola una pareja neerlandes con un cochito, un niño pequeño y quince personas más acompañándolos e intentaron entrar todos pero la persona que controla la puerta les dijo que aquello era para dos adultos por niño, así que con un niño, entraban sus padres y los otros quince a mamársela y ponerse en la cola del resto. Hasta en los Países Bajos se pueden ver los efectos del código genético atrofiado y que encaja con podemitas y truscolanes, esa chusma y gentuza de lo peor. Al meter mi mochila en la máquina esa que la mira por dentro, la separaron y vinieron dos empleados. Se la abrí y les expliqué que aquello es el festival de la comida canaria, con mantecados, con embutidos, con lentejas de lanzarote, con quesos canarios ganadores de medallas de oro del lidel y con chorizo de Teror y hasta chorizo gallego o atún. Básicamente, abrieron la mochila, sin tocarla vieron el festival de papeo y me mandaron pa’dentro sin mirar nada, con lo que mi bote de manteca de cerdo entró en cabina, el mismo que otras veces me han quitado porque dicen que es líquido.

Me compré una botella de agua de un leuro y transvasé el contenido a mi botella de metal, que es de medio litro. Me jinqué el bocata, aproveché para mear y sin darme cuenta, ya llegaba el avión de los Países Bajos, en hora y comenzaba la fiesta del embarque. En Gran Canaria no usaron ningún sistema de zonas, con lo que entré de los primeros y resultó que la puerta que usan para el embarque es la que está al lado de la fila trece, con lo que entré y mi asiento estaba allí cerca. Después tuve que esperar un montón porque el avión se llenó hasta el último asiento, pero en este caso, tenían un generador eléctrico junto a la rueda delantera y el AIRE ACONDICIONADO funcionaba, con lo que lo de Schiphol es de gitanos, podemitas y truscolanes e incluyo aquí también a los suciolistas. Finalmente y tras una eternidad, acabó el embarque y por lo que pude contar, había menos de cinco niños pequeños y todos estaban sentados lejos de mí. A mi lado tenía una pareja que el chamo parecía un chichón italiano, con un chándal de esos gris que les molan tanto a los italianos para viajar. Despegamos con un pelín de retraso pero por la duración del vuelo, el piloto dijo que aterrizaríamos en hora. Durante las siguientes cuatro horas, escuché la banda sonora de la mejor película de la historia del universo, Top Gun: Maverick, vi episodios de las series que estoy viendo hoy en día y jugué con el Aipá. Merece la pena señalar que yo la música solo la tengo en Aipá y prácticamente solo la escucho cuando viajo, que en mi telefonino solo hay podcasts y audiolibros. Como era un vuelo nocturno, las azafatas, todas hembras, algunas más quemadas que los fogones del infierno, hicieron la ronda de la comida pronto y después apagaron las luces de la cabina para que la gente se amodorrara y durmiera. Aterrizamos con diez minutos de retraso o así, pero no en la pista que está en el recarajo y como yo estaba cerquísima de la puerta para el desembarque, fui uno de los diez primeros en salir y tenía más de veinte minutos para alcanzar la estación de tren del aeropuerto, que tampoco estaba tan lejos, con lo que por una vez no tuve que perder la dignidad corriendo con quince kilos de comida en una mochila. Llegué al tren ocho minutos antes de que apareciera el tren nocturno, que a esa hora, en los Países Bajos, solo hay una línea de tren nocturna activa, uno que va de Rotterdam a Utrecht pasando por el aeropuerto y Ámsterdam y que salen cada hora en ambos sentidos y como que van a media velocidad, porque la ruta, que normalmente se hace en treinta minutos, dura exactamente una hora. Llegué a Utrecht a las cuatro y arrastré la mochila pesadísima hasta el mega-aparcamiento de bicicletas, en donde la mía estaba aparcada en la fila diecinueve del nivel inferior, puesto ochenta y dos, que le hago foto al lugar porque entre doce mil bicicletas, como se te olvide te cagas en todos los muertos de podemitas y truscolanes.

Encontré la bici, me puse la bolsa pesadísima a la espalda como si fuera una mochila, que una vez la llevaba descansando detrás del asiento y se resbaló a un lado y casi me mato, pasé por la zona de control e hice el control de mi tarjeta de tren, que también se usa en el aparcamiento de las bicis y por seis días y pico de aparcamiento me cobraron nueve leuros, que no está mal y la tengo allí vigilada, en el edificio y si hubiera ido en taxi a mi keli desde la estación, ni de coña pago esa cantidad, que por menos de dieciséis leuros no te sale. Después vino el ejercicio físico para pedalear con quince kilos a la espalda y sobre las cuatro y cuarto de la madrugada entraba en mi keli, encendiendo la luz de la puerta de la cocina con el programa que llevo en el telefonino para las susodichas, que están conectadas por el güifi a las internetes. Después tuve que vaciar la bolsa, meter en nevera o congelador todo lo que correspondía y esperar a que se me pasara la hiperactividad del viaje y poder acostarme a dormir, aunque creo que dormí en total algo más de tres horas.

Y así acabó la semana de visita a Gran Canaria que pone punto y final a mis dos años de paz interior y libertad, que desde el lunes vuelvo a ser un esclavo de una multinacional del sol naciente y sé que me están esperando como diarrea clarita de mayo.

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11 respuestas a “Cuando las cosas salen mejor”

  1. Bueno, tambien estarás deseando volver a experimentar esa sensación de poderío cuando te tiras los peos envenenaos en el ascensor e intoxicas al personal, e incluso poner tu Gps especial con detector de alimañas humanoides para escoger a tu enemiga preferida, en fin, que ya es hora que te pongas a pringar de nuevo, ya sabes que yo te deseo lo mejor… 🙂
    Salud

  2. No hay ascensor. Es una fábrica y solo hay planta baja y primera, con escaleras y yo estaré en la baja. Me temo que tendré que ensañarme con la gente en el tren.

  3. no vi muchos pasillos. De la entrada hacia la derecha se va a la fábrica, a la izquierda estaba la puerta de la sala técnica en la que estaré yo y en la planta alta vi habitaciones de reuniones y otra sala grande con la gente de marketing. En cualquier caso, el tren puede ser interesante para ver cuántos aguantan y cuantos renuncian a su asiento para escapar del hedor

  4. Tranquilo, te queda poco para la jubilación. Y que tal el primer día? espero post!