Potorrus santus


Cada año tiene su propia historia y en algunos los avistamientos son más frecuentes que en otros y el año pasado fue de récord, comenzando con Un montón de material para pesadillas antes de ir a jiñar, Y otro segundo fue la continuación, después Se me fue el baifo y finalmente tuvimos el Porón Pom Potorro. Este año parece que el cambio climático está acelerando las cosas y la sequía en la que estamos, que es la peor desde el año 1976, que supuestamente es el peor de la historia registrada y por ahora estamos compitiendo con posibilidades de ganar y nos estamos viendo con días veraniegos en mayo y en los Países Bajos y ayer, aprovechando el buen tiempo y que no quiero ser obeso mórbido como algunos culocochistas muy sensitivos que comentan por aquí, salí a hacerme una caminata ligera, solo de veinte kilómetros mientras mi olla a presión maravillosa se quedaba en casa currando y preparando un plato típico holandés importado de la cocina indonesia, kipsaté, pero en su versión de cocción lenta. Salí pronto para que no me pillara la caló pero cuando estaba más o menos llegando a la mitad de la ruta, justo después de cruzar un puente, alguien gritó mi nombre y al girarme me topé con un antiguo compañero de la esclavitud nipona, uno que echaron el año pasado y que estaba con su bici de carreras entrenándose para no ser nunca-jamás mórbido como algunos que no voy a mentar. Estuvimos hablando un rato largo y eso me jodió la planificación, así que después de ahí tuve que acortar la caminata y atajar en algunos sitios para no hacer más de dieciocho kilómetros, simplemente porque había quedado con el Turco en mi keli y no es plan de dejarlo tirado en la puerta esperando. Seguí mi paseo, escuchando mi audiolibro y caminando ligero, haciendo un kilómetro más o menos cada nueve minutos y pico y ya estaba de nuevo llegando al lugar en el que nos encontramos, que era el único punto por el que pasaba dos veces y estaba cerca del Princess Beatrixsluizen, un complejo de esclusas que sirven para conectar el río Lek con el canal Amsterdam-Rijn, que es el trozo del río Rín que lleva hasta Ámsterdam. Por ese tramo de mi caminata el paseo es en línea recta y yo iba pegado al agua cuando veo venir hacia mí una bici de esas que aquí se llaman omafiets, de las de antes, para hembras, sencilla y sobre ella venía una chama pedaleando con fuerza, con falda, sin medias y a lo loco. Según se fue acercando y como yo venía del sur el sol estaba de mi parte, fue quedándome claro lo que estaba exponiendo a los rayos de la estrella que nos dio la vida. En ese instante el tiempo dejó de transcurrir a velocidades normales y se frenó, permitiendo a mi cerebro procesar todas las imágenes que llegaban a mi retina a borbotones. La chama era más bien del tipo tetúa, sin artilugios para agarrarlas y se balanceaban acompañando el pedaleo, que allí y por el viento que me empujaba a mí y que iba en su contra. La falda, que seguramente cuando está de pie le debía llegar hasta la rodilla y que se veía como de beata, se había ido subiendo con el meneo de los pies y había alcanzado el punto en el que surgió la flor de su secreto, el chochillo, peludito y todo, sudado por los veinticuatro grados de temperatura que teníamos y por el esfuerzo que estaba realizando la hembra, la cual, cuando estaba más cerca, vi que llevaba en la parte trasera de su bici un asiento para niños y llevaba uno de los susodichos ahí, también muy bien vestido como para ir de picnic o de paseo, aquello definitivamente era el regreso o la ida a una cita de algún tipo con familia o amigos o la vuelta de una iglesia que tiene que estar a unos cuantos kilómetros. El chocho pasó por delante de mí con su propietaria dándose cuenta de lo que estaba mostrando, que da igual que la mona se vista para la iglesia, si no se pone bragas y usa la bicicleta, ese coño acaba por ver la luz sí o sí. Fue el primer avistamiento del año. Después de pasar las esclusas el camino para los peatones se ubica a la derecha, en alto y como con un pasillo hecho de árboles que dan algo de sombra y siguiendo por allí tuvimos otro encuentro fabuloso y fastuoso. Venían hacia mí dos bicicletas, no una sino dos de esas en las que los ciclistas van recostados y como me dio tiempo, pude hacer un pequeño vídeo para documentar este momento histórico y ver esos extraños y peligrosos artilugios en movimiento. El vídeo es mínúsculo y lo he acompañado de una versión instrumental super-hiper-mega corta de la canción The Time of My Life que seguro que reconocéis por ser de una película considerada un clásico de antesdeayer, ayer, hoy y hasta de mañana:

He usado mis avanzados reconocimientos de la herramienta gratuita que uso para esos otros vídeos inútiles con aviones para crear un bucle repitiendo la llegada y la marcha a diferentes velocidades. Tenemos a la izquierda a un pavo y a la derecha una pava con unas lorzas que deben pesar lo suyo y que competían en volumen con sus ubres y yo creo que las superaban. En el vídeo se puede ver la posición bajísima de los ciclistas que usan este tipo de bici y que en el lado positivo, les permite morir con los pies por delante, que dicen que te da acceso instantáneo al cielo y en el lado más positivo, ya saben a ciencia cierta de qué van a morir porque es cuestión de tiempo que un coche no los vea llegar en un cruce y se los lleve por delante aplastándolos como mosquitos. Tremendo día que tuve ayer, mira que fue productivo.

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3 respuestas a “Potorrus santus”

  1. Por un momento pensé que por fin los dioses te habian concedido inmortalizar un avistamiento, pero no fue así, lástima, algún dia, quien sabe…
    Salud