Después de ver la película Mentiras y gordas me he quedado trabado en un bucle sin fin sobre las mentiras. Ya sabéis que lo mío es la filosofía barata y que el nombre de esta bitácora ya lo dice todo así que no os lo toméis demasiado en serio y tened presente a la hora de insultar que mi nivel de paciencia con esos comentarios es nulo y los borraré sin misericordia.
Posiblemente uno de los rasgos que mejor nos definen como especie es la capacidad de mentir. Lo hacemos a conciencia, todos los días y en más de una ocasión. La mayor parte de las veces son mentirijillas, trolas benignas que tienen un impacto muy pequeño pero de cuando en cuando soltamos una bien gorda, puede que para protegernos o para atacar a alguien. La mentira está en el corazón de nuestra sociedad y sin lugar a dudas fue miembro fundacional de la misma. Piensa en lo que has hecho en las últimas setenta y dos horas. Puede que se te haya colado alguna mentira cuando en el trabajo te han preguntado si habías terminado algo o si lo miraste o a lo mejor fue hablando por teléfono con alguien que quería verte y que esquivaste mintiendo y fingiendo estar ocupado. Puede que la mentira fuera para responder a una pregunta incómoda de un niño o para justificar el no haber hecho la tarea encargada. Están ahí, revoloteando alrededor de nosotros y si al final de nuestra vida las ponemos todas juntas, seguro que nos quedamos con la boca abierta ante la montaña que se formaría.
Mirando a nuestra forma de vida, las mentiras están por todos lados. Comenzamos por los políticos, mentirosos compulsivos que bajo el pretexto del bien común, meten la mano en la saca para agarrar todo lo que pueden para ellos y los suyos. Da igual el lado del arco ideológico en el que se muevan, todos son mentirosos. Estaríamos mejor si el gobierno recayera en las manos de un programa de ordenador, con parámetros y reglas claras. Al menos sabríamos a qué atenernos. Otro campo de mentiras y bien gordas es la religión. Después de siglos (o milenios) repartiendo candela, no hay ninguna que se escape, todas están cubiertas de mentiras que camuflan como dogmas, como mandamientos, leyes divinas o lo que les place pero ellos bien que se las saltan y las moldean cuando les viene a cuento. He llegado a un punto en el que la existencia o la falta de un Dios me la trae al fresco y si realmente está por ahí arriba, que se meta en sus asuntos y me deje en paz con los míos que yo tampoco le digo lo que tiene que hacer ni como hacerlo. Tengo muy poca paciencia con las personas de profundas creencias religiosas porque además de mentirosos son extorsionadores que intentan suprimir tu libertad para imponer su visión, aunque para mí sea una gran mentira y ellos no pueden demostrar que soy yo el que miento en este tema. Podríamos seguir tocando áreas de nuestra convivencia o de nuestra historia hasta el infinito. Por ejemplo, tenemos a los Creacionistas y a los que defienden la Teoría de la Evolución. Obviamente uno de los dos bandos miente y si me tengo que decantar por uno, creo que los que siguen el Creacionismo con pasan de ser charlatanes.
Por mentiras hemos ido a la Guerra, hemos asesinado, hemos cometido todo tipo de tropelías y lo seguiremos haciendo. Siempre mienten los de un bando y los de otro, aquí no hay inocentes, las mentiras están en el corazón de todos y no hay forma de sacudírselas de encima. En nuestra adolescencia las usamos como arma, de manera cruel, para establecer nuestra posición en la manada, para conseguir los favores de aquella (o aquel) a quien le queremos poner la pierna encima, para aislar a la competencia o para eliminarla. En la juventud seguimos construyendo nuestros castillos de mentiras mientas el barco de la vida va definiendo su rumbo y en algún momento de ese proceso que es la maduración, te das cuenta de lo poco que vale el mentir y posiblemente te vuelvas más cuidadoso a la hora de repartir tus trolas, intentarás no hacer daño con ellas a aquellos a los que quieres y procurarás centrarlas en incrementar tu seguridad, tu bienestar social, afianzar tu puesto de trabajo o mantener aquello que has conseguido. No todos eligen ese camino, aquellos particularmente dotados para la política seguirán mintiendo hasta el día que los entierren, lo llevan en la sangre en dosis tan masivas que no lo pueden evitar.
Otro aspecto peculiar de las mentiras es como podemos obligar a otros a mentir sin nosotros tener que hacerlo. Imagina que le cuentas un secreto a alguien. Obviamente esa persona no podrá distribuir la información y por lo tanto tendrá que mentir. Lo hará para mantener el voto que hizo, algo que la persona que transmitió la información original celebra con alegría pero lo cierto es que el resultado sigue siendo una mentira. Llegamos al extremo de mentir para encubrir a nuestros amigos y en muchas ocasiones es mejor no saber, vivir ignorantes de las actividades de nuestros amigos para así no tener que ensuciar nuestras bocas con sus mentiras. Las decimos nosotros pero realmente son del que oculta algo porque aunque no lo esté diciendo, miente.
¿Y Yo cómo lo llevo? Muy bien, voy sembrando mis mentirijillas por aquí y por allá, siempre procurando que no sean muy grandes y que no produzcan un daño permanente. Luchar contra algo que llevamos escrito en nuestro código genético es inútil y si crees que tú estás libre de este problema, siento informarte que te estás mintiendo a ti mismo y ese es el tipo de mentiras que duelen, las que te ciegan y no te dejan ver lo que sucede a tu alrededor.