Cuando pasé este año por Kuala Lumpur me hospedé en el Grand Seasons Hotel, uno de esos establecimientos que decepcionan y que prefieres olvidar pronto. El hotel era viejo, estaba sucio y el servicio en recepción era de puta pena. Si a eso le añades la invasión de hindúes que había en el mismo y la manía que tienen de arrasar con todo lo que pillan, definitivamente es como para recomendar a cualquier despistado que no se equivoque y reserve allí.
Entre los mil detalles terribles que habían en el recinto me llamó mucho la atención el mensaje en la tapa del retrete. No sé en qué universo paralelo puede suceder pero en el mío, lo de acuclillarte en el retrete con zapatos para jiñar no es algo concebible. Sin embargo, si ponen la pegatina es que está claro que las de la limpieza se tienen que encontrar unos desaguisados del copón.
Yo recuerdo la última vez que me acuclillé en un retrete perfectamente. Fue en el año 1992, en Santa Cruz de Tenerife, en la casa de un amigo de mi padre en la que me quedaba para asistir al concierto de Michael Jackson en esa ciudad. Yo no conocía a esa gente de nada y cuando necesité un lugar para hospedarme de alguna forma mi padre se sacó de la manga este lugar y me acopló a mí y a un amigo. Llegamos con toda nuestra jeta y cuando nos abrieron la puerta, detrás de la misma había una gorda im-presionante. La hijaputa estaba encochinada que no veas. Detrás de ella apareció su hermano que la hacía parecer anoréxica. Era como un luchador de sumo, con más grasa que un elefante marino. A los padres no los llegamos a conocer pero vimos fotos panorámicas que le habían hecho a la familia y si hay algo claro en este mundo es que esos cuatro en un utilitario no entraban.
El sorpresón fue cuando fui al baño y descubrí horrorizado que no había tapa en el retrete, que solo estaba la cerámica. Inmediatamente emigré al otro baño y sucedía lo mismo. La cerámica de la taza y nada más.
Intenté una aproximación Zen al problema y negar las ganas de jiñar para no tener que hacerlo pero no me funcionó la concentración, algo de lo que yo culpo a Michael Jackson y a la excitación por verlo en concierto y cuando no pude más, me puse las playeras, me encomendé a los santos de mis libros de electrónica y me subí en aquella taza buscando el ángulo adecuado. Como la taza era grande había una gran superficie de agua y ya se sabe que a mayor distancia, más va a salpicar el agua cuando caiga la carga y por eso traté de mantener sin gran éxito un perfil bajo y lanzar la mierda lo más cerca posible de la misma pero no sirvió de nada. Fue lanzar trusco tras trusco y todos y cada uno de ellos produjeron una reacción en cadena del H2O que terminó por mojarme el culo. Salí escopeteado para la ducha y me juré a mi mismo que los dos días más que iba a estar allí buscaría algún bar para jiñar y así lo hice.
El sobrepeso de la familia lo entendí cuando nos invitaron a comer y sacaron una bandeja de chuletones para cada uno de los chiquillos y pretendían que nosotros nos comiéramos una cada uno. Lo mismo sucedía con los botes de leche. Cada uno de ellos se bajaba un litro por la mañana. Era algo obsceno el verlos comer. Imagino que la presión que tuvieron que soportar los retretes antes de perder los asientos fue insoportable.