Con treinta grados en la calle y veintisiete dentro de la casa, te cagas en la puta madre que parió al cabrón que diseñó estas viviendas para mantener la temperatura a cualquier precio. Esto es un infierno del que no podemos escapar. Me paso el día tirado, añorando esas noches de Julio con catorce grados, ese fresquito que todo el mundo denostaba y que ahora se me antoja maravilloso. Espero que esto pase pronto o terminaré comprando una máquina de aire acondicionado y destrozando la fantástica línea de control del gasto energético en mi casa, que ha vuelto a batir un nuevo récord y durante los próximos doce meses tendrá una huella de sesenta y nueve euros mensuales entre gas y electricidad. Mi casa es la mejor de todo el barrio y no ha habido que sacrificar la calidad de vida, solo cambiar las bombillas, optimizar el uso de la calefacción a los momentos en los que estoy en casa y tener un montón de electrodomésticos de bajo consumo energético. Según la compañía eléctrica, ahorro un sesenta por ciento comparado con la media del consumo en mi código postal. El lado negativo es que ya no hay nada que pueda optimizar, así que imagino que a partir de ahora volverá a subir poco a poco. Cuando la compré, en el año 2005, el consumo era de noventa euros al mes así que el descenso es significativo.
Con este calor infernal, el menú para la semana va a constar de Gazpacho asado y Tortilla de papas con cebolla. Ambos están preparados y en la nevera para que adquieran la temperatura adecuada. Los acompañaré con Wieckse Witte, una cerveza de trigo o witbier deliciosa y perfecta para los días calurosos y a la que se añade un trozo de limón que se aplasta con un utensilio especial para añadir un toque ácido. Mientras paladeas la cerveza y regodeas la vista en el jardín, seguro que se me ocurren un montón de historias que a menos que el calor afloje no pienso escribir.
Y así, sin más, me vuelvo a poner en modo PAUSA para no incrementar la disipación de energía y sudar.