Distorsiones

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  • 8. Richards Bay – Martes negro

    8 de febrero de 2006

    memorias de sudáfrica 2005

    No querido, este no es el comienzo. Prepárate porque tendrás que embarcarte en un viaje muy largo antes de llegar a este punto. Al principio estaba Memorias de Sudáfrica. Camino al fin del mundo y después siguió Por fin en uMhlathuze, Mi vida en uMhlathuze, Es un mundo lleno de zulúes , Hluhluwe Imfolozi Park, Greater St. Lucia Wetland Park y Richards Bay y una cena para recordar.

    Después del tremendo susto de la noche anterior tendría que haberme imaginado que aquel día no iba a transcurrir por un buen camino. Nos desayunamos con la noticia de que una conocida del hombre que trabajaba conmigo había sufrido un accidente en una carretera y casi no lo cuenta. Además de dejar su coche inservible los que se pararon no sólo no la ayudaron sino que robaron todo lo que pudieron. El sentimiento de rabia y frustración entre los blancos era palpable y también el odio de los mismos hacia los otros, esos que controlan de facto el país y que lo están conduciendo lentamente hacia el caos y la destrucción. Volví a escuchar las típicas retahílas y los deseos de que el Sida acabe con esos que jamás deberían haber salido del bosque. Cada cuerda tiene dos lados y seguro que las historias del otro lado serán por el estilo pero yo no las he podido oír así que he de juzgar parcialmente y condenar desde el lado que conozco.

    Ese día llovía con rabia y saña desde por la mañana. Era una lluvia pesada y consistente, como si alguien se hubiera dejado un grifo abierto en el cielo y no hubiera forma de cerrarlo. El calor le daba un sabor dulzón al aire y lo pegaba a tu cuerpo con una humedad cansina que parecía disfrutar arrancando toda la energía de uno. Salté del coche y corrí a refugiarme en las oficinas de nuestro cliente. Me debí levantar con el pie izquierdo porque esa mañana nuestra aplicación reventó tantas veces que hubo momentos en los que se activó el modo nocturno y los clientes recibían un mensaje de que aquello estaba cerrado por haber llamado fuera del horario de oficina. Se desencadenó el infierno allí dentro. La tensión subía por segundos. mi billete para volver al día siguiente se canceló y oí por primera vez que quizás tendría que quedarme una semana más. Las operadoras estaban con los nervios a flor de piel y su jefe andaba como un gato en un tejado, caminando sigilosamente y dispuesto a saltarnos a la yugular. Hacia medio día hablé con uno de los jefes de desarrollo en Holanda y le expliqué lo que quería de ellos: todo el equipo de desarrollo software trabajando por turnos si era preciso así como los equipos japonés y norteamericano. Le expliqué que me importaba una puta mierda la diferencia horaria y que hiciera lo que quisiera pero que quería todo funcionando como la seda para el día siguiente o yo empezaría a señalar gente con el dedo. También le conté un par de detalles extraños que vi en la sala de servidores y de los que nadie nos había hablado anteriormente.

    Una hora más tarde habían sacado de la cama a dos japoneses, el americano iba camino de la oficina y en Holanda tocaban las campanas a rebato. Mis colegas comenzaron a llamarme preocupados. Los cuchillos volaban por el edificio a diestro y siniestro y los gritos y desplantes eran la tónica. Investigué el problema de la sala de servidores y descubrí una tabla a la que agarrarme en caso de hundimiento. Comuniqué la noticia a los Holandeses y comenzaron a volar los correos sobre África, el Atlántico y el Pacífico. Esa noche varios colegas del trabajo no durmieron y al día siguiente a las ocho de la mañana hora sudafricana, las siete en horario central europeo, teníamos un nuevo parche en nuestro poder, denominado parche siete.

