El otro día uno de mis amigos contactó conmigo para pedirme consejo. Cuando vi su mensaje, la nube que hay sobre mi cabeza con los subtítulos de mis pensamientos tenía un enorme WTF???, el cual viene del inglés What The Fuck? ya que es uno de los amigos con los que hablo en inglés y que podría traducirse con libertad y fantasía como ¿Qué coño? Si hay algo sobradamente sabido en todos los universos, tanto los conocidos como los desconocidos es que yo soy una fuente menos fiable que la palabra de un político cuando se trata de dar consejo. Después de recordar a mi amigo que mi palabra es menos válida que la previsión meteorológica, quedamos para tomarnos unas birrillas en alguna terraza junto a un carril bici con la esperanza de pillar un momento de lluvia y poder ver unos cuantos potorros peludillos y afeitados de las chamas que no usan protección inferior y bajan la guardia gracias a la bendita agua mientras pedalean, que no solo las famosas van sin bragas por el mundo.
Por desgracia, el día era de los que se denominan veraniegos, con un sol de justicia y la nube más cercana seguramente en España o en Portugal así que quedó demostrado que tampoco valgo para la previsión meteorológica y por eso seguramente nunca me han ofrecido un trabajillo en ese ramo. Me tomó casi una cerveza y todos los manises que nos pusieron gratis conseguir que el otro por fin tocara el tema sobre el que yo debía aconsejar. Por supuesto, le recordé que NO presto dinero a amigos y conocidos, que NO tengo ni voy a tener perfil en el CaraCuloLibro y que SIGO vetando en mi círculo de confianza a los fumadores. Con todo esto bien claro, nuestra conversación fue más o menos así:
– ¡Qué tú sabes! Que quisiera de pedirte tu opinión sobre unas circunstancias de la vida … – me dice
– ¡Diiiiiiiigo! ¡Julay! Lárgalo ya, que esto parece el parto de una burra – respondí, animándolo a soltar la lengua
– Que yo quiero de tener un amigo y que pienso que no quiero ser amiguito nunca más y como tú eres un experto en el tema, quisiera de saber tu opinión al respecto – me dice.
– ¡Cabrón! ¿Cómo que yo soy un experto en el tema? – le pregunté
– Estoooooooooo … tú alteras el conjunto de tus amigos y conocidos con regularidad y ni siquiera se te camba la peluca. Yo no lo he hecho nunca. Trato hasta los amiguitos del parbulario y en mi CaraCuloLibro solo tengo ochocientos noventa y tres más-mejores-amiguitos a día de hoy, incluyendo a mi suegra y mira que le tengo manía a esa vieja – dice
– ¿Y cúal es el problema? ¿Quieres darme puerta? Sí es así, dímelo ya mismo que tardo menos que el Papa en dar la bendición Urbi et Orbe en hacerte el cruz y raya
– ¡No, no, no! No eres tú. Tú eres querido y apreciado sobremanera y mi mundo no sería el mismo ni siquiera igual sin ti
– Entonces, ¿quién coño es? – le pregunté
– Es uno de los amigos menores. Solemos quedar cada dos semanas para hacer deporte juntos pero es que me pone de los nervios y me agobia con sus movidas y no hay manera de que cambie, me echa unos masques del copón y cuando acaba conmigo estoy más amargado que una botella de aceite de ricino virgen – respondió
– Bótalo – le aconsejé
– No, no es candidato a ningún puesto público y ni siquiera tenemos elecciones, así que no le puedo votar – me dice con gran inocencia
– No hablo de elecciones, te digo que lo botes, con b de vacaBurro, que lo expulses, eches, tires, despidas o arrojes de tu lado – le aconsejé, asombrándome porque efectivamente, estaba dando un consejo
– ¿Pero cómo? – preguntó
– Diciéndoselo – fue mi sencilla respuesta
– Pero es que no quiero decírselo, eso es muy cruel
– Entonces tendrás que comenzar una guerra de silencio. Es la única alternativa que te queda y todos sabemos que el silencio es otra manera de decir las cosas. Deja de hablarle, deja de responder a sus llamadas o sus mensajes o sus correos y evita como la peste bubónica cualquier actividad o acto social en el que él esté presente. – aconsejé nuevamente
– Sí, pero ¿eso como se hace?
– Tienes dos caminos, el sádico y el ojos que no ven, corazón que no siente. En el primero, ningunea e ignora, pon reglas en tu correo para bloquear, usa el famoso block del güatzap y similares y sigue viviendo como si no pasara nada. En el segundo, cambia tu número de teléfono como hago yo todos los años, cambia tu correo y ya está, en la puta vida volverá a dar contigo a menos que tengáis amigotes comunes. – le dije
– ¿Por eso cambias tú el número de teléfono cada año? – preguntó
– Entre otras razones …. – respondí, sin profundizar en el tema.
– No es mala idea y solo tenemos un amigo común, así que me puedo hacer un dos por uno … – me dijo
– … y después dicen que yo soy el borde …. – concluí
Aunque ligeramente distorsionada (o quizás no tan ligeramente), la conversación sucedió el otro día. Es bueno saber que soy un experto en el tema sólo porque cada año largo lastre a destajo cuando cambio el número de teléfono, actividad que realizo para vivir de las ofertas de las operadoras y porque no le tengo aprecio ninguno a un número, de la misma manera que cambio de proveedor de ADSL (en tres semanas me paso a uno que me ofrece el primer año 20 MB por 14 leuros con contrato de permanencia de un año, que será justo el tiempo que permanezca con ellos), cambio mi seguro médico, el de la casa y cualquier cosa que tenga contrato por un año. Ahora solo me falta crear la especialidad y poner una consulta para vivir del tema. Creo que lo llamaré Largología, el arte de largar gente