Acompañando a las deliciosas galletas que vimos ayer tenemos esta increíble Tarta de quesos Ricotta y Mascarpone a la que hoy le damos la bienvenida al Club de las 500. No la preparo muy a menudo porque me encochino pero no veas como disfruto cuando la cocino.
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La fuerza del camino
Aunque quizás no te pares a pensarlo todos tenemos una visión de nuestro Yo. Desde los primeros estadios de la consciencia sabemos que existimos y que por tanto somos. En nuestra infancia esa percepción propia vagará con libertad por este ancho mundo. En algún momento de nuestra educación comenzaremos a recibir mensajes subliminales sobre ella, quizás en la infame asignatura de religión o en la aún más infame de filosofía. Mis recuerdos de la primera son de soberano aburrimiento ante la enormidad de la estupidez humana y los recuerdos de la segunda están manchados por la necedad e incompetencia del profesor que se supone que debía guiarme por esas tierras. Puede que al final se lo tenga que agradecer porque gracias a su ineptitud e incapacidad para despertar mi interés por la filosofía, mis reflexiones gozan de la libertad de pensamiento que da no seguir ninguna corriente conscientemente.
Yo me veo a mí mismo como el tronco de la foto aunque más delgado. Cuando adquirí la consciencia era un pequeño retoño que asomaba al mundo y con los años he ido creciendo y volviéndome más fuerte. En la madurez de mi eterna adolescencia me puedo permitir el revisar el camino que me ha traído hasta aquí y aprender de mis errores y seguir creciendo para tocar el cielo. Todas aquellas personas que forman parte de mi mundo de alguna manera seguro que se ven de la misma forma y no se imaginan que yo los veo como enredaderas que trepan por el tronco, acomodándose, adornando mi existencia y volviéndola más interesante.
Algunas de esas enredaderas no serán capaces de agarrarse al tronco y caerán o saltarán hacia otro árbol mientras que las más persistentes y fuertes se siguen enlazando con el tronco hasta parecer que formamos uno. Eso es lo que vemos como la amistad o el amor, una relación fuerte y duradera entre dos seres vivos que transciende las barreras que todos ponemos y nos lleva de la mano hacia ese cielo que todos buscamos, hacia esa luz que ilumina nuestras vidas.
Supongo que gran parte de la fuerza para seguir adelante, para ver y sentir como vamos haciéndonos más viejos viene de esas enredaderas que lo adornan, de toda esa gente a la que permites que se acomoden en el tronco de tu vida y que hacen que cuando te miras a un espejo lo veas tan precioso, tan lleno de vida.
Yo procuro recordar los momentos buenos que llegan con la brisa mañanera, las puestas de sol fantásticas en las que una nube remolona juguetea con el sol, la alegría de las enredaderas trepando por el tronco, fuerte y altivo o esas interminables tardes de verano en las que regalo la buscada sombra a aquellos que forman parte de mi vida o el abrigo y resguardo que les das cuando lo necesitan. Con la misma facilidad olvido las tormentas que agitan las ramas e intentan doblegarme, los huracanes que buscan dañarte y lanzan contra ti y contra tus compañeros de viaje todo tipo de objetos y esos días en los que todo se tuerce y a la lluvia le sucede el granizo y las heladas que tratan por todos los medios de romper ese equilibrio tan hermoso.
La vida al fin y al cabo no es más que el camino que hacemos desde una pequeña semilla hasta un enorme tronco, una enorme obra de arte a la que aquellos que te quieren saben ver su lado más hermoso.
La foto la hice en Lage Vuursche, paseando una tarde de sábado por el bosque. Esta es la tercera de una serie de reflexiones que comenzó en El camino y continúa en El árbol de la vida
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Galletas de chocolate en el club de las 500
Por primera vez en la historia del Club de las 500 la foto de una receta de la serie de Cocinillas se ha ganado su invitación. La afortunada ha sido la receta de Galletas de chocolate. La última vez que las cociné fue la semana pasada y como siempre, me quedaron deliciosas. Se las regalé a los hijos de mi amigo el Rubio los cuales siempre que les llevo se vuelven locos.