    Me dediqué a estudiar más cuidadosamente los hábitos de trabajo de la gente allí y descubrí la lógica que explicaba las reventadas de nuestra aplicación y pude provocar esos accidentes sin problemas. Es la primera vez que eso sucedía en más de un mes y el hecho de que alguien pudiera hacerlo despertó la esperanza ya que saber como se produce es el primer paso para repararlo. Sobre el funcionamiento incorrecto se podía trabajar de una forma técnica pero sobre el mal uso de los equipos solo hay una solución y es humana. No les gustó escuchar mi informe y tuvieron que reconocerlo a regañadientes. El tipo que estaba conmigo estaba asombrado porque él tampoco se esperaba que ellos estuvieran haciendo aquello. De hecho, se agarró tal rebote que nos marchamos de allí para visitar al otro cliente no sin antes expresar nuestra decepción con ellos y particularmente con el cabrón que un par de horas antes quería nuestras cabezas.

    En el otro cliente las cosas iban de puta madre pero ellos no estaban infringiendo las reglas del juego. Las zulúes de la recepción estaban encantadas de verme por allí. Creo que ya he contado que en aquel lugar la seguridad es máxima y los controles son frecuentes y exhaustivos. No recuerdo haber dicho que la chica de seguridad estaba media mala, al igual que una operadora y yo les regalé una bolsa de caramelos Fisherman’s Friends. La de seguridad a partir de entonces cuando me veía llegar me abría la puerta para que pasara sin comprobar mi permiso, sin mirar mi equipo y sin hacerme pasar el control obligatorio de alcoholemia que debía pasar el resto de la gente. Todo el mundo me miraba asombrado porque ella simplemente me sonreía, abría la puerta y yo tiraba para dentro. Algunos dirán que es potra o una trola pero lo cierto es que cuando quiero puedo ser encantador, aunque el encanto me dura lo que un caramelo en la puerta de un colegio de estudiantes japonesas en edad de menstruar. Al día siguiente íbamos a realizar la actualización del software de esta gente, tarea que nos tomaría varias horas y para la que se requerían varias personas porque eran cuatro ubicaciones diferentes y más de dieciocho nodos. Yo coordinaría desde allí y me encargaría de recuperar los sitios con problemas en caso de que hubiera alguno. Dos equipos saldrían en Jeeps a través de las dunas hacia los sitios remotos y con suerte en unas cuatro horas tendríamos todo acabado. Nos dedicamos esa tarde a comprobar los servidores, preparar las cosillas y verificar por enésima vez que todo el mundo sabía lo que había que hacer y como hacerlo.

    Después de la tensión de la mañana tuve una nueva conferencia con los americanos, los japoneses y los holandeses cerca de las cinco de la tarde. Sabiendo que todo el mundo estaba trabajando y la cosa volvía a estar bajo control nos fuimos a cenar. Esa noche optamos por uno de los bares en el muelle, un lugar famoso por sus cócteles y por los postres. No teníamos reserva y nos pusieron en la terraza. Normalmente esto no es ningún problema, pero cuando ten encuentras en medio del diluvio universal y la lluvia parece no tener fin, no mola mucho el tener que comer fuera bajo unas sombrillas de madera que amenazaban con venirse abajo en poco tiempo. Nos escoramos todo lo que pudimos y cruzamos los dedos. Sin viento no había problemas pero como soplara algo de brisilla estábamos bien jodidos. Al menos con esto hubo suerte y pudimos cenar sin más problemas. Mientras cenábamos la mujer de mi compañero lo llamó para contarle que una de las madres de sus alumnos (ella es la dueña de un colegio) se había cargado la puerta de seguridad de la escuela al salir con el coche, la puerta se había cerrado y ahora no la podían abrir estando todos los chiquillos dentro del colegio y los padres en la calle con sus coches esperando. Aquello tenía pinta de desastre máximo y el hombre se amargó del todo y puesto que no conseguimos animarlo, lo emborrachamos.

    Llegamos a nuestro hospedaje tarde y más pasados que las bragas de Marujita Díaz. Allí nos dedicamos a beber chupitos de Amarula, que es lo más delicioso que he tomado en mi vida en lo referente a licores. No recuerdo cuantos fueron pero sí os puedo decir que esa noche me importaba un carajo si alguien quería entrar en mi habitación y limpiarla de cualquier traza de aparato electrónico, dinero o cualquier otra cosa.

    Y así transcurrió el día que todo se torció y mi feliz horizonte se llenó de oscuras nubes.

    Prepárate para dar un nuevo salto si quieres continuar con la lectura de este relato. En esta ocasión irás hacia Richards Bay – miércoles de calvario

  • Tulipán Kike en el club de las 500

    8 de febrero de 2006


    Tulipán Maytime, originally uploaded by sulaco_rm.

