Iba a comenzar diciendo que parece que me paso el día viajando pero es que realmente este otoño me he pasado el tiempo viajando. Hagamos un recuento. Comencé con Lisboa, después vino Turín, seguí con Munich, de allí salté a Estambul, después vino Milán, por trabajo estuve en Londres y este fin de semana pasado me fui a Roma, justo una semana antes del viaje final del 2013 que será a Gran Canaria. De nuevo salía por la tarde tras trabajar y de nuevo me veía preparando la mochila de treinta litros la noche anterior, siguiendo la rutina habitual. Además preparaba la casa para la visita de la Mucama ya que mi calendario de escapadas ha coincidido con sus visitas y eso añade un cierto nivel de dificultad ya que lo que pilla descolocado lo reorganiza a su manera y después no lo encuentro en la puta vida, así que prefiero perder media hora devolviendo las cosas a su sitio, particularmente en la cocina donde esta mujer tiene un instinto retorcido para colocar las cosas.
Salí por la mañana con la bicicleta y mi mochilita y me fui a trabajar normalmente. Bueno, casi, ya que me desperté veinte minutos antes de la hora habitual para afeitarme, tarea que me está dando una pereza terrible y estoy por dejarme una barba de esas borborónicas y así no perder tiempo. Cuando terminé de trabajar, fui a la estación de Hilversum y me monté en el Intercity que me lleva directamente a Schiphol en media hora. Aproveché el viaje para comenzar a ver vídeos de mis series favoritas y chatear con el Rubio. Una vez en el aeropuerto, del que ya hemos visto casi todo en este otoño, me acerqué al HEMA para comprarme comida barata y después subí a pasar el control de seguridad. Esto está muy trabajado y la nueva cámara parece que les gusta más que la antigua porque no me obligan ni a sacarla de la bolsa. Crucé al otro lado y me senté en las gradas a seguir viendo vídeos y esperar a que anunciaran la puerta de embarque. Cuando lo hicieron, bajé y fui de los primeros en entrar y de hecho, era el primero en la cola de los pobres, que somos los que no pagamos la prioridad.
En la foto se puede ver lo que es una sala de espera para vuelo de bajo costo, básicamente una nave grande sin sillas en la que todo el mundo espera a que le permitan ir al avión. Los de EasyJet son talibanes del objeto único, igual que los de Transavia o Ryanair pero hay bosmongolas que todavía no captan el concepto y cuando las paran tienen que hacer malabarismos para meter toda la morralla que llevan en un solo bulto. Supongo que a esas lerdas les enseñas un micropene y les dices que es un pollón del copón y se lo creerán ya que si hay algo cierto en este mundo es que la estupidez es infinita.
El avión llegó en hora y tardaron exáctamente siete minutos en vaciarlo y diez más en prepararlo para el embarque. Cuando nos soltaron, salí escopeteado hacia la puerta trasera ya que el algoritmo de esta empresa parece que gusta de ponerme sentado por atrás. Me tocó ventana, apalanqué mi mochila en los compartimentos superiores y me senté a ver un vídeo y desconectarme de la chusma y la gentuza que me rodeaba, aunque previamente hice una foto por aquello de ver como es un avión de Easyjet por dentro:
A mí me pueden cantar la misa en latín y seguiré convencido que los Boeing 737 son mucho mejores que los Airbus A319/320/321. No sé por qué pero este tipo de avión no me gusta nada. O bueno, sí que sé por qué. Cuando comienza a moverse hacia la pista de despegue hace un ruido chunguísimo durante unos veinte segundos, como si alguien estuviese usando un destornillador de batería para apretar alguna tuerca que está floja. No me mola nada ese ruido. Despegamos en hora y el piloto dijo que teníamos un vuelo corto, aunque al llegar lo obligaron a dar un par de vueltas por la zona y perdimos quince minutos. Aterricé en el aeropuerto de Fiumicino, el principal de la capital italiana. Nos aparcaron en puerta con pasarela por lo que salí de los últimos ya que estaba por atrás. Como me conozco el aeropuerto, avancé rápido y resuelto hasta la estación de tren que está frente al mismo para comprarme mi billete del Leonardo Express, el tren super-rápido que te lleva a la estación de Termini. Está claro que Italia ya no es lo que era, o es lo que siempre fue. Al llegar a la estación no había luz eléctrica, tenían un generador para iluminar los andenes y las máquinas de vender billetes estaban noqueadas con lo que pusieron a un julay a vender solo en efectivo y con una cola de Res-cán-dalo. Por culpa de esto perdí el tren ya que los cinco minutos no fueron suficientes para conseguir billete, algo que habría logrado sin problemas en condiciones normales.
Mientras esperaba el siguiente tren apareció uno de los que hacen paradas por todos lados y que no te lleva a Termini y en uno de los vagones alguien había dejado un mensaje muy específico:
Me da hasta pereza traducirlo pero vamos, dice, Mis amigos son Truscolanes, aunque en este caso usaron el sinónimo de COMEMIELDAS. Dado que era el día en el que anunciaron el cuarto Reich y el nacimiento de una nueva nación ilegal y fascista en Europa, el mensaje es significativo. Recordad que yo lo escribí desde mucho antes de que sucediera. Habrá guerra, habrá sangre y como cualquier tipo de cáncer, el único tratamiento posible es extirparlo de raíz, con lo que si nuestros políticos no fueran unos pusilánimes ya tendríamos las ramblas con lista de espera para los que debemos y tendremos que ahorcar. La historia se repite y hemos de andarnos con pie firme y mano de acero para evitar que esto descarrile y termine en otro conflicto continental. Mejor cardar la lana allí que permitir que la estupidez infinita de lerdos y bosmongolos contamine a los quinientos millones que creemos en Europa.
El cuento del tren llevándote en treinta minutos es mentira y hasta te indican el retraso con el que llega el tren al destino porque siempre tiene retraso. En este caso, fueron ocho minutos. Al llegar a la estación de Termini fui andando a mi pensión, el B&B Girasole. Dejé las cosas y me acerqué a una cutre-pizzeria de la zona para cenar ligero una pizza y regresar para acostarme temprano, ya que al día siguiente comenzaba una jornada bastante completa desde la primera luz mañanera. Algo que me llamó la atención de la pensión fue el pedazo de contraseña que le han puesto al Wifi:
Me pilla con dos cervezas encima y no la meto en el iPhone ni de coña. Hay que tener una maldad superlativa y truscolativa para elegir algo así, con lo fácil que es poner Comeme la tranca o Lechita de mangorra, dos de las contraseñas que ya he usado en las redes de mi casa.
El relato continúa en La necrópolis, San Pedro, el Foro Romano y más