Me parece que aquí no lo he contado aunque hablando con amigos por Messenger o por teléfono lo he podido comentar. Desde hace un par de semanas he sido bendecido y me he convertido en un santo, pero no en uno cualquiera, sino en un digno rival de Santa Rita, la patrona de los imposibles. Todo sucedió porque un día me quejé a mi jefe de algo, lo que suele ser habitual en mi. Frente a la cultura holandesa de quejarse junto a la máquina de café dando la vara a los compañeros y después no decírselo al jefe, yo siempre he preferido acudir directamente a las fuentes de poder y expresar mi desazón. Si te quieren ayudar, ganas tiempo y si no, por lo menos te desahogas.
Así que hace unas semanas (concretamente la semana anterior a la época en la que escribí Brandweer) me metí en el despacho del jefe y cerré la puerta. Saqué mi cruz católica de debajo de mi camiseta para mostrar la gravedad de la situación y adopté la más lastimosa de mis sonrisas para implorar a la jefatura. El hombre me miró y me preguntó que qué me pasaba. Le conté que estaba allí para pedir que si no era una gran molestia y si no suponía un desembolso muy oneroso para la compañía quería que me compraran una linterna para poder ir al aparcamiento de bicicletas cuando me marchaba por la noche. El hombre me miró espantado. Primero pensó que me estaba cachondeando de él (algo por otra parte habitual), pero cuando vio que mantenía mi actitud servil y no lo miraba a los ojos, comprendió la gravedad de la situación.
Le dí mis razones para semejante estipendio. Desde que hago el curso de Neerlandés (gracias a todos por No felicitarme ;-)) trabajo habitualmente hasta las 19.30 o las 20.00. Casi todos los días soy la última persona en marcharse del complejo de edificios que componen nuestras oficinas. Como soy pobre y no tengo coche, tengo que ir al aparcamiento de bicicletas para recoger mi modesto medio de locomoción. Por circunstancias de la vida, desde el año pasado el camino que hay que recorrer hasta dicho lugar está totalmente a oscuras. La causa oficial, tal y como nos comunicaron mediante correo interno, fue un cortocircuito en los cables de las farolas en algún lugar y puesto que dichos cables están enterrados y tienen sus años, se decidió que era muy caro y no merecía la pena arreglarlas. Yo nunca me quejé porque el año pasado vivía la vida loca y me iba del trabajo a las 17.02 y la oscuridad no me afectaba (además de que siempre me iba acompañado por los colegas).
Pero ahora es muy distinto. Salgo por la puerta trasera del edificio y tengo que avanzar unos ciento cincuenta metros en la más absoluta oscuridad hasta llegar al aparcamiento, para después conducir con la bicicleta por ese oscuro camino. Lo que yo hago es seguir con el pie el bordillo de las aceras, de forma que al menos sé que avanzo en línea recta. Lo malo de este sistema es que cuando llueve suelen existir unos charcos de la hostia que ponen a prueba el aislamiento de mis botas y a veces temo por mi propia vida.
Como le dije a mi jefe, yo entiendo que no van a arreglar las farolas por mí, así que sólo pedía una linterna pagada con el presupuesto del departamento. De esta forma yo voy y vengo todas las noches tan alegremente. Le expresé mi temor a sufrir un accidente una noche y quedar allí, tirado, perdido y en el lodo hasta la mañana siguiente, en la que me encontrarían congelado y listo para enviar de vuelta a las Canarias. Mi jefe me dijo que se ocuparía de ello. No me hizo falta derramar ninguna lágrima.
Fin de la primera parte.