Uno de los momentos más emocionantes de mis primeros seis años de vida fue cuando aprendí a leer. Cuando empezamos a juntar letras, agrupar sílabas y crear palabras, todo un universo de magia y fantasía me rodeó y para mí fue como si mi mera existencia adquiriera sentido. No recuerdo la primera vez que jugué al fútbol ni mi primer día en el colegio pero sí recuerdo cuando aprendí a leer. Lo único mejor que eso fue cuando aprendí a escribir, cuando no solo podía leer y comprender el mensaje codificado que estaba en los libros sino que yo podía crear los míos, ¡podía escribir!
A la sorpresa inicial, a esos cuadernillos llenos de ejercicios para practicar las distintas letras siguieron cientos de ejercicios sobre folios cuadriculados en los que era muy fácil seguir los renglones. Los llenaba sin descanso, no me cansaba de escribir y de leer. De aquellos años recuerdo quedarme hasta la una de la noche en mi habitación con algún libro en las manos, recuerdo devorar la biblioteca de mi colegio y las colecciones que heredé en mi familia de libros de Enid Blyton. Fue con nueve o diez años cuando me enfrenté por primera vez al reto de un folio en blanco, un pedazo de papel de veintinueve centímetros por veinte en el que no había ni cuadrícula ni renglones que seguir. Si cierro los ojos aún puedo escuchar a la profesora que me daba consejos para que mis renglones no fueran torcidos. Cuando alguno se me escapaba, cogía la goma enorme que arrastraba siempre en mi maleta y lo borraba para volver a comenzarlo, procurando que no se torciera. Desde esa época relaciono los renglones torcidos con los errores, con esas decisiones nefastas que de cuando en cuando tomamos en nuestras vidas.
Al igual que cuando era un chiquillo, sigo teniendo una goma imaginaria con la que borro los renglones torcidos para volver a escribirlos. Pese al tiempo que ha pasado siguen sin gustarme. Ejemplos de este tipo de renglones se suceden continuamente. Puede ser algún tic que debería evitar o decisiones equivocadas que uno toma en un momento determinado de su vida.
Hace ahora cosa de un año borré uno de esos renglones, uno muy torcido que ofendía profundamente a la vista. Era el renglón de un conocido que pronto se desveló como una gran equivocación. Saqué la goma de borrar y con cuidado y diligencia me aseguré que el folio de mi vida quedara limpio para poder seguir escribiendo en el. Pese a mi cuidado, han quedado pequeñas marcas en mi libro, manchas molestas que cuando las descubro, las borro. Algunos renglones torcidos pueden creer que son capaces de enderezarse, que pueden volver a ocupar su lugar en el libro en el que escribo mi vida pero no es así, los renglones torcidos se borran y se olvidan y pronto hemos pasado página y seguido adelante.
De aquel renglón torcido ya he hablado bastante y aunque se han cerrado varios capítulos de mi libro, ese renglón sigue creyendo que puede saltar a otra página y volver a aparecer. Se olvida que la goma está siempre en mi mano y si por alguna razón falla, también tengo tippex para limpiar la superficie de la página. Es la única forma de arreglar un renglón torcido, eliminándolo.