    Se dice que quien tiene un amigo tiene un tesoro y quien tiene más de uno pues ya os podéis imaginar. Yo por suerte puedo presumir de amigos y les dedicaré tantos tulipanes como haga falta. Hoy damos la bienvenida en el club de las 500 al tulipán Kike, un sobrino que me surgió de la nada en Dinamarca y que acabó en Valencia (o comenzó allí, que toda historia tiene mil aristas y cada uno la ve desde una esquina distinta).

    Es un placer volver a disfrutar con este tulipán tan hermoso y quiero invitaros a que visitéis alguno de los múltiples hogares en los que mora mi amigo Kike, que son Sin títulos, su blog musical, Días sin horas y últimamente también se le puede leer en Somorra y Godoma

  • 7. Richards Bay y una cena para recordar

    7 de febrero de 2006

    memorias de sudáfrica 2005

    Tras una pausa eterna de la que sólo yo soy responsable, retomo el relato de este viaje que me llevó a Sudáfrica a finales del 2005. No me sorprendería que hayas caído aquí siguiendo alguna extraña marea de esas que sacuden frecuentemente la red. Como seguro que querrás leer esto desde el comienzo de invito a saltar a Memorias de Sudáfrica. Camino al fin del mundo y si quieres seguir el orden correcto después deberás leer Por fin en uMhlathuze, Mi vida en uMhlathuze, Es un mundo lleno de zulúes , Hluhluwe Imfolozi Park y Greater St. Lucia Wetland Park.

    Ha pasado un tiempo desde que dejé estancado el relato del viaje a Sudáfrica y de alguna forma siento que quiero acabarlo y completar ese capítulo de mi historia. Como los siguientes cuatro días no fueron muy significativos, los voy a sintetizar en una única historia y dejaré el día del retorno para el final. Rectifico, mi locuacidad no me lo permite y de una sentada solo he podido condensar las cosas de un día así que me temo que seguiremos con el ritmo de una historia por día. Dios, mi memoria no me perdona ni esto.

    Habíamos acabado el fin de semana en el que conocí a los hermanos león, leopardo, rinoceronte, hipopótamo, jirafa, búfalo, elefante, impala y a muchos más. Ver los animales tan de cerca y en su ambiente natural es algo que marca, al menos en mi caso.

    El lunes, tras ese fin de semana tan apoteósico, llegué a la empresa que habíamos parcheado la mañana anterior y la gente poco menos que me adoraba. Yo ya les advertí de que el problema no estaba solucionado pero que íbamos por el buen camino. El tío que me acompañaba de nuestro socio sudafricano no se cansaba de decirles que aquello estaba solucionado en un noventa por ciento o más. Le tuve que advertir que dejara de dar porcentajes porque la informática no es una ciencia exacta y además yo conozco a nuestros equipos de desarrollo. Las zulúes ya andaban encantadas conmigo y ahora que estaban más relajadas me contaban cosillas más interesantes. Creo que ya he dicho que una de ellas iba a ir a un evento en otra provincia, a tres horas de allí, durante el fin de semana. Me contó que era un acto de orgullo minusválido en el que gentes de todo el país con algún tipo de minusvalía se reunían con el presidente y cantaban, bailaban, comían y demás. Ella camina de una forma rara, según parece por un amigo cocodrilo que se le antojó probar su carne. La chica lo lleva muy bien y suple ese problema con alegría y encanto. Está muy orgullosa de su problema porque le permitió conseguir el trabajo y ahora que gana dinero puede ayudar a otros con problemas. Personalmente creo que esa chica podría conseguir cualquier cosa en la vida si se lo propusiera. Los zulúes son muy territoriales y no tienen una clara noción del mundo, incluso los que han ido a la escuela y han recibido educación. Debe ser algo relacionado con su idioma porque no conciben la idea de grandes continentes. Saben que vengo de Europa pero lo ven como algo que puede estar veinte kilómetros más arriba. Traté de conseguir un mapa mundi pero hasta que encontré uno me conformé con enseñarles la ubicación de Holanda, España y las Canarias con un billete de diez euros. Saber que soy de África también los unía a mí de una forma extraña. Uno de los blancos me dijo que esa gente me trataba con una afinidad que daba miedo. Además se hablan entre ellos y en esta segunda semana ya me saludaba todo el mundo por allí.

    Como llevaba las fotos de los safaris fotográficos en el portátil se las enseñé pero no conseguí impresionarlos porque ellos se han criado entre esos animales. También tenía las fotos de Valencia, las de mi casa y algunas de Bélgica y Holanda. Esas sí que les impresionaron. Fliparon con la nieve, con las calles holandesas y con el agua y los canales. Me preguntaban si no era peligroso andar por allí con esos canales en los que los cocodrilos te pueden atacar tan fácilmente y no creo que me creyeran cuando les dije que nosotros no tenemos cocodrilos. De Valencia se quedaron boquiabiertos con los grandes edificios. Una de las chicas me confesó que algún día quería ir a ver una isla que esa era su máxima aspiración. Habiendo nacido en una no entiendo cual puede ser la atracción pero ella lo tenía idealizada. La otra chica, la simpática me dijo que estaba ahorrando dinero para ir dentro de cinco años a Europa con su marido para ver ese gran país. Será la primera vez que viajen en avión y que salgan de su provincia.

    Sobre el medio día me fui a un centro comercial a comprar un par de CDs para hacer una copia de seguridad de las fotos del fin de semana, que uno es de natural precavido y hace siempre copias de seguridad de los documentos importantes, algo que os recomiendo encarecidamente. El centro comercial está cerca de donde estamos y fuimos andando. Con más de treinta grados las calles son bastante interesantes. Todos esos zulúes con sus paraguas negros para ir a la moda y los blancos sin embargo sin paraguas o gorros disfrutando del sol de verano. Las tiendas estaban concurridas y me llamó bastante la atención que casi no habían negros y los que se veía estaban trabajando. Otra pruebilla de que el sistema no anda muy compensado. aproveché para comprar alguna cosilla de higiene en el supermercado Spar que había allí. Es increíble como las cadenas estas están de norte a sur por todo el universo. De vuelta al trabajo me pegué el maravilloso almuerzo que me preparaba cada mañana la señora del hotel y esperé hasta que llegó la señora del café por nuestro despacho. Es una mujer vieja, muy vieja, negra como un tizón y arrugada hasta el infinito y más allá. Llega con el sonido de una campana arrastrando un carrito en el que trae el café y el té. Todos los empleados de aquel lugar tienen sus propias tazas que probablemente se han traído de casa. Ella ya sabe lo que quieren y se los pone sin mediar palabra con ellos. Conmigo no habla y son las chicas zulúes las que le piden lo que quiero en zulú. Supongo que no habla inglés. Ella me prepara mi café, le pone azúcar, me lo revuelve y te lo da sin la cuchara. Más tarde vendrá a buscar las tazas y se las lleva para lavar devolviendo las que son de la gente de por allí.

    Ese fue uno de los pocos días que acabamos temprano y con ese glorioso día terminamos en la piscina del sitio en el que nos quedamos tomando unas cervezas Hansa bien frías y comiendo Biltong, esa carne seca que está tan rica. Para celebrar el éxito del día anterior y la paz de aquel día reservamos mesa en un restaurante llamado la pequeña Suiza que según parece es de lo más exclusivo de la ciudad. Está cerca de la bahía en un lugar precioso. Es pequeño y parece que sirven la mejor carne de aquella zona. Cuando llegamos aquello parecía cualquier antro europeo, lleno de posters en los que mezclaban paisajes suizos con holandeses, ingleses, franceses o belgas y adornado con todo tipo de chorradas sacadas de visionar con iteración y alevosía la serie Heidi durante varias veces seguidas. Todo lo que me habían dicho fue poco. La carne no estaba buena, estaba de morirse de buena, deliciosa, sublime, imperiosa. Me quedé encochinado. En el local había una separación entre fumadores y no fumadores bastante drástica. Los que le dan al humo estaban encerrados en otro cuarto con cristales en el que se veía una nube tóxica por no tener ventanas. La gente entra allí con los chiquillos que disfrutan y gozan de ese aire tan saludable obligados por sus padres, que por supuesto saben lo que es mejor para sus vástagos. Cuando nos trajeron la cuenta y vi el precio me quedé blanco. Era uno de los sitios más caros de aquella área, uno de esos lugares a los que no se puede ir todos los días porque te revienta el presupuesto. La cena para tres personas costó TREINTA ??uros, dinero con el que en Holanda malamente pagas los entrantes en cualquier restaurante medianamente decente. Les dije que a esa cena pagaba yo, que mi empresa me devuelve el dinero y por tan poca cantidad no voy a desajustar el presupuesto de esa gente.

    Desde allí nos fuimos a un pub y estuvimos bebiendo hasta que pasábamos más tiempo de camino al baño que sentados en la mesa. Esa noche me acosté y sobre las tres de la mañana fui arrebatado de los brazos de morfeo bruscamente. El shock fue brutal. Pensé que era el fin de mis días, que una banda de forajidos había entrado en mi habitación y tenía que rendir cuentas al altísimo. Salté de la cama y sin pensármelo corrí hacia el Panic Button dispuesto a pulsarlo y solicitar la ayuda del equipo de seguridad con sus fusiles y todas sus armas. Cuando ya lo iba a pulsar vi algo iluminado sobre la mesilla de noche. Era el puto teléfono móvil. Para poder oírlo cuando mi jefe y amigos me llaman le había puesto el volumen al máximo y alguién había decidido mandarme un mensaje de madrugada. Me cagué en todos los muertos de quien quiera que sea y cuando miré el mensaje se trataba de mis amigos holandeses que estaban tomando un capuchino en Sydney y me comunicaban tan importante noticia. A veces me pregunto por qué no puedo tener amigos normales y por qué no vivo en mi barrio, sin dejar nunca mi tierra como los zulúes. En lugar de eso peregrino por el mundo y mis amigos andan desperdigados por cinco continentes. Corremos siguiendo al sol y a los vientos alisios y mantenemos el contacto de mil formas distintas. Somos una generación atípica y creo que no nos damos cuenta de ello, lo vemos como algo normal. Les devolví el mensaje dándoles las gracias por haberme despertado y contándoles que ayer mismo merendaba entre hipopótamos y cocodrilos.

    Y así sin más acabó este nuevo día en Sudáfrica.

    Para continuar con la lectura de este relato tendrás que seguir leyendo Richards Bay – martes negro

  • Álbum de fotos de Utrecht

    7 de febrero de 2006
    El Dom desde la biblioteca

    Desde Octubre del año 2005 Utrecht es mi ciudad, mi casa. He ido poniendo algunas fotos por aquí de cuando en cuando y ya va siendo hora de que las agrupe en su propio álbum. Si además estás pensando en visitar la ciudad igual te interesa leer Utrecht, la ciudad milenaria y en Visitar Holanda tenéis un índice con todo el contenido sobre los Países Bajos ordenado

    CampanasCarrillónAmor y bicicleta bajo el Domtoren
    DomtorenStadskasteel OudaenEl Dom desde la biblioteca
    Oudegracht al atardecerOudegracht desde el DomtorenSint Maarten Kerk
    Ovni estampado contra edificioPuesta de sol junto a la estaciónMutilados
    Estación central de UtrechtVeleta en el DomtorenUn jardín de otra galaxia
    Have a nice ChristmasBicicletas cubiertas de nieveJugando en la nieve
    Árbol de Navidad blancoEl bosque de nieveEl puente blanco
    Bicicleta blanca y heladaLas colinas nevadasPostal invernal en Utrecht
    La granja en la nieveLa calle cubierta de nievePlas Laagraven
    El monstruo de nieveEn bicicleta por la nieveEn bicicleta por la nieve
    Niños jugando en la nievePuente sobre el canal heladoEl fantasma en el banco
    Entre árbolesEl canal helado en el bosque de nieveKindervrijmarkt Utrecht
    Weerdsingel OostzijdeVrijmarkt UtrechtOudegracht en día soleado
    Barca de festeros naranjasOudegracht y Dom al fondoTulipanes en puesto callejero
    El Oudegracht en KoninginnedagDomtoren y Stadhuis en UtrechtLa estación sobre el río Rín

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