El relato de este viaje comenzó en Llegando de nuevo a Lisboa
Mi escapada relampago a Lisboa tenía un vuelo mañanero así que el domingo por la mañana, a las seis y media ya estaba en la ducha y a las siete pagaba en la recepción de la pensión para ir al aeropuerto. Allí me encontré con la Beba Gringa, una chama de leche caducada que al parecer también se había hospedado en el lugar y que iba al aeropuerto. La mujer me preguntó si iba a ir en la guagua de los guiris y le dije que no, que yo iba en metro con la plebe. Se marchó antes de que yo pagara pero debía estar entrenándose para las procesiones de Semana Santa porque cuando bajé a la puerta de salida aún seguía por allí. Como este mes aún no había hecho ninguna buena acción, le ofrecí que se uniera a mí y excepcionalmente podía usar mis avanzados conocimientos de Lisboa para ir al aeropuerto usando el metro. Le dije que esta era una oportunidad única e irrepetible y que ni Huitten había recibido una invitación semejante, sobre todo porque todos sabemos que es drogadicta de fumar y ya sabemos como me las gasto yo con esa gente. Lo segundo que le dije es que ya podía enchufarse el tampón por el orto para incrementar la velocidad porque mi vuelo salía a las nueve de la mañana y no a las seis de la tarde. Con las cosas claras desde el comienzo, nos acercamos a la estación de metro de Rossio y fue llegar y tener que esperar treinta segundos por el metro. Si la hubiera dejado a ella bajar su trolley lo habríamos perdido porque la mujer se paraba más que un paso en Sevilla. El metro iba prácticamente vacío ya que un domingo a las siete de la mañana parece que no hay mucha afición por moverte en la ciudad. En la estación de Alameda cambiamos a la línea roja (o un color aproximado al rojo, quizás púrpura, puede que rosado-sin-mariquitismo) y en el nuevo metro ya seguíamos hasta la última parada, hablando de los lugares que ambos hemos visitado y ella jurándome y perjurándome que puedo ir a Sudamérica y caminar como si nada con mi cámara y mis objetivos y todo el mundo me dará grandes besos y abrazos y nadie intentará hacerme pupita de la mala. No me convenció, igual que no me convencen los precios de los billetes hacia ese lado del mundo. Yo soy más bien de Asia, de ver a los pobres que no hablan mi lengua materna en su entorno natural, de los templos budistas y las playas del Océano Índico.
Sobre las siete y media llegábamos al aeropuerto de Lisboa y allí nuestros caminos seguían rutas distintas. Ella iba a la Terminal 1, la de los ricachones y las aerolíneas normales y yo tenía que tomar el autobús que me llevaría a la terminal 2, la de las aerolíneas de precios baratos, que es desde donde salen los avioines de Transavia. Al haber estado allí el año pasado ya me conocía al dedillo el camino y fui a la guagua que te desplaza entre las terminales y al llegar y mientras la gente trataba de orientarse yo salí por patas y llegué el primero al mostrador de facturación y en menos que dan un anuncio por la tele tenía mi tarjeta de embarque, la cual era para la parte delantera del avión. Aproveché para comprar algo para desayunar y después me senté hasta que nos llamaron para embarcar. Fui de los primeros en pasar y llegué al avión también de los primeros, caminando por la pista, algo que a mí me gusta un montón y que no entiendo por qué en las aerolíneas caras no hacen, ya que mola mucho más ver el avión de cerca que verlo de lejos desde la terminal. Me recuerda cuando era pequeño y a la puerta del avión había un fotógrafo que retrataba a las familias y después te vendían la foto.
El avión iba petado hasta el embrague y los últimos ya no pudieron poner sus trolleys en ningún lugar. A una vieja rastrera que llegó la penúltima le dijeron que lo tenía que poner en bodega y ella intentó que quitaran mi mega-mochila para poner su trolley. Le dije que si ella se hacía responsable de los miles de euros de equipo fotográfico, la botella de vino, los pastéis de nata y demás por mí no había problema pero que si no, por mí como si tenía que meterse por culo su maleta y viajar sentada sobre ella. La azafata cuando vio el tamaño de mi mochila, la cual tiene exáctamente las medidas máximas de los trolleys le dijo a la vieja le tocaba joderse. Otro chamo optó por sentarse con los pies sobre su trolley y viajó de esa guisa hasta Amsterdam.
Despegamos en hora e incluso nos dijeron que llegaríamos quince minutos antes de tiempo gracias a los vientos mágicos. la realidad fue que tuvimos veinte minutos de retraso y pasamos más de media hora sobrevolando Amsterdam por culpa de un temporal de viento y lluvia que asolaba Holanda en ese momento y que había levantado una alerta amarilla. Si eres de los ñangas que se asustan con las turbulencias, esa media hora final te habría encantado porque el avión subía y bajaba como un carricoche de montaña rusa. Por culpa del mal tiempo aterrizamos en el puto Polderbaan, la pista que está a kilómetros de la terminal y nos tomó casi veinte minutos llegar a la misma. Después nos hicieron esperar otros diez y entonces el piloto nos informó que no habían pasarelas libres y que nos dejarían cerca de la terminal, en la zona en la que aterriza EasyJet y Norwegian y desde allí tendríamos que correr hacia el edificio para no mojarnos. Eso hice y una vez a salvo volé por la terminal para llegar a la estación de tren del aeropuerto, lo cual me tomó casi un cuarto de hora. En el tren hacia Utrecht vi que no paraba de llover y por desgracia yo no tenía mis pantalones chubasqueros así que me preparé para lo peor. El último tramo en bici, desde la estación a mi casa, fue una tortura, con los pantalones totalmente mojados por agua a ocho grados, la cual también me quemaba las manos. Al llegar a mi casa me quité la ropa, encendí la calefacción al máximo y traté de recuperar la temperatura corporal aunque el resfriado ya estaba mostrando las primeras señales. Excepcionalmente me puse a importar las fotos de la cámara y aunque parezca increíble, ya he procesado un tercio de las mismas así que seguramente veremos Sintra en algún momento de descanso de la serie sobre Camboya que se avecina.
Así acabó mi pequeña escapada a Lisboa del pasado fin de semana, ciudad a la que pienso seguir yendo porque junto con Roma y Estambul me parece una de las mejores de Europa.