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La ropa vieja
Hay cosas de las que quieres hablar y sin embargo nunca terminas de decidirte aunque no hay una razón clara para esa aprensión a tocar el tema. En mi lista de ideas para desarrollar hay una que lleva desde siempre y que ha conseguido resbalar a mi atención durante todo este tiempo. No es nada brillante ni siquiera un secreto oscuro y terrible que quizás sea mejor dejar en la penumbra.
En realidad es una pequeña manía que he descubierto con los años y que quizás tenga que ver con mis comienzos como inmigrante. Cuando llegué a los Países Bajos por primera vez traía una maleta y una cantidad muy limitada de ropa. El primer mes vivi en un hotel y tenía que hacer la colada usando su servicio de lavandería o llevando la ropa a una lavandería cerca de mi oficina. Para mí era algo nuevo ya que nunca antes me había enfrentado a un problema parecido. Cuando me mudé a mi apartamento comencé a acumular calcetines, gallumbos, camisetas y polos sin siquiera darme cuenta. Compraba siempre que me cruzaba con una buena oferta y su número se fue incrementando de manera constante.
Creo que fui consciente de ello por primera vez al comprar mi casa en el otoño del 2005. Cuando planeé mi mudanza noté que mi equipamiento de ropa interior era escandaloso. Podía sobrevivir tranquilamente dos meses sin necesidad de lavar nada, tenía suficientes calcetines, calzoncillos, camisetas e incluso polos para ir al trabajo. En mi nueva casa compré un armario aún mayor y seguí acumulando sin siquiera notarlo.
Para usar la ropa fui optimizando un sistema que es tan sofisticado que toda la ropa está en constante rotación. En todos mis viajes compraba camisetas nuevas y así llegamos a la cifra mágica de unas cien camisetas e incontables calcetines. Mirándolas puedo trazar todo el historial de mis compras. Las hay que llegaron a mi vida en septiembre del año 2000 y aún siguen conmigo. El récord lo tuvo mi visita a Estados Unidos de diciembre del 2006. Volví con diecisiete camisetas y unos seis polos. La ropa era tan barata que perdí totalmente el norte y acabé por añadir una segunda maleta. Lo mismo me sucedió con los vaqueros Levi’s. Eran tan escandalosamente baratos que me traje ocho y sigo teniendo varios pendiente de estreno.
Este verano decidí cambiar el chip y empezar a deshacerme de la ropa más gastada. Se lee en una frase pero cambiar la tendencia me costó bastante esfuerzo. Rastreé todos mis polos y elegí los diez más hechos polvo y comencé a usarlos y tirarlos al día siguiente. La misma suerte corrieron más de veinte pares de calcetines y un número similar de gallumbos. Entre las camisetas la carnicería aún no ha afectado a más de diez de ellas. Al mismo tiempo que tiraba ropa he tenido que contener el creciente impulso de ir a una tienda y comprar veinte o treinta nuevos para reponer. Lo más increíble es que en mi armario no se nota la reducción del inventario así que hay algo que debo estar haciendo mal.
El fin de semana pasado tratábamos estos temas tan trascendentales en una reunión y me sorprendió descubrir que mi amigo el Rubio también tiene el mismo problema y le cuesta horrores desprenderse de la ropa vieja. A comienzos del año 2001, en los inicios de nuestra amistad, estuvimos tres semanas en la ciudad de Nuremberg trabajando y allí encontramos una tienda que iba a cerrar y estaba liquidando calcetines de los Simpsons, South Park y la Guerra de las Galaxias. Ambos nos hicimos con las series completas de las tres sagas y aunque yo ya casi no tengo ninguno (y creedme, lloré el día que tiré a Han Solo) ?l aún los conserva y pese a que los calcetines están llenos de agujeros no permite a su esposa que se deshaga de ellos y ahora los guarda para las grandes ocasiones.
Puede que sea algo más propio de los hombres, que nos guste acumular y nos falle el gen que controla el deshacerte de la ropa vieja. Yo por mi parte voy a hacer un nuevo esfuerzo después de las navidades para soltar otro diez por ciento y ver si puedo poner mi armario en ropa comprada después del año 2003.