Este fin de semana pasado ha sido el primero del otoño. Hasta para lo habitual en Holanda, tener temperaturas máximas de 15 o 16 grados por el día y de diez grados por la noche en julio es demasiado. Si a eso le unimos que el sábado al mediodía comenzó a llover y no paró hasta esta madrugada, fue uno de esos fines de semanas en los que todo lo que planeas ha de ser a cubierto. Después de unos meses de mayo y junio increíbles, julio se ha torcido totalmente y muchos de los que decidieron quedarse en los Países Bajos durante las vacaciones han vuelto a trabajar porque con este tiempo no merece la pena perder los días y confían en que la cosa mejorará algo en agosto o en el peor de los casos tendrán que planear una escapada a España en el otoño.
El domingo por la mañana, en pleno monzón helado, me puse el chubasquero, el pantalón chubasquero para la lluvia y salía de mi casa en bici para ir a la estación de Utrecht. Por el camino caía la manta continua de agua y para cuando llegué a la estación parecía una fuente. Compré mi billete y entré en el tren chorreando agua. Allí procedí a quitarme la capa que me protegió de la lluvia y a dejar que escurriera un poco toda el agua que llevaba antes de guardarlos en mi mochila. En Amsterdam la cosa no solo no mejoró sino que a la lluvia se unió un viento persistente que convertía los paraguas en objetos inútiles. Por las calles los turistas no se podían creer la que estaba cayendo. Imagino que toda esa gente se irá a casa con unas fotos terribles. Por el Blauwbrug, el puente en el que siempre hay hordas haciendo fotos del canal Amstel no se veía un alma y lo mismo sucedía por Rembrandtplein.
En el cine me encontré con el Niño, el cual se estaba cagando en todos los muertos de los meteorólogos que habían acertado con la previsión meteorológica. En su caso, se supone que el sábado iba a ir a navegar con unos amigos en un velero pero la actividad la movieron al domingo inicialmente y más tarde optaron por cancelarla. Entre las dos películas de la sesión doble que planeamos nos fuimos a tomar un café al Replay y seguían cayendo chuzos y tras la segunda película la cosa no mejoraba. Cenamos en el Café Luxembourg, en Spui, uno de esos lugares a los que llevo más de diez años acudiendo y de los que no me canso. Nos pusimos junto a la ventana y desvariábamos como siempre mientras en las dos mesas que rodeaban la nuestra, dos grupos de mujeres nos escuchaban y alucinaban. Nuestra conversación era super-mega-hiper-intelectual y trataba sobre el famoso Tower Bridge. Imagino que todos estamos al mismo nivel de cultura pornográfica así que no lo explicaré ?? o sí ?? mejor va a ser que no, que esto lo lee hasta mi madre. A las chochas se les salían los ojos de las órbitas escuchándonos hablar y nosotros hacíamos como si no nos dábamos cuenta que veinte orejas estaban sintonizando aquello que desvariábamos. Alguna hasta hizo ademán de querer intervenir pero se mordía la lengua y tenían que seguir con su paripé ya que no hay nada más ordinario y vulgar que inmiscuirte en conversaciones ajenas. El Niño fantasea con hacer un Tower Bridge con su mejor amigo (Dios mediante, yo soy su segundo mejor amigo así que por ahora estoy a salvo) y yo por más que me intenta convencer le digo que me parece que eso es un poquito mariquita. Como ambos somos de imaginación más bien detallista, la descripción de la escena removía las entrañas de todas aquellas pavas que seguro que cuando llegaron a sus chabolos se tuvieron que poner un paquete de hielo en cierta parte para calmarse la picazón. La camarera que nos atendía pillaba retazos de la conversación y nos miraba como cualquier cura al que le prestan una niña fea y a la que le da asco tocar. Para los postres comíamos fresas con nata y eso ya fue demasiado para el chocherío y huyeron en desbandada.
La segunda parte de la conversación giró en torno al tema de la película El castor ? The Beaver. Ambos estamos de acuerdo en que no hay excepción a la regla de la chepa de mierda. Básicamente, todos y cada uno de los seres humanos caminan por el mundo con una chepa de mierda a sus espaldas. Unos somos más conscientes que otros de su existencia y de lo que se trata es de negarla y procurar que no te amargue la vida. Si lo consigues serás feliz y no dejarás que esa joroba en la que cargas aquello que no te gusta de ti mismo y que muchas veces los demás no ven te arruine la existencia. En la película el protagonista no era capaz y pese a tenerlo todo para ser feliz, era un puto desgraciado. Mezclamos eso con la cantante esa que la diñó durante el fin de semana y el psicópata que decidió matar a un montón de inocentes y está claro que esos dos últimos tienen (ella tenía) unas chepas de mierda de tamaño gigantesco.
Acabamos yendo a la estación central de Amsterdam mientras seguía lloviendo y allí nuestros caminos se separaron, cada uno con su respectiva chepa de mierda a sus espaldas